¿Qué ocurre en el intervalo entre la vida y la muerte? No son pocas las respuestas que se han dado, incluso desde la ciencia, a esta cuestión que siempre suscita cierto escalofrío cada vez que se formula. Recientemente, el científico del CSIC Álex Gómez-Marín describía que en su experiencia cercana a la muerte no había visto un túnel, aunque sí un pozo. Sin embargo, un nuevo estudio ofrece pruebas de que la luz al final del túnel que se asocia con la llegada de la muerte no es tan descabellada como parece.
Los investigadores de la Universidad de Michigan (UMich) en Estados Unidos que han realizado este trabajo utilizaron los datos de cuatro pacientes que fallecieron por parada cardiaca en el hospital mientras estaban bajo monitorización por electroencefalograma (EGG). Por el momento, el EGG es la única medida de la actividad cerebral que constituye un indicador de qué tan despierto está un paciente, ya sea al salir de una anestesia o para saber cómo de profundo es el coma, como le sucedía a todos los pacientes analizados.
Pero como ninguno de los tratamientos que se les aplicó tuvo el efecto deseado, se decidió retirarles el soporte vital, con el correspondiente permiso de sus familias. La sorpresa llegó al comprobar los resultados de dos de los pacientes una vez se le había desconectado de cualquier vía que pudiera mantenerlos con vida. Estos no sólo experimentaron un aumento en la frecuencia cardiaca, sino que también mostraron una fuerte actividad de las ondas gamma. Se trata de un tipo específico de ondas cerebrales que se vincula con la conciencia, por lo que el hallazgo podría explicar el fenómeno de las experiencias cercanas a la muerte.
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"La forma en que la experiencia vívida puede surgir de un cerebro disfuncional durante el proceso de la muerte es una paradoja neurocientífica. Vimos posibles neurofirmas de conciencia", explica la investigadora de la Universidad de Michigan Jimo Borjigin y autora principal de este estudio que se acaba de publicar en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences.
Qué experimentaron los pacientes
Lo más llamativo es que la actividad cerebral se descubrió en la conocida como zona caliente de los correlatos neuronales de la conciencia en el cerebro, la unión entre los lóbulos temporal, parietal y occipital en la parte posterior de este órgano. Anteriores estudios ya habían relacionado esta zona con los sueños, las alucinaciones visuales en la epilepsia, la recuperación de la memoria y los estados alterados de conciencia.
Los pacientes en los que detectaron actividad cerebral tras la muerte tenían informes previos de convulsiones, pero ninguna convulsión durante la hora anterior a su muerte. Por su parte, los otros dos pacientes no mostraron el mismo aumento de la frecuencia cardiaca al retirarles el soporte vital ni presentaron un aumento de la actividad cerebral.
De hecho, la autora principal reconoce que con estos datos no es posible extraer grandes conclusiones debido al pequeño tamaño de la muestra. "No podemos establecer correlaciones entre las señales neuronales de la conciencia observadas y la experiencia correspondiente en los mismos pacientes de este estudio".
Además, tampoco existe evidencia del significado fisiológico de las ondas gamma y de una posible conciencia encubierta durante el proceso de la muerte, pese a que en el estudio queda demostrado que el cerebro cuando está a punto de morir aún puede permanecer activo. También sugieren la necesidad de reevaluar el papel del cerebro durante un paro cardíaco.
"Estudios multicéntricos más amplios, que incluyan a pacientes de la UCI con EEG monitorizado que sobreviven a una parada cardiaca, podrían aportar datos muy necesarios para determinar si estas ráfagas en la actividad gamma son o no pruebas de una conciencia oculta incluso cerca de la muerte", reclama Borjigin en esta nota de prensa de la UMich.
Este estudio, en realidad, es la continuación de un trabajo más amplio que comenzaron hace 10 años desde el Departamento de Fisiología Molecular e Integrativa y del Departamento de Neurología, liderado por la propia Borjigin. Este grupo de investigadores realizó varias pruebas en ratas en situación de muerte clínica para estudiar qué ocurría con su actividad cerebral.
Tras inducir un paro cardíaco a los animales anestesiados, lo normal sería pensar que al dejar de haber flujo sanguíneo, el cerebro de las ratas dejara de funcionar. Sin embargo, los resultados revelaron que sus firmas eléctricas de conciencia excedían los niveles encontrados en el estado de vigilia de los animales. Es decir, que a pesar de que estuvieran muertas, su cerebro permanecía activo, al igual que sucedió años más tarde en el estudio con humanos.
Estudios con muestras pequeñas
Tampoco es la primera vez que se ha descubierto actividad cerebral después de la muerte. Sin embargo, este tipo de estudios se caracterizan por contar con una muestra muy reducida. Es el caso de la primera investigación en la que se detectó que las ondas gamma permanecen activas más allá de la vida.
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En realidad, este descubrimiento se produjo por casualidad, ya que los investigadores de la Universidad de Tartu en Estonia estaban midiendo las ondas cerebrales de una persona de 87 años que sufría epilepsia. Al igual que los cuatro pacientes del estudio citado antes, la actividad cerebral del octogenario estaba siendo registrada mediante electroencefalografía (EGG) de forma continuada para poder detectar las convulsiones.
Aunque durante el proceso de monitorización el paciente sufrió un infarto y falleció. Quedó entonces un registro de 900 segundos de actividad cerebral, antes y después de la muerte. El neurocirujano de la Universidad de Louisville (Estados Unidos) Ajmal Zemmar aprovechó estos datos para elaborar un análisis que se publicó el pasado año en Frontiers in Aging Neuroscience.
Zemmar descubrió que en los instantes previos y posteriores a la muerte se producía un aumento en las oscilaciones cerebrales. En esta ocasión, no sólo se observó cambios en las ondas gamma, sino que también se detectaron en otras como las delta, theta, alfa y beta. Esas ondas rítmicas, según detalla el neurocirujano, seguían los mismos patrones que cuando el cerebro desarrolla tareas que requieren un alto nivel cognitivo, como memorizar, soñar, concentrarse o meditar. Pero, en sintonía con su colega Borjigin.
Este investigador lamenta, como sus compañeros de la Universidad de Michigan, que es imposible saber qué experimentaron los pacientes puesto que ninguno de ellos sobrevivió. Algunas personas que han sido recuperadas mediante desfibriladores o reanimación cardiopulmonar (RCP) sí que han podido relatar su experiencia: imágenes del pasado, de amistades o de familiares fallecidos. Se trata, en realidad, de recuerdos que se "guardan" en el mapa de conexiones en el que se graba tanto nuestra experiencia vital y nuestros conocimientos, tal y como explican los investigadores del CSIC Óscar Herreras y Mar Gulis en este artículo de 20minutos.
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