A casi todo el mundo el suena que las neuronas son las principales células del sistema nervioso. Y a casi todo el mundo le suena el nombre de Santiago Ramón y Cajal, el Nobel español que tanto ayudó a conocerlas.
No obstante, en la biología y en la vida, como en las películas, los papeles principales ocultan a los secundarios. Hoy en día los científicos saben que las células gliales, consideradas durante mucho tiempo como un simple pegamento que rodea a las neuronas, también son esenciales para el cerebro y uno de los investigadores que más las estudió, Pío del Río Hortega, permanece casi en el anonimato, arrastrado por la corriente del olvido tras su exilio aunque fuera nominado al Nobel en dos ocasiones.
El neurocientífico y divulgador José Ramón Alonso cuenta esta historia en su blog con una anécdota: ni siquiera en su propia tierra saben por qué uno de los hospitales de Valladolid se llama Río Hortega si por allí el que pasa es el Pisuerga.
Nacido en la localidad vallisoletana de Portillo en 1882, estudió medicina y obtuvo la plaza de médico de su pueblo, donde heredó un castillo que a su muerte cedió a la Universidad de Valladolid. Sin embargo, le interesaba más la investigación que atender pacientes, así que se fue a Madrid para realizar un doctorado sobre tumores del encéfalo.
Estamos a comienzos del siglo XX y la ciencia española vive un momento relativamente dulce con el impulso de Cajal y la Junta para Ampliación de Estudios, precedente del actual CSIC, que le permite aumentar sus conocimientos en París y Londres y regresar en 1915 para formar parte de un grupo de investigación que se ubica en el Laboratorio de Investigaciones Biológicas del propio Cajal. Allí perfeccionó técnicas con las que pudo impregnar de forma selectiva estructuras internas de las células y estudiar en detalle neuronas y glía.
El equipo al que pertenecía estaba dirigido por Nicolás Achúcarro, otro prometedor neurocientífico que murió en 1918 con solo 37 años. La muerte de su jefe hizo que Río Hortega se quedase sin sueldo y al conocer la razón se quedó perplejo: en realidad, él nunca tuvo contrato, sino que Achúcarro le había estado pasando la mitad de su propio salario sin decírselo.
Expulsado por Cajal
Finalmente, el vallisoletano pasó a dirigir aquel grupo, muy ligado al de Cajal, y allí empezaron sus problemas. Tímido, bajito y enclenque, las relaciones sociales no se contaban entre sus habilidades. Su increíble capacidad de trabajo sólo despertaba las envidias de los discípulos del premio Nobel, que le dicen a Cajal que habla mal de él a sus espaldas. Para colmo, Río Hortega es homosexual, así que entre unas cosas y otras había barra libre para la difamación.
Cajal le expulsa del laboratorio pero su nefasta relación personal no es óbice para que reconozca sus méritos científicos, así que inmediatamente le recomienda para un nuevo puesto, la dirección de un laboratorio en la Residencia de Estudiantes.
Don Pío, como se le conocía, cambió todos los conocimientos que se tenían hasta entonces de las células gliales y distinguió cuatro tipos, entre ellos la microglía, que pasó a ser conocida como "las células de Hortega" a propuesta de los alemanes Metz y Spatz, aunque hoy en día este nombre está en desuso. El vallisoletano comenzó a forjarse un prestigio internacional que convirtió a Madrid en referencia para estos estudios. Además, se adentró en la investigación de los tumores generados en el sistema nervioso y en 1928 fue nombrado jefe de la sección de Investigación del Instituto Nacional del Cáncer.
Demasiado a la izquierda para algunos puestos
En 1929 y en 1934 fue nominado al premio Nobel de Medicina, pero no tuvo suerte. Es posible que a su candidatura a estos galardones, no exentos de presiones políticas e intereses de todo tipo, no ayudasen sus claras convicciones políticas, que lo situaban tan a la izquierda que en plena II República formó parte del grupo de intelectuales españoles que fundó la Asociación de Amigos de la Unión Soviética.
Una anécdota muestra claramente cómo le perjudicó su ideología y retrata el país al que pertenecía. Cuando Cajal murió en 1934, su puesto en la Real Academia de Medicina quedó vacante y Río Hortega aspiraba a ocuparlo. Su amigo Gonzalo Rodríguez Lafora presenta todos los papeles necesarios: el currículum del vallisoletano, sus innumerables méritos y los avales de algunos de los más prominentes científicos del país. Sin embargo, los académicos, que eran conservadores, monárquicos y muy mayores, eligen a otro candidato que no le llega ni a la suela de los zapatos. Tras la decisión, Rodríguez Lafora monta en cólera al ver que el legajo que él mismo había preparado con toda la documentación ni siquiera había sido desatado.
Al rescate subido en una tanqueta
Al comienzo de la Guerra Civil, las tropas de Franco asedian Madrid. El Instituto Nacional del Cáncer está muy cerca del frente y es bombardeado, pero Río Hortega decide que hay que salvar algo, así que se monta en una tanqueta y en compañía de una sobrina y un amigo llega hasta allí y rescata 5.000 preparaciones histológicas y radio comprado en Bruselas para radioterapia.
Tras pasar por Francia y Reino Unido, acaba exiliado en Buenos Aires, aunque su vida allí sería corta. Él mismo se diagnostica un carcinoma y cuando ya está en fase terminal el gobierno de Franco le ofrece regresar, pero se niega para no verse utilizado, así que murió el 1 de junio de 1945 en Argentina –sus restos descansan desde 1986 en el Panteón de Hombres Ilustres del cementerio de Valladolid– y su cadáver fue amortajado con la toga de profesor honoris causa por Oxford y una insignia republicana en la solapa.