Las discusiones políticas han vuelto a la mesa. Y no, no es Navidad. Es la antesala del 28M, día en el que 12 comunidades y más de 8.000 ayuntamientos celebran elecciones. La cosa se pone calentita en la reunión familiar. Tu cuñado está obcecado con una idea que, a tu juicio, es terrible. Pero no consigues que cambie de opinión. Ni lo lograrás. En su cerebro (y en el tuyo) está actuando el sesgo de confirmación, el culpable de que sea tan difícil que alguien modifique sus creencias sobre algo.
Decía Schopenhauer en El arte de tener razón que quien discute no combate en pro de la verdad, sino de su tesis. Y este es precisamente el problema del sesgo de confirmación, la tendencia a buscar pruebas que apoyen las creencias que ya tenemos e ignorar aquellas que no cuadren con nosotros.
Fue el psicólogo de la University College of London Peter Wason el encargado de dar nombre a este fenómeno. Lo hizo en 1960, en un experimento en el que demostró que, por norma general, las personas tienden a confirmar sus hipótesis en lugar de refutarlas.
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Desde entonces, psicólogos y otras especialidades científicas han intentado comprender cuál es la razón que hace que el cambio de opinión sea algo tan complicado para el ser humano, sobre todo, teniendo en cuenta que el poder hacerlo tiene unas importantes implicaciones políticas y sociales.
Tu cerebro te 'defiende'
Los estudios de Jonas Kaplan son especialmente relevantes en este sentido. Psicólogo de la Universidad del Sur de California, ha comandado varias investigaciones para encontrar los mecanismos que dificultan los cambios de opinión. Según él, la clave está en que, cuando atacan nuestras creencias políticas, interpretamos que se nos está juzgando como persona, por lo que el cerebro activa sus mecanismos de protección. "Cuando nuestro 'yo' se siente atacado, nuestro cerebro activa las mismas defensas que utiliza para proteger al cuerpo", explica.
Lo hace en su investigación más famosa. Publicada en Nature en 2016, se basó en el estudio de 40 sujetos con fuertes convicciones políticas, a los que se intentó hacer que cambiaran de opinión empleando "argumentos razonables". A la par, se probó a desafiar otras ideas no relacionadas con la política. Mientras, eran sometidos a una resonancia magnética funcional, para ver qué regiones cerebrales se asociaban a esta resistencia al cambio.
Se encontró que hay dos partes implicadas en este misterio: la corteza insular y la amígdala. La primera se relaciona con los sentimientos y las emociones. La segunda se encarga de detectar estímulos amenazantes, por lo que su activación hace que aumente la desconfianza y nubla cualquier proceso que pueda llevar al entendimiento.
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Eso sí, cuando se trataba de temas ajenos a la política, estas partes permanecían menos activas. Es más, se observó una buena facilidad de los sujetos para el cambio. Con la resonancia magnética, se comprobó que se activaba el tándem de la corteza orbitofrontal y corteza prefrontal dorsolateral, asociado al razonamiento, la flexibilidad cognitiva y las posibilidades de cambio.
"Una interpretación de estos datos es que el ataque a nuestras creencias activa las mismas regiones cerebrales que las amenazas a nuestra integridad física y, también, que cambiar de creencias no es sólo un proceso cognitivo o racional, sino que es en buena medida un proceso emocional", explica el psiquiatra Pablo Malo en un post de Evolución y Neurociencias.
Política, emoción y creencias
De hecho, los hallazgos de Kaplan cuentan con evidencia previa. Es el experimento realizado por el psicólogo Drew Westen, de la Universidad de Emory (Estados Unidos), que utilizó exactamente la misma técnica para ver qué ocurría en el cerebro de las personas a las que se intentaba hacer que cambiaran de opinión de cara a las elecciones presidenciales estadounidenses de 2004. Se mostró a los participantes contradicciones reales de sus candidatos predilectos, que en este caso eran John Kerry y George W. Bush y, como era de esperar, cada uno excusaba a su político y atacaba al contrario.
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"No vimos ningún aumento en la activación de las partes del cerebro que normalmente se involucran durante el razonamiento", expresó el psicólogo cuando presentó los resultados en la conferencia anual de 2006 de la Society for Personality and Social Psychology. "Lo que vimos, en cambio, fue una red de circuitos emocionales que se encendían, incluidos los circuitos que se suponía que estaban involucrados en la regulación de las emociones".
En su momento, Westen expresó su preocupación por la extrapolación de sus resultados a otros aspectos, como puede ser hacer cambiar de opinión a un jurado popular. Sin embargo, como demostró el trabajo posterior de Kaplan, esto es algo que suele ocurrir tan sólo cuando entran en juego ideales políticos y, de forma similar, religiosos.
"Las creencias políticas y religiosas son una parte muy importante de lo que somos", apunta Malo en el post mencionado. "Para considerar una visión alternativa de nuestras creencias tendríamos que considerar una versión alternativa a nosotros mismos. Cambiar de creencias supondría cambiar de identidad y tener que romper con nuestro grupo, con nuestra tribu y eso es algo realmente costoso. El reto es encontrar la flexibilidad justa a la hora de cuestionar y cambiar nuestras creencias. Habrá que seguir buscando", termina el psiquiatra.