La ciencia se pudre: los artículos falsos y los plagios se disparan sin que nadie pueda detectarlos
Un estudio concluye que las falsificaciones de artículos suponen ya el 28% del total. Las 'granjas de artículos científicos' estarían detrás del aumento.
18 mayo, 2023 02:41Una investigación apunta que anualmente se publican casi 400.000 artículos científicos falsificados en todo el mundo. Aunque su metodología se ha puesto en duda, revela un problema cada vez mayor que está haciendo tambalearse los cimientos mismos de la ciencia del último medio siglo.
El trabajo, liderado por el psicólogo de la Universidad Otto von Guericke de Magdeburgo (Alemania) Bernhard A. Sabel, compara una muestra de 400 artículos que se sabe que son falsificaciones con otros 400 que presumiblemente no lo son para obtener posibles indicadores de sospecha. Contactaron con sus autores y en función de las respuestas –o mejor dicho, de la falta de ellas– determinaban el nivel de sospecha.
Así, el uso de un correo electrónico no institucional, la afiliación de un hospital y no a un organismo investigador marcarían un artículo como potencialmente sospechoso. Aplicando esto a 15.120 referencias de la base de datos de investigación biomédica PubMed, la mayor del mundo, los autores concluyen que, entre 2010 y 2020, el número de publicaciones potencialmente falsas ha crecido del 16% al 28%. Es decir, que al menos uno de cada cuatro artículos científicos publicados en 2020 estaría bajo sospecha.
Extrapolando estas cifras al volumen de artículos publicados recogidos ese año en Scimago, una de las mayores plataformas de medición de la influencia científica de las revistas, 383.000 de estos serían falsificados, de un total de 1,33 millones.
Algunos científicos han arqueado las cejas al leer el artículo. Primero, porque todavía no ha sido revisado por expertos independientes, un criterio básico de validez científica. Segundo, porque, aunque la capacidad para identificar artículos potencialmente falsos es alta (90% si al correo electrónico y a la afiliación se le añade una tercera pata, la alta presencia de estudios retractados en la bibliografía), el número de falsos positivos está más allá de lo aceptable: un 37%, es decir, que uno de cada tres artículos fiables también se identifica como sospechoso.
Y tercero, porque los criterios usados para marcar un artículo como potencialmente falso ponen en desventaja la ciencia que se hace fuera de los Estados Unidos y la Unión Europea. Carl T. Bergstrom, profesor de Biología en la Universidad de Washington, señalaba que "si los autores de fuera de EEUU/UE tienen mayor probabilidad de utilizar correos electrónicos no institucionales, el detector los seleccionará de manera desproporcionada".
Entre otras cosas, porque estos investigadores publican más en revistas de bajo impacto, una característica asociada a los artículos falsos. "A pesar de que no quiero dar a entender nada sobre las motivaciones de los autores, su artículo tiene consecuencias racistas", sentenciaba.
"Su artículo establece un detector que ellos mismos muestran que no funciona, y que tenemos razones para esperar que señale desproporcionadamente artículos de Asia y el sur global, y entonces concluye que esta área es la que más contribuye a las publicaciones falsas".
Con todos los fallos, el artículo no hace sino intentar poner cifras al 'elefante en el garaje' de la ciencia, uno que está creciendo tanto que ya es imposible no ver. "Es verdad que la metodología es cuestionable", comenta el físico Joaquín Sevilla, "pero hay pruebas de otro tipo y ya nadie cuestiona que puede haber un porcentaje de artículos que procedan de 'granjas'. Aunque fuera el 5% ya es un porcentaje significativo, imagina una enfermedad que tenga una de cada 20 personas".
Se refiere a los llamados 'papers-mills', literalmente fábricas o granjas de artículos científicos, oscuras empresas dedicadas a la asesoría académica que en realidad facturan y venden artículos que pueden pasar por científicos. Estos no pasarían la criba de una Nature o una Science, pero sí se cuelan fácilmente en revistas de acceso abierto cuyo objetivo no es el avance de la ciencia sino facturar a quienes quieren publicar en la misma.
Granjas de artículos
El problema es que identificar todas las falsificaciones es más difícil de lo que parece porque estas granjas de artículos son solo una parte del problema. Vender autorías de artículos reales, manipular imágenes, intercambiar firmas, etc. está a la orden del día y a las instituciones no les suele interesar, precisamente, airearlas.
Sevilla, catedrático de Tecnología Electrónica en la Universidad Pública de Navarra, es autor –junto al biólogo Juan Ignacio Pérez Iglesias– de Los males de la ciencia, un libro donde enumera todos aquellos problemas que ponen palos en las ruedas del desarrollo científico. Y el sistema de publicaciones ocupa un lugar destacado.
Una investigación reciente sobre retractaciones (la retirada de artículos científicos por errores, conclusiones incorrectas, etc.) pone a China e India a la cabeza, aunque el crecimiento en los últimos años ha sido global.
