Desde aquí quiero agradecer que el Ministerio de Sanidad retome los esfuerzos en la lucha frente al tabaquismo y en favor de la salud de los ciudadanos. No se nos oculta que fumar deteriora gravemente la salud y debemos favorecer que los ciudadanos renuncien voluntaria y conscientemente al consumo de productos de combustión. Es algo perfectamente asumido en la literatura científica que la nicotina crea adictos y el humo mata.
Reducir las ocasiones de fumar es algo que hasta los fumadores acaban agradeciendo. Lo que no queda tan claro en la propuesta del ministerio es que se esté haciendo todos los esfuerzos posibles para ayudar a los fumadores a abandonar su hábito.
En la propuesta del Ministerio se echa de menos un propósito de evaluar las posibles soluciones para los fumadores empedernidos y lamento que no se considere, como ocurre en otros países, las alternativas de reducción de daños del tabaquismo; es más, alternativas como el cigarrillo electrónico o vaporizador así como el empleo de tabaco calentado pero no quemado, se asimilan completamente a fumar tabaco de combustión y ahí se pierde una oportunidad de abrir una puerta de salida a los fumadores a opciones menos perjudiciales.
No es que piense que vapear o consumir tabaco calentado sea una práctica saludable, pero la gestualidad y el placer oral que procuran estas formas de mantener los niveles de nicotina en los fumadores hacen que sean una buena forma de reducir los daños en personas que no pueden o no quieren renunciar a la satisfacción que les procura la nicotina.
Los estudios de nuestro grupo de investigación en la Universidad de Valencia han demostrado que las llamadas prácticas de reducción del daño del tabaquismo aportan reducciones considerables de sustancias tóxicas y una disminución de marcadores de riesgo de enfermedades en vapeadores si los comparamos con el cigarrillo tradicional.
La calidad del aire en espacios cerrados y el aliento de vapeadores y consumidores de tabaco calentado, evidencian que se produce una reducción drástica de partículas en suspensión y compuestos orgánicos volátiles, esto implica la práctica eliminación de monóxido de carbono y la constatación de que los agentes pasivos de las prácticas alternativas, incluso en espacios cerrados, no presentan monóxido de carbono en su aliento y tienen niveles veinte veces menores de partículas en suspensión en comparación con el humo del cigarrillo tradicional. Además, los marcadores de riesgo de enfermedades en orina de fumadores activos, fumadores que han cambiado al vapeo abandonando el cigarrillo y de no fumadores han demostrado que moléculas como 3HPMA, un metabolito de la acroleína (sustancia tóxica presente en el humo del cigarrillo), bajan a niveles comparables a los valores medios en no fumadores cuando se reemplaza el tabaco de combustión por cigarrillo electrónico.
En resumen, el hecho de ignorar las prácticas de reducción del daño del tabaco hace un flaco favor al objetivo de conseguir el abandono del hábito y al mismo tiempo, se rodea a las nuevas formas de consumo de nicotina como el cigarrillo electrónico de un halo de glamur, que las hace atractivas para los jóvenes en lugar de darles el lugar que les corresponde como alternativa a fumadores empedernidos de larga duración.
Desde mi óptica le propondría al ministerio que redujeran las dosis de ideología y sanciones e invirtieran más en la búsqueda y evaluación de soluciones para favorecer la cesación voluntaria del hábito o su remplazo por prácticas de menor riesgo para la salud.
*Miguel de la Guardia es catedrático de Química Analítica de la Universidad de Valencia.