Un chico viola a una chica tras una fiesta. Un adolescente acosa sexualmente día sí y día también a su compañera de mesa. Una joven camina sola de noche y un hombre detiene el coche para masturbarse delante de ella. Cinco mujeres están encerradas en 40 metros cuadrados obligadas a ejercer la prostitución.
Estas situaciones forman parte de los delitos contra la libertad sexual, un tipo penal recogido en el Título VIII del Libro II del Código Penal y que incluye la agresión sexual, el abuso sexual, el acoso sexual, el exhibicionismo y la provocación sexual, además de la prostitución y corrupción de menores. Todas ellas, por desgracia, están en aumento. Según datos del Ministerio del Interior, el total de infracciones de esta índole registradas se ha incrementado un 60,35% en seis años, pasando de 10.844 en 2016 a 17.389 en 2022.
El panorama no pinta nada halagüeño para 2023. Según las cifras que acaba de proporcionar el Ministerio, estos delitos suman ya un total de 4.303, un 16,3% más que el mismo periodo del año anterior y un 74,3% más que el mismo de 2016. Son el crimen que más crece, sólo por detrás de los secuestros. Como bien decía el escritor José Manuel Arguedas en su obra El sexto, parece que "la noche no va a terminar nunca".
Marco legal más severo
La Ley del sólo sí es sí, a pesar del efecto boomerang inesperado, buscaba crear un marco legal más severo contra los delitos sexuales y poner así freno a este crecimiento. Sin embargo, su entrada en vigor en octubre del 2022 no ha conseguido disuadir, aunque sea en una pequeña fracción, de estos delitos, como demuestra el rastro de casos con el que se inició este nuevo año. Según desgrana la psicóloga forense Timanfaya Hernández, es porque estos comportamientos tienen una explicación científica que va más allá de los tribunales.
Para la experta, los jóvenes son juez y parte del problema. Parte porque, tal y como indican los datos disponibles, son la población en la que más está aumentando este tipo de delitos. Juez porque son también ellos quienes tienen la llave para poner fin a esta grave situación. Sólo hablando de los menores de 18 años, según la estadística de condenados que ofrece el INE, la cifra se ha multiplicado un 110,73% desde 2016. Ese año fueron 289; en 2021, 609. Mientras, el mismo dato para mayores de edad ha crecido un 42,63%, de 2.721 a 3.881.
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"Los delitos contra la libertad sexual en adultos los conocemos, los patrones los tenemos más estudiados, pero con los jóvenes ha cambiado el panorama", desgrana Hernández. Los estudios clásicos, aunque sólo se centran en agresores sexuales, hablaban de hombres de entre 21 y 30 años, solteros y con pocos estudios. En cuanto a su perfil psicológico, una investigación barcelonesa de principios de los 2000 les definía con rasgos de personalidad dependientes, antisociales y compulsivos y con trastornos de personalidad límite o borderline. Como demuestran los últimos casos, la situación ha cambiado.
La psicóloga forense señala dos factores explicativos unidos por una única palabra: hipersexualización. "Sin querer demonizarlas, por un lado, están las redes sociales, que muchas veces transmiten un mensaje erróneo. Por otro, está que el primer contacto que tienen los jóvenes con la sexualidad sea a través de la pornografía".
Es muy difícil demostrar de forma empírica que el porno tenga una causalidad con el aumento de las agresiones sexuales en menores de edad. El debate fue muy sonado con el aumento de "las manadas", pero la ciencia no ha podido encontrar nada concluyente. La referencia de Hernández, si bien, no tiene que ver con la violencia per se, sino con la distorsión que produce en las relaciones sexuales, de creer que están bien prácticas que están mal. De hecho, el delito que más abunda en condenas es el abuso, "el que, sin violencia o intimidación y sin que medie consentimiento, realizare actos que atenten contra la libertad o indemnidad sexual de otra persona".