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"Hace 10 años ya existían estas granjas, no es algo nuevo", explica Sevilla. La mayoría de estas empresas se encuentran precisamente en estos dos países y su auge ha dado lugar a un fenómeno relativamente reciente: mientras que las retractaciones siempre han existido, es ahora cuando se están viendo retractaciones masivas.
Tanto China como India son dos potencias emergentes de la investigación donde la presión por publicar es tal que muchos jóvenes científicos las utilizan para no quedarse atrás.
Se resume en la famosa frase "publica o perece". Para poder optar a puestos, títulos, becas, etc. uno necesita que su nombre aparezca en un número mínimo de artículos publicados en un número mínimo de revistas con determinado prestigio.
'Dopaje' académico
"Esa frase se acuñó como una broma pero ahora es algo muy serio", advierte Sevilla. "Hay estudios sobre salud mental en estudiantes de doctorado donde esa presión por publicar va más allá de lo razonable y se buscan todo tipo de estrategias".
No son solo aquellos que se inician en la carrera investigadora. "Los currículos van al peso", comenta con sorna el físico y matemático Álvaro Peralta Conde, profesor asociado en la Universidad Camilo José Cela. "Cuanto más pese, más oportunidades tienes".
Esto sirve también para las vacas sagradas de la investigación científica. "Hay catedráticos que caen ante estas prácticas por la competitividad, es como cuando Lance Armstrong ganaba el tour, que iba dopado hasta las cejas".
Pero las universidades miran para otro lado, "no van a dejar escapar a un tipo que puede traer dos millones de euros en financiación de proyectos". De hecho, en el estudio de artículos falsificados se mencionaque la compra-venta de autorías puede alcazar precios de hasta 25.000 euros. "Eso no lo va a pagar un investigador individual, sale de los fondos del centro o de un proyecto en cuestión".
Peralta es vocal de la Oficina Española de Integridad en la Investigación, una asociación que busca apoyar a todos aquellos investigadores víctimas de malas prácticas o acoso. Y reconoce que ha sido contactado por ciertas empresas que le ofrecían "ganar un dinero extra ayudando a otras personas con sus trabajos de fin de grado, de máster, correcciones... con absoluta confidencialidad. Ni les contesté".
Antonio Herrera Merchán, que denunció un caso de falsificación y lo pagó con su carrera investigadora, es secretario de la Oficina. "Los artículos falsificados son solo la punta de lanza de muchos casos", comenta. "Pero el texto falla en el método porque varias formas de mala praxis, como los autores fantasma, no se detectarían de este modo".
El problema va a ir en aumento con el uso de herramientas de inteligencia artificial como ChatGPT y otras, pues no solo se trata de falsificar texto sino imágenes. "El problema es que muchas veces tienes que demostrarlo, y ¿cómo lo haces?"
Álvaro Peralta apunta que, corrigiendo trabajos de fin de grado y de máster, se nota cuándo uno está escrito por inteligencia artificial. De hecho, la herramienta anti-plagios más popular en el sector académico, Turnitin, "ya te detecta si el texto lo ha escrito una IA".
La crisis, también en la ciencia
¿Por qué ahora se da este auge de las falsificaciones y las malas praxis? Joaquín Sevilla apunta a una fecha concreta: el 15 de septiembre de 2008. Ese fue el día en que el banco de inversión Lehman Brothers presentó su declaración formal de quiebra.
La ciencia se resintió de la gran recesión. "Fue la primera vez desde la II Guerra Mundial que los fondos de I+D disminuyeron de forma significativa. Desde que se crea el concepto de ciencia de estado, bien porque aumentaba el PIB y se mantenía el porcentaje dedicado a investigación, bien porque el PIB crecía poco pero el porcentaje de investigación aumentaba, siempre hubo un incremento de la financiación de la I+D. Hasta que llegó la crisis".
Esto hizo disparar la competitividad y la búsqueda de métodos alternativos para crecer académicamente, apunta el físico. "Hace década y media esto no ocurría, era marginal".
Por eso, para volver a la situación anterior, propone que la evaluación de trabajos científicos no se guíe por el peso. "Tiene que haber unos indicadores mínimos pero no que se coja simplemente quien tiene unas cifras bibliométricas más altas".
De forma paralela a este aumento de la mala ciencia han salido medios especializados como Retraction Watch o investigadores que se centran en descubrir fraudes científicos, como John Ioannidis o Elizabeth Bik. "Empieza a haber un sector de estudio".
Antonio Herrera menciona la creación de comités de integridad con capacidad sancionadora, "no como los que hay ahora ya que, al no haberla, es un poco papel mojado".
En el foco están las editoriales, que cobran por publicar en acceso abierto "y se lavan las manos cuando denuncias una falsa autoría". Otros investigadores han propuesto una revista de acceso abierto puramente pública, española "y transparente".