El perro es el único animal que puede 'presumir' de ser el mejor amigo del hombre. Este privilegio no es para menos. Y es que, entre otros beneficios, su presencia es de gran ayuda para pacientes con diabetes o con autismo. En estos JJOO también ha quedado demostrado el papel que pueden desempeñar en la salud mental de las atletas.
El ya célebre Beacon, que forma parte de la terapia con animales que siguen en el