La misma conclusión respecto a la pornografía se extrae de un estudio elaborado en 2019 con 2.500 adolescentes españoles por el sociólogo Lluís Ballester y la psicóloga Carmen del Orte. Titulado Nueva Pornografía y cambios en las relaciones interpersonales, apostilla: "Sabemos que el inicio del consumo de pornografía se produce, con toda seguridad, a edades muy tempranas (antes de los 16 años), con lo que desde muy jóvenes reciben impactos distorsionadores de la percepción de las relaciones interpersonales".
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Según sus resultados, ellos consumen más pornografía que ellas (87% frente a un 20%). Por si hubiera duda, el 97% de los responsables de este y los demás delitos contra la libertad sexual son hombres. Se empieza de media a los 14 y la edad más temprana son los ocho años. "Los impactos de la nueva pornografía pueden ser diversos y la mayoría no especialmente positivos. Habrá que plantearse qué puede hacerse", implora el texto.
Frente a todos estos nuevos factores, Hernández pide que no nos olvidemos del clásico, el consumo de sustancias estupefacientes, donde reina el alcohol. Está demostrado que esta sustancia tiene un papel conectado con este problema, ya que reduce la capacidad de autocontrol, desinhibe los mecanismos de las conductas violentas y disminuye la capacidad de juicio y percepción.
A pesar de las políticas de prevención públicas, el 73,9% de los jóvenes de entre 14 y 18 años ha consumido alcohol en el último año. Es cierto que hay una reducción en la ingesta, pero se vislumbran nuevas formas de hacerlo y más peligrosas: el binge drinking, un término importado de Estados Unidos que viene a definir un consumo desmedido de alcohol. "Las famosas agresiones que estamos viendo en grupo las vemos asociadas a estos contextos de diversión", lamenta la experta.
Una materia pendiente
La solución pasa por lo comentado Hernández al principio de este texto: "Hay edades en las que se beneficiaría más de una política preventiva destinada a la educación". Según detalla, primero porque hay veces en las que las medidas penales ni siquiera se pueden aplicar por las edades en las que se producen los delitos. Fue el caso de la agresión sexual sucedida en un centro comercial de Badalona a una niña de 12. Tres de los cinco identificados eran menores de 14. Inimputables. Segundo, porque, a diferencia de lo que nos han enseñado series como Mindhunter o Creedme, la mayoría de los delitos sexuales no los comete alguien con un trastorno psicopático, gente que ni desde la educación puede cambiar.
"Lo que se nos olvida es que hay que trabajarlo de forma adecuada, no en una charla de horas", concede la experta. Sus palabras van en la línea de toda la polémica que ha acontecido en la educación sexual. Pese a las recomendaciones internacionales y a las diferentes leyes que instan a su desarrollo —la propia del sólo sí es sí propone que el sistema público educativo incluya contenidos de esta índole a lo largo de todas las etapas educativas—, como denuncian desde la Red por una Educación Sexual y Comunitaria, esta materia lleva más de treinta años serpenteando por distintos trámites jurídicos.
Hay comunidades que sí pueden presumir de su aplicación, como es el caso de Asturias. Allí, el 60% de todos los centros públicos implementan el programa Ni ogros ni princesas, reconocido en 2021 por la Comisión Europea como mejor práctica de educación sexual para adolescentes. El territorio puede presumir de tener una de las menores tasas de España de delitos contra la libertad sexual, 6,76 por cada 100.000 habitantes. Las que más, en este segundo trimestre de 2023 han sido Baleares (14,36), Navarra (13,30) y Cataluña (11,10).
Las cifras, sin embargo, pueden ser mucho más altas. A tenor de una investigación llevada a cabo por el Grupo de Estudios Avanzados en Violencia de la Universidad de Barcelona, sólo sale a la luz la punta del iceberg. Según estima, se producen 400.000 casos de violencia sexual al año en España. Sólo se denunciaría el 2%.