El millonario que regaló un diplodocus a Alfonso XIII: 8 anécdotas del Museo de Ciencias Naturales
Recopilamos las historias más fascinantes del centro, que cumple 250 años de historia el próximo 17 de octubre.
1 agosto, 2021 01:44Noticias relacionadas
Con casi 10 millones de piezas entre lo que está expuesto y sus laberínticos sótanos, el Museo Nacional de Ciencias Naturales es uno de los más grandes de España. Y de los más antiguos: este 2021 cumple nada menos que un cuarto de milenio de historia, aventajando en un siglo a los famosos museos de historia natural de Nueva York y Londres.
El 17 de octubre es la fecha de la onomástica "y vamos a celebrarla como se merece", cuenta Pilar López García-Gallo, vicedirectora de Comunicación y Cultura Científica. Para ello están preparando un sinfín de eventos como exposiciones, encuentros con los directores de los principales museos de historia natural europeos, conservadores y educadores, y hasta un documental hagiográfico.
Para abrir boca, EL ESPAÑOL ha seleccionado las mejores historias y anécdotas del museo en sus 250 años de historia. Entre sus paredes se encuentra un resumen de la ciencia, el arte y la sociedad desde la Ilustración hasta los tiempos presentes.
El Real Gabinete de Historia Natural
La historia de las ciencias naturales está marcada por los viajes. Por lo general, fueron viajes de ida y vuelta desde Europa hasta los lugares más recónditos de Latinoamérica (Humboldt, Darwin). Sin embargo, la del Museo Nacional de Ciencias Naturales está marcada por un viaje sin billete de vuelta desde América hasta Europea. Pedro Franco Dávila era un comerciante criollo nacido en Guayaquil, en la actual Ecuador, que se estableció en París tras serle imposible volver a su tierra natal por la piratería imperante en los mares, y comenzó a coleccionar de todo: desde libros, mapas y obras de arte hasta minerales, corales o instrumental científico.
Decantándose finalmente por la historia natural, empezó a frecuentar a todo tipo de investigadores, viajó por toda Europa y acumuló una gran colección de especímenes que intentaría vender a los reyes españoles, Fernando VI primero y Carlos III después, para costear su afición, y es que ya se había gastado la herencia de su padre, pero también la de sus hermanos.
Tras dos intentos fracasados acabó llegando a un acuerdo con Carlos III: donaría toda su colección a cambio de ser director vitalicio del Real Gabinete de Historia Natural, con un sueldo fijo. Así, el recién creado Gabinete se asentó en el palacio de Goyeneche, sede de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en la calle Alcalá.
Un Prado lleno de huesos
Las paredes de una de las pinacotecas más famosas no estaban pensadas, en principio, para que colgaran cuadros de ellas. La colección del Real Gabinete no hacía más que crecer (daría lugar no solo al Museo de Ciencias Naturales sino también al Arqueológico y al Museo de América) y se buscaba un edificio que pudiera contener todo aquello.
El arquitecto Juan de Villanueva se encargó del proyecto pero fue frenado por la invasión napoleónica. En lugar de acumular pinturas, joyas o animales disecados sirvió para guardar fusiles y otro armamento de las tropas francesas. Tras la Guerra de la Independencia, el edificio estaba destrozado. De vuelta en el trono, "Fernando VII y su mujer decidieron que fuera una pinacoteca", comenta López García-Gallo.
El actual edificio del museo, conocido como Palacio de las Artes y la Industria, fue ideado con motivo de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1881, aunque las obras finalizaron en 1887 y la colección se trasladó a comienzos del siglo XX. Ha sido compartido con otros museos (el del traje), la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales (que todavía sigue) y hasta un cuartel de la Guardia Civil. "Actualmente, el museo se queda pequeño, tendría que salir de este entorno y ocupar muchos más metros, porque la colección y la calidad de los ejemplares y los trabajos científicos lo requiere", reivindica.
El elefante que cruzó medio mundo
En el siglo XVIII era imposible ver animales exóticos a no ser que te movieras a su entorno natural, a miles de kilómetros de la Península Ibérica. Sin embargo, Carlos III llegó a tener cuatro elefantes. "Le gustaban mucho", reafirma López García-Gallo. El más famoso de todos fue un regalo del gobernador de Filipinas, un elefante asiático que viajó de Manila a la isla de San Fernando (Cádiz) en barco en un trayecto que duró 180 días. Una vez allí, quedaban otros 40 hasta llegar a la Granja de San Ildefonso, en Segovia, residencia de veraneo de los reyes.
Los siete meses de viaje no acabaron con el paquidermo (era muy habitual que este tipo de 'regalos' fenecieran durante el trayecto) y poco después fue trasladado a Aranjuez "para que pudieran verlo los madrileños". Murió cuatro años después de llegar a España, en 1777, posiblemente debido a que no pudo adaptarse bien a un clima completamente alejado del tropical, seco y muy frío en invierno.
Carlos III ordenó disecarlo y se exhibe actualmente en la sala dedicada al Real Gabinete, junto a su esqueleto. "Es una de las piezas más valiosas ya que se trata de uno de los ejemplares naturalizados más antiguos que se conocen", apunta la vicedirectora de Cultura Científica.
El 'goya' oculto en los sótanos
Con casi 10 millones de piezas en su haber, el Museo de Ciencias Naturales no deja de dar sorpresas. Algunas de ellas tardan 200 años en salir a la luz, como un cuadro de una osa hormiguera que adornaba hasta hace poco el despacho de su director. Se trataba de otro de los regalos a Carlos III, estaba vez desde la lejana Argentina. "Sabemos que el envío de criaturas exóticas se intensificó en la década de 1770, especialmente después de inaugurarse el Real Gabinete de Historia Natural".
El rey encargó al reputado pintor alemán Anton Raphael Mengs que inmortalizara al mamífero, que murió tras seis meses deambulando por los recientemente nombrados Patrimonio de la Humanidad jardines del Buen Retiro, "probablemente por la falta de hormigas".
Siendo Mengs un artista de prestigio, es probable que encargara la obra a alguno de los aprendices de su taller. Entre ellos estaba un tal Francisco de Goya y Lucientes. No fue hasta 2011 que un especialista en la obra de Mengs, Javier Jordán de Urríes, aventuró que ese cuadro podría haber sido pintado por el genio aragonés, basándose en el paisaje que rodea al animal, que incluye elementos muy característicos de su pincel. Tras la exhaustiva investigación, el museo decidió ponerlo en el lugar que se merece, expuesto al público en la sala dedicada a sus orígenes.
Un perezoso de seis metros
Se trata quizá de la pieza más importante del museo, una joya de la Paleontología. Al igual que la osa hormiguera, procede de Argentina, pero éste ya había muerto unos miles de años antes de emprender el viaje a España. "Carlos III quería encontrar uno con vida, lo que era realmente complicado", bromea López García-Gallo. Es un megaterio, un perezoso gigante (podían llegar a medir 6 metros y pesar 5 toneladas) que se extinguió hace entre 8.000 y 10.000 años, en plena decadencia de la megafauna americana.
Su importancia reside en ser el primer esqueleto de un animal extinto encontrado y montado en la postura que supuestamente tenía en vida. Es decir, era una prueba fehaciente de que la historia del planeta era más larga de lo que se imaginaba, tanto que había dado tiempo a proliferar y extinguirse a especies anteriores al hombre, en una época en que eso era tachado de imposible y contrario a la Biblia.
El francés George Cuvier, padre de la paleontología, describió el animal como pariente lejano de los perezosos y lo nombró Megatherium americanum, gracias a los dibujos del ilustrador científico Juan Bautista Bru. Sin embargo, la postura con que fue reconstruido es más parecida a la de un oso: por razones historiográficas el museo ha decidido dejarlo así, mientras que una silueta a sus espaldas muestra la forma más probable de este mamífero gigante.
Reconstruir un elefante sin saber cómo son
Si hay una familia ligada a la taxidermia en España es la saga de los Benedito, que lleva desde mediados del siglo XIX perfeccionando su arte. Y es que sus trabajos elevaron de categoría esta forma de artesanía, sobre todo los de los hermanos José María y Luis, que son los autores de la mayoría de dioramas y naturalizaciones que se pueden ver en el museo y que datan de principios del siglo XX.
"Ignacio Bolívar, director del museo en las primeras décadas del siglo, luchó por que la taxidermia pudiera disponer de espacio propio y dejar de ser un simple apoyo técnico", explica López. "En una época en que no había documentales, mostraba a los ciudadanos la riqueza del mundo natural".
José María estaba especializado en aves y Luis en mamíferos. Este último "concebía sus obras como auténticas esculturas" y trajo a España la innovadora técnica de la dermoplastia. Su mayor éxito consistió en transformar 600 kilos de piel de elefante africano en una escultura increíblemente realista sin haber visto en su vida un solo espécimen.
Cazado en Sudán por el duque de Alba en 1913, éste donó la piel al museo, que estuvo diez años guardada en el sótano. Benedito tardó siete años en reconstruir al elefante documentándose con fotografías y grabados y construyendo un armazón de madera, malla metálica y escayola que pesaba más de tres toneladas. Un trabajo de tal magnitud no podía hacerse en el pequeño espacio del museo, por lo que el taxidermista lo realizó en el Real Jardín Botánico, para trasladarlo posteriormente subido a una plataforma y remolcado por un camión. Esa plataforma es en la que sigue subido hoy en día.
La única licencia creativa que se tomó Benedito al reconstruir al elefante, quizá forzado por la falta de información, fue la de colocarle al animal unos testículos acordes a su tamaño. Craso error: las gónadas del este mamífero son internas.
El diplodocus donado a Alfonso XIII
Se trata de una de sus piezas más icónicas: 'Dippy' es un diplodocus de unos 25 metros que reina en el ala de Geología del museo. Sin embargo, no es el original: se trata de una réplica regalada por Andrew Carnegie, uno de los cinco supermillonarios estadounidenses del siglo XIX (junto a John D. Rockefeller, Cornelius Vanderbilt, J.P. Morgan y Henry Ford), a Alfonso XIII a principios del siglo XX.
Carnegie no solo era el rey del acero y uno de los hombres más ricos de la historia sino que también destacó como un conocido filántropo, construyendo bibliotecas por doquier y levantando el famoso Carnegie Hall. Además, financió varias expediciones en busca de huesos de dinosaurios en las salvajes tierras del medio oeste norteamericano. No en vano, el nombre científico de 'Dippy', como llaman al fósil original en el Museo de Pittsburgh, donde se conserva, es Diplodocus carnegii. El millonario estaba tan entusiasmado con el descubrimiento que ordenó fabricar varias réplicas y enviarlas a los principales museos de historia natural del mundo.
La llegada del diplodocus a Madrid fue toda una sensación. "Su esqueleto llegó en 34 cajas que pesaban 4.028 kilos", comenta López García-Gallo. La reina María Cristina y la infanta Beatriz inauguraron este esqueleto el 2 de diciembre de 1913, siendo el primer dinosaurio que se pudo observar en España.
El diplodocus español tiene una particularidad que lo diferencia de, pongamos por caso, el ejemplar enviado a Londres. Al igual que con el megaterio, el museo ha decidido mantener la postura original y no adaptarla a las evidencias actuales. En otros lugares han preferido ofrecer la visión anatómicamente correcta, con el cuello y la cola en equilibrio. El de Madrid eleva su cabeza con una grácil curvatura mientras arrastra la cola por el suelo, como en las estampas antiguas de los dinosaurios. Así que cuando llegamos a la gran sala de Geología del museo no solo estamos viendo un animal del pasado sino que además lo vemos con los ojos de hace cien años.
Animales en la caja fuerte del Banco de España
Una de las figuras capitales del Museo Nacional de Ciencias Naturales es Ignacio Bolívar, su director durante más de 30 años. Gran entomólogo, descubrió más de mil especies nuevas de insectos y escribió más de 300 libros y monografías. Además, tuvo el honor de sustituir a Santiago Ramón y Cajal como presidente de la Junta de Ampliación de Estudios, el germen del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), tras la muerte de este en 1934.
Bolívar dio al museo categoría, respeto y entidad. Mejoró los recursos, impulsó la investigación y logró una sede del nivel que correspondía, en el Palacio de las Artes y la Industria, tras haber sido desahuciado del Palacio de Goyeneche e instalado en un frío sótano de la Biblioteca Nacional.
Todo se truncó con la Guerra Civil. "Bolívar y parte de su personal se trasladaron a la delegación en Valencia; en Madrid se quedó el genetista Antonio de Zulueta como director en funciones". Las colecciones se dividieron para trasladarlas a lugares más seguros. "El fondo bibliográfico más valioso se trasladó a la iglesia de San Francisco el Grande; unos 70 grupos de aves y mamíferos preparados por los Benedito se llevaron al Museo del Prado, que ofrecía mayor seguridad, adquiriendo de este modo la consideración de tesoro nacional, y las piezas más valiosas se trasladaron al Banco de España", explica López.
A sus 89 años, Bolívar acabaría exiliándose en México, donde moriría en 1944. Tras la guerra se crearía el CSIC y el museo se dividió en tres institutos: el Lucas Mallada de Geología, el Instituto de Entomología y el Instituto José de Acosta de Zoología.