Morirse conlleva toda una parafernalia y una burocracia posterior de la que los españoles volvemos a tomar conciencia cada primero de noviembre. En el Día de Todos los Santos llevamos flores y limpiamos las lápidas de nuestros seres queridos que decidieron pasar su descanso en un cementerio. Los españoles sí pueden elegir habitar un camposanto tras su muerte, pero poco más. La ley de nuestro país manda que cada difunto tenga su féretro y que, o bien sea enterrado, o bien sea incinerado (caja incluida).
Lo tradicional siempre fue enterrarse, pero la incineración ha ido ganando tanta popularidad que, ahora, ambos métodos están prácticamente empatados. El 55% de los españoles que murieron en el año 2022 eligieron enterrarse y el 45% restante, prefirió la incineración. Los datos los aporta la Asociación Nacional de Servicios Funerarios (Panasef) en el reciente informe Radiografía del Sector Funerario 2023. Sin embargo, la preocupación por el medio ambiente ha llegado también a este sector y está empezando toda una revolución verde en eso de regresar a la tierra.
Una incineración emite 233 kilogramos de dióxido de carbono (CO2), un enterramiento con fosas de hormigón, hasta 833 kilogramos de CO2, y si lleva un monumento, asciende a 1.252 kilogramos de este gas. Estos datos provienen de los Servicios Funerarios de la ciudad de París y los utiliza Caitlin Doughty en este artículo de opinión para The New York Times para defender un nuevo sistema para tratar a los muertos que está emergiendo en Estados Unidos: el compostaje humano, aunque también se llama reducción natural orgánica.
El proceso de compostaje
Caitlin Doughty es directora de una funeraria en Estados Unidos, pero en los últimos años ha adquirido relevancia en este país debido a su activismo en redes sociales a favor de la aceptación de la muerte y también la reforma de nuestras prácticas funerarias. Una de esas reformas es este human composting, que se refiere exactamente a lo que suena: transformar el cuerpo humano tras la muerte en tierra nutritiva que se pueda depositar en la naturaleza. Vamos, para hacer más literal aquello de estar criando malvas.
Todos hemos estudiado en el colegio el ciclo de la vida, por el cual el cuerpo de los seres vivos que mueren pasa a nutrir a otros. Esta práctica se basa en reconciliar al ser humano moderno con esta ley natural, pero, eso sí, tratando previamente el cuerpo del fallecido. En concreto, esta reducción natural orgánica comienza colocando el cadáver en una mortaja de algodón dentro un cilindro que tiene una cama de materia orgánica, como son las virutas de madera, la paja o la alfalfa.
En esta posición es cuando se celebra el ritual funerario que consiste en que la familia vaya depositando flores u otros materiales degradables dentro de este féretro. Después el cilindro se cierra y comienza un proceso de descomposición acelerado: dentro del cilindro entra humedad, aire y se mantiene una temperatura alta que permita la proliferación de bacterias que descomponen el cuerpo. Cada cierto tiempo el cilindro rota y también purifica el olor de la putrefacción que sale al exterior a través de un biofiltro.
Cuando han pasado entre seis y ocho semanas, la transformación ha concluido, pero falta retirar los huesos del difunto —que se convierte en polvo con una máquina utilizada en el proceso de cremación y se juntan con el compostaje— y los implantes médicos que podía llevar. Por último, el compost se seca y, de media, puede servir para un metro cuadrado de suelo. A partir de ahí, los restos se devuelven a la familia para que puedan ser esparcidos o, como publicita la empresa Recompose que realiza estos compostajes en Estados Unidos, donar a una asociación de conservación de la naturaleza.
Una tendencia que avanza
Este método parece estar todavía lejos en España debido a que los únicos procedimientos aceptados son la inhumación y la cremación y los fallecidos deben tener todos un féretro. En este momento, el recurso más respetuoso con la naturaleza son los ataúdes de la empresa RestGreen que están hechos con cartón. De todas formas, en Estados Unidos ya son seis los estados que han legalizado o que han puesto una fecha para la legalización del compostaje humano: Washington, Oregón, Vermont, Colorado, California y Nueva York.
Otro de los posibles impedimentos que podría encontrar también el compostaje humano en España es la Iglesia Católica. En el país norteamericano, esta rama de la cristiandad es la principal opositora a este tipo de enterramientos porque lo consideran inapropiado para la naturaleza humana. Mientras que en Estados Unidos el porcentaje de católicos representa cerca del 20% de la población, en España se trata de la religión mayoritaria. Además, Doughty señala en The New York Times a la industria funeraria de su país como otro de los opositores a que el sistema cambie.
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Esta activista aporta como razones para apoyar el compostaje humano el menor impacto en emisiones de carbono, la posibilidad de mejorar el entorno medioambiental y alude al problema contra el que luchan muchas ciudades de Estados Unidos que cada vez tienen menos espacio para enterrar a sus muertos a un precio razonable. Sumarse al compostaje humano cuesta unos 7.000 dólares y asegura que produce un octavo de la energía que se usa en una cremación.
"Nuestra sociedad sigue buscando nuevos rituales y nuevas formas de afirmar que nuestra mortalidad nos dignifica, que el polvo será polvo", reivindica Doughty. "Debemos respetar las opciones de todos para sus muertos y darnos cuenta de que un sólo grupo no puede definir por el resto cómo es una muerte digna".