LSD, setas alucinógenas y "la persona más peligrosa de EEUU": así fue el club psicodélico de Harvard
Un nuevo libro recoge la historia de Timothy Leary y otros profesores de la universidad, pioneros en la investigación psicológica con 'drogas'.
19 junio, 2023 02:21Pensando en él, John Lenon compuso dos temas. Uno, Tomorrow Never Knows. El otro, el mítico Come Together. "One thing I can tell you is you got to be free" (Una cosa que puedo decirte es que tienes que ser libre), cantaron The Beatles -y el mundo entero- en 1969. La letra se concibió como parte de la campaña de Timothy Leary para convertirse en gobernador de California, pero el meollo de la vida de este hombre no está ahí, no. La política es sólo un punto anecdótico comparado con toda su trayectoria, en la que pasó de ser un prestigioso profesor de Harvard a un gurú de los viajes psicodélicos.
Timothy Leary nació el 22 de octubre de 1920 en Springfield (Massachusetts, EEUU). "Le gustaba decir que había sido concebido el día después de que se promulgara la ley seca en Estados Unidos", cuenta El club psicodélico de Harvard (Errata naturae, 2023), el libro que recoge los pormenores de su historia y la de tres hombres más, Huston Smith, Richard Alpert y Andrew Weil, los responsables de impulsar el estudio de sustancias psicodélicas con fines terapéuticos.
Todos los nombres tienen un papel más que relevante en la historia, pero lo de Leary fue mucho más allá. Prueba de ello es que Nixon le señaló como "la persona más peligrosa de Estados Unidos". No ayudó, claro, que fuera este presidente el que declarara la guerra contra las drogas como una "emergencia nacional".
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Antes de esta guerra con Nixon. Antes de Harvard, incluso, hubo un momento en el que Leary fue considerado una estrella prometedora de la psicología convencional. En los círculos académicos era conocido por su libro The Interpersonal Diagnosis of Personality, en el que propone un nuevo prisma para observar los tipos de personalidad. Fue esta obra la que le llevó en 1959 hasta David McClelland, del Centro de Estudios de la Personalidad de Harvard. "No cabe duda de que lo que usted define es el futuro de la psicología estadounidense", le dijo durante su entrevista. Más adelante, se arrepentiría de estas palabras, aunque medio siglo más tarde se ha demostrado que no iba desencaminado.
El papel de Alpert
Fue en Harvard donde entró en contacto con el profesor Richard Alpert, también del departamento de Psicología. A los dos les unía un pasado de marginación —Albert era homosexual y Leary había sufrido 'la ley del silencio' en West Point— así que conectaron de maravilla. También coincidían en su curiosidad por la psicodelia. Cinco años antes, Aldous Huxley (sí, el de Un mundo feliz) había escrito su experiencia con la mescalina en Las puertas de la percepción, lo que había plantado la semilla del fervor por las drogas psicodélicas.
Fue así como estos dos hombres, ayudados por el profesor de Filosofía del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) Huston Smith, comenzaron con el beneplácito de la universidad sus experimentos para comprobar los beneficios psicológicos del tratamiento con psilocibina, un compuesto presente en las setas alucinógenas. Era el Proyecto de la Psilocibina de Harvard y su objeto de estudio fue población carcelaria y alumnos de postgrado del centro.
Según los resultados obtenidos con presos, el 75% que había sido tratado con esta sustancia, cuando salía en libertad, no reincidía. Todo apuntaba a que Leary y Alpert iban a deconstruir los pilares del panorama psicológico, pero una nueva sustancia experimental y un escándalo universitario lo cambiara todo y hundiría su trayectoria en Harvard para siempre.
En el verano de 1963, una sustancia más potente, el LSD reemplazó a la psilocibina como el compuesto preferido por estos dos profesores para "despertar la consciencia de toda una nación dormida". El problema es que era mucho más fuerte y mucho más peligrosa que su antecesor y muchos profesionales y académicos comenzaron a torcer el morro ante su trabajo.
Por si fuera poco, Alpert había suministrado LSD a un alumno de grado de Harvard, algo que estaba totalmente prohibido en los términos que habían adquirido con la Universidad. No lo hizo para experimentar, sino porque había trazado una amistad especial con él y se la dio de forma extraoficial.
Los celos de Weil
El escándalo fue destapado por un amigo del chico, Andrew Weil, que escribió una serie de artículos en el Harvard Crimson y otros periódicos de tirada nacional, advirtiendo de que dos profesores de la universidad estaban suministrando LSD a jóvenes estudiantes en condiciones no supervisadas.
Lo que olvidó decir Weil es que su motivación no era meramente periodística, sino que sentía celos de que su amigo hubiera entrado en el círculo de Alpert y Leary y él no. Años más tarde, convertido en médico y una de las mayores autoridades del mundo sobre el estudio de la marihuana -firmando artículos de renombre en cabeceras como Science y Nature- se disculpó con ambos.
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Pronto, periódicos como el Boston Herald sacarían reportajes del estilo: "Lucha en Harvard contra una droga alucinógena: 350 estudiantes toman pastillas". Fue el fin académico de Alpert y Leary.
Sin embargo, no fue el fin de sus vidas. Leary, digamos, fue el que se dedicó con más fervor a eso de "despertar a la nación dormida" y lo hizo a base de escándalos. En 1965, fue condenado a 30 años de prisión por posesión de marihuana (en realidad, le fue incautada a su hija, pero él se autoinculpó), aunque no llegó a entrar en la cárcel. El caso sirvió para ponerle en sobre aviso de que el FBI seguía de cerca sus pasos desde Harvard.
Dos años más tarde, volvió a ser juzgado por posesión de esta sustancia y, aunque alegó que era víctima de una conspiración, en 1970 se le sentenció a diez años de cárcel por ello. Esta vez, sí entró en prisión, aunque se fugó de ella. Fue entonces cuando Richard Nixon, que estaba hundido con la crisis de Vietnam, se obsesionó con darle caza. "Es el hombre más peligroso de Estados Unidos", justificó.
Con todos los esfuerzos del presidente, fue localizado y pasó cuatro años más en prisión. Salió a los 60 y dedicó el resto de su vida a dar charlas a defender el poder de la psicodelia. Murió en 1996, antes de saber que el siglo XXI retomaría el testigo de su investigación y se convertiría en un tiempo que mira con esperanza el poder de las 'drogas' para tratar problemas como la depresión.