Bésame, bésame mucho, decían los versos del famoso bolero de Consuelo Velázquez. Desde el grafiti del beso entre Leonid Brezhnev y Erich Honecher en Berlín, hasta la foto de la enfermera y el marinero celebrando la victoria estadounidense sobre Japón en la Segunda Guerra Mundial, los besos han demostrado ser como el comer, un comportamiento más de nuestro día a día. La pregunta es, ¿de dónde viene esta práctica? ¿Cómo de antigua es? Un nuevo estudio publicado en la revista Science ha encontrado las respuestas.
Un equipo comandado por investigadores de la Universidad de Copenhague y de Oxford ha logrado dar con el registro histórico más antiguo de un beso. Se trata de unas tablillas de la antigua Mesopotamia datadas hace 4.500 años, mil años antes de lo que hasta ahora se creía.
Fueron los estudios del profesor y jefe del departamento de antropología de la Universidad de Texas A&M Vaughn Bryant los que llevaron a pensar que las primeras referencias de un comportamiento similar provenían de los Vedas, los textos más antiguos de la literatura india y que datan de hace unos 3.500 años. Su parte más antigua está fechada entre el 1.500 y el 1.200 a. C.
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Según explicó el profesor en 1998 para Chicago Tribune, por mucho que lo intentara no había sido capaz de encontrar un registro más antiguo, pero las nuevas tecnologías han dado la oportunidad de excavar —y nunca mejor dicho— más en la historia.
La cuna de la civilización
"En la antigua Mesopotamia, que es el nombre que otorgamos a las primeras culturas humanas que existieron en los ríos Éufrates y Tigris, lo que hoy conocemos como Irak y Siria, se escribía en escritura cuneiforme sobre tablillas de arcilla. Muchas de estas tablillas han llegado hasta nuestros días y contienen ejemplos claros de que en la antigüedad los besos se consideraban una parte de la intimidad romántica, igual que podían formar parte de las relaciones de amistad y de parentesco", describe Troels Pank Arbøll, asiriólogo especializado en el estudio de textos cuneiformes con fines médicos y uno de los autores del estudio.
La cuna de la civilización se convierte también en la del primer beso, un comportamiento que sigue entrañando muchos misterios. Entre ellos, el porqué nos besamos. La teoría está dividida entre comportamiento aprendido y comportamiento innato. De la última es partidaria Sophie Lund Rasmussen, bióloga de la Universidad de Oxford y coatura del trabajo de Science. "La investigación en bonobos y chimpancés, los parientes vivos más cercanos a los humanos, ha demostrado que ambas especies se besan, lo que puede sugerir que la práctica del beso es un comportamiento fundamental en los humanos, explicando por qué se puede encontrar en todas las culturas".
En contraposición y tirando hacia la versión de comportamiento aprendido cuadraría también lo que argumentó en su momento Vaughn Bryant. Según él, la extensión del comportamiento del beso se produjo gracias a la Campaña de la India de Alejandro Magno, cuando conquistó el Punjab (zona que actualmente comprende áreas del este de Pakistán y norte de la India) en el 326 a. C. "Cuando sus generales regresaron a sus países de origen, trajeron consigo los besos". Si bien, las conquistas del macedonio también incluyeron los territorios de la antigua Mesopotamia, por lo que ambas teorías encajarían.
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Sea como fuere, la investigación de Science no querido ahondar en cómo se extendió. Lo ha hecho más bien en las consecuencias que tuvo que esto sucediera. Como adelanto, se podría decir que cambió la historia, pero para mal.
Las enfermedades del beso
Además de la importancia que tiene el beso en el comportamiento social y sexual, involuntariamente, ha sido el aliado perfecto para la transmisión de microorganismos, provocando la propagación de distintos virus entre los humanos.
Las enfermedades infecciosas también han existido desde el mundo es mundo. Lo demuestra los avances recientes en tecnología para extracción de ADN antiguo, que han permitido la detección de una amplia gama de genomas de patógenos, como el virus del herpes simple, el virus de Epstein-Barr y el parvovirus humano B19, en restos humanos antiguos. Estos patógenos son capaces de atacar a las personas a través de varias rutas de transmisión, como la saliva, lo que transforma al beso como un medio potencial de propagación de infecciones. De hecho, el virus de Epstein-Barr es la causa más común de la mononucleosis infecciosa, popularmente conocida como la enfermedad del beso.
Ahora lo sabemos, pero antaño los humanos estaban muy lejos de imaginar que eran los besos lo que estaban causando, por ejemplo, esas heridas tan raras en sus bocas. Y es que los investigadores han descubierto en estas tablillas que en la antigua Mesopotamia se hablaba mucho de una enfermedad conocida como bu'sa-nu, que definían como una especie de furúnculo o pústula alrededor de la boca. Era el virus del herpes simple haciendo de las suyas.
No obstante, no todo el mundo estaba tan cegado por la práctica del beso. En el artículo de Science se menciona la carta de una mujer en el 1.775 a. C. que vivía en un harén y que había contraído una enfermedad que le ocasionaba "lesiones". Para evitar que los demás enfermaran, pidió a todo el mundo que no bebiera de su taza, durmiera en su cama o se sentara en su silla. Sin duda, una mujer muy lista.