España arde. En lo que va de año, los incendios han arrasado casi 200.000 hectáreas forestales. Según el Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales (EFFIS, por sus siglas en inglés), en poco más de seis meses, se han superado las cifras de 2012, año en el que se batió el fúnebre récord de 189.176 hectáreas calcinadas.
Uno de los incendios más preocupantes de los últimos días ha sido el del Valle del Jerte (Cáceres). De él, el director de Política Forestal de la Junta, Pedro Muñoz, decía que tenían claros indicios de que había sido provocado.
No es nada raro. Según el último informe que elabora por decenios el Ministerio de Agricultura, las negligencias y accidentes y la intencionalidad son las causas que copan el 87,35% de la superficie total forestal afectada. Entre las razones más frecuentes están la quema agrícola ilegal y abandonada (37,85%), quema para regeneración de pastos (29,99%), otras (8,34%) y la piromanía, con un 7,17%.
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Los pirómanos viven entre nosotros desde que el mundo es mundo. Sólo hay que echar un vistazo a la Roma imperial y a Nerón. A muchos les sonará la leyenda por la mítica Quo Vadis, en la que un sobresaliente Peter Ustinov, en el papel de emperador, ordenaba quemar la ciudad para poder contemplar una tragedia de verdad.
La historia, en cambio, difiere del relato del filme y, si bien hay historiadores que apuntan a que lo hizo para poder reconstruir la urbe, otros afirman que ni siquiera fue él el culpable.
Sea como fuere, la leyenda es útil para abrir el melón de la etiqueta 'pirómano', ya que, en el caso de que Nerón hubiese quemado Roma por alguna de esas razones, no sería un pirómano, sino un incendiario.
"Pirómanos hay pocos"
"La piromanía se da cuando hay una pura satisfacción psicológica por el fuego, pero de esos hay pocos", detalla Juan José Carrasco, psiquiatra y médico forense.
En su dilatada carrera profesional, Carrasco admite que sólo se ha encontrado con un caso que cumpliese con la definición psiquiátrica. "Los demás son incendiarios, que pueden estar movidos por algún tipo de trastorno, como la esquizofrenia, o directamente, por deseos de venganza, como el hombre que quiere hacer daño a su mujer y le quema la casa; de esos he visto yo", explica.
Su relato coincide a pies juntillas con la literatura científica que hay sobre el tema. Por ejemplo, un estudio publicado en la revista BMC Psychiatry en 2005, analizó los casos de 90 personas convictas por haber provocado fuego deliberadamente. De todas ellas, sólo tres cumplían con los criterios del trastorno.
Una investigación más reciente, de 2017, titulada El perfil psicriminológico de los pirómanos, establecía la prevalencia estimada entre un 0 y un 4% de la población. Sin embargo, matiza: "A pesar de que la piromanía ha sido reconocida como un trastorno mental durante más de 200 años, la prevalencia es todavía incierta".
La piromanía fue reconocida como enfermedad por el primer Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-I, por sus siglas en inglés). Actualmente, figura dentro de los trastornos disruptivos, del control de los impulsos y de la conducta. Se define, tal y como ha señalado Carrasco, como el "sentir fascinación, interés o curiosidad por el fuego y su contexto".
El manual, asimismo, deja un espacio para los incendiarios. Según describe, son aquellos que "incendian con premeditación, por lucro, perjuicio o venganza, para ocultar un crimen, por ideología sociopolítica o para llamar la atención o ganar reconocimiento". Para ellos, las tasas de prevalencia son mayores, hasta un 21% de la población en general.
"No te puedes imaginar para la cantidad de cosas que se utiliza el fuego", apunta Carrasco. "Es un elemento primitivo que se usa para todo, desde para vengarse de un vecino hasta para deshacerse de un cadáver".
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El psiquiatra añade que en ciertos tipos de trastornos (esquizofrenia, oligofrenia, trastornos por consumo de sustancias, etc.) también es un elemento muy presente. "En los psiquiátricos, por ejemplo, se han producido incendios por quema de colchones".
La realidad que emana de estos datos es, como sentencia el experto, que "no todo el que le echa mano a una cerilla es un pirómano". De hecho, queda claro que son los menos.
Factores de riesgo
De ser así, es un dato que puede ser hasta aliviador, ya que Carrasco se muestra muy tajante respecto a ellos: "No tienen un tratamiento efectivo".
Probablemente, la dificultad de estos casos se deba al complicado perfil que presentan. Según indica la investigación de 2017 antes citada, entre los factores de riesgo que se han destacado en la piromanía sobresalen la disfunción familiar, el abuso sexual en la niñez, discapacidad intelectual, baja autoestima y abusos de sustancias.
También hay evidencias que constatan que la crueldad a los animales y hacia las personas se correlaciona con la severidad y la reincidencia de la conducta pirómana.
Además, como reza el DSM-V, el pirómano puede llegar a experimentar placer, gratificación al intervenir en las consecuencias de su incendio. Esto lo confirma el psiquiatra. El individuo, muchas veces, se siente a gusto cuando va a apagar el fuego.
Incluso, al igual que un incendiario que quiera buscar atención, puede percibir un deseo narcisista de reclamar su obra, aunque, como espeta Carrasco, "suele reprimirse porque las penas son muy altas".
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Tiene razón, muy pocas veces se pilla al causante de un incendio. Concretamente, según datos del Ministerio, sólo se logra identificarlos en un 17% de los casos. La reforma del Código Penal del año 2015 endureció las penas para aquellos que provoquen un incendio forestal y, actualmente, según los daños y la intencionalidad, la condena puede ir entre uno a 20 años de prisión.
¿Bombero e incendiario?
En varios de los casos en los que se ha conseguido detener al incendiario ha sido porque estaba relacionado, de una u otra forma, con el fuego, ya sea participando en las batidas o, sorprendentemente, como bombero.
Así ocurrió en Alemania en 2017, cuando un bombero llamado John Orr fue detenido por haber provocado alrededor de 2.000 fueros a lo largo de su vida. Su historia la contó EL ESPAÑOL.
No obstante, no hay que irse tan lejos para saber de algo igual. En 2019, toda España quedaba asombrada con la historia de Luis Trueba, jefe de protección civil de Ramales de la Victoria (Cantabria), condenado por la Audiencia Provincial a tres años y medio de prisión por provocar un incendio que, en ese año, calcinó 144 hectáreas de arbolado y matorral. Todavía, asombran sus fotos extinguiendo el fuego que él mismo había provocado.
"Pues sí, puede haber historias como las de los bomberos, pero ya te digo que no son muchas. Los hay, pero pocos. Nuestro problema son los incendiarios", termina Carrasco, que desea y espera que se cambien las tornas y se comiencen a emplear con propiedad dos términos que, como hemos visto, acoplan multitud de realidades: enfermos del fuego, enfermos, imprudentes y malas personas.