La esperanza de vida es una de las referencias más aceptadas para indicar la salud poblacional de una región. En los últimos 20 años, la esperanza de vida en España ha aumentado casi 5 años y en Europa 7, síntoma de que las medidas de salud pública y el avance de la medicina son claves para el bienestar de la población.
El estudio El valor del medicamento desde una perspectiva social, elaborado por el centro de investigación en Economía de la Salud Weber con el apoyo de Farmaindustria, recoge un informe elaborado por varios países de la OCDE en el que se asocia de manera significativa el gasto farmacéutico con la esperanza de vida, concluyendo que en la primera década del siglo XXI se ganaron casi 2 años de esperanza de vida y dos tercios de ese crecimiento se deben a los nuevos medicamentos.
Pero no solo las estadísticas de la esperanza de vida son indicador de la salud poblacional. El estudio de Weber señala otros tres factores principales, que están profundamente influidos por la innovación farmacéutica: la prevención y cura de enfermedades crónicas, la aparición de tratamientos para enfermedades que antes eran incurables (como la Hepatitis C) y la mayor calidad de vida de los pacientes por la llegada de medicamentos más efectivos y con menos efectos adversos sobre la salud.
En el ámbito de las enfermedades graves es donde se observa con mayor precisión la contribución de los medicamentos innovadores. El caso del cáncer es uno de los que mejor manifiestan los efectos de la innovación farmacéutica, ya que en los últimos 5 años se han puesto a disposición de los pacientes 68 nuevos antitumorales para distintos tipos de cáncer. También hay que tener en cuenta todos los fármacos y vacunas en desarrollo, que en 2015 superaban los 800.
El valor del medicamento desde una perspectiva social ilustra que la incidencia del cáncer ha aumentado en los países desarrollados, precisamente por el diagnóstico precoz y los programas de cribado utilizados, por ejemplo, para detectar el cáncer de mama. La buena noticia es que el incremento de la incidencia no se traduce en un aumento de la mortalidad, ya que en la actualidad el 70% de los pacientes de cáncer tienen una tasa de supervivencia superior a 5 años.
El sida es otra de las afecciones que más se ha reducido por la innovación farmacéutica, hasta el punto de haber conseguido disminuir su mortalidad a nivel mundial un 68%. El abordaje de esta enfermedad ha experimentado grandes avances, “entre los que destacan los casi 40 tratamientos antirretrovirales aprobados hasta la fecha”, según se explica en el informe de Weber.
Los nuevos fármacos han logrado convertir el sida en una condición crónica cuando hace unos años contaba con altas tasas de mortalidad. En el caso de España, se pasó de 6.000 muertes al año a menos de 2.000 a finales de los 90. Hoy en día la infección por VIH en nuestro país está en mínimos históricos y la tasa de mortalidad es de 1,4 por 100.000 habitantes, un descenso del 63%.
Los medicamentos innovadores, fuente de ahorro en el largo plazo
Los nuevos medicamentos necesitan entre 10 y 14 años de investigación y un desembolso de aproximadamente 2.400 millones de euros, así que, desde el punto de vista económico, suponen una gran inversión inicial en comparación con los tratamientos ya existentes. Pero El valor del medicamento desde una perspectiva social señala que en el largo plazo esta inversión generará un importante ahorro de costes en los sistemas sanitarios.
Un estudio elaborado por Farmaindustria y recogido en este informe estimaba que al incrementar un 10% el gasto farmacéutico de los hospitales (hasta los 2,5€ por persona en pacientes externos), las partidas totales de gasto hospitalario se reducían 3,6€, generando un ahorro de 1,1€ por paciente.
En su informe, Weber denomina esto como “efecto compensación”, es decir, que el ahorro derivado de la innovación farmacéutica supera con creces el coste de los medicamentos. El ahorro de costes directos proceden de la reducción de las hospitalizaciones, las visitas médicas domiciliarias, el transporte medicalizado, las consultas, las urgencias y el cuidado de personas dependientes. Asimismo, hay un importante ahorro procedente de lo que se califica como costes indirectos. Según señala el citado documento, los principales son la adherencia a los tratamientos y las bajas laborales. La primera implica que los medicamentos innovadores mejoran la adherencia a los tratamientos, provocando un menor uso de los servicios sanitarios y, por tanto, reduciendo su coste. En este aspecto, el estudio indica que “el retorno de la inversión por paciente con adherencia mejorada es de 7,1 veces el gasto realizado en diabetes, 5,1 en hipercolesterolemia y de 4 en el caso de la hipertensión”.
Por otra parte, los nuevos tratamientos disminuyen las bajas laborales, derivando en una mayor productividad en el lugar de trabajo. El informe estudia el caso del VIH/Sida en España, ya que la introducción de la terapia antirretroviral HAART generó un ahorro sanitario de más de 16.000€ por paciente entre 1996 y 2007, con el consiguiente coste social asociado a las bajas laborales, que se estimaba en 43.000€ por paciente.
El conjunto de efectos de los medicamentos innovadores contempla desde la reducción de las hospitalizaciones a la reducción de las bajas laborales y la disminución de los cuidados de personas dependientes, así que podríamos decir que la innovación en medicamentos no sólo genera nuevas vías para luchar contra la enfermedad, sino que mejora la calidad de vida de la población y en el largo plazo tiene otros efectos positivos, como el ahorro del gasto sanitario.
Considerar los medicamentos innovadores como una inversión y no como un gasto es la conclusión principal que se extrae del informe elaborado por Weber con el apoyo de Farmaindustria, especialmente si se tienen en cuenta las consecuencias de los nuevos tratamientos sobre la economía y el sistema sanitario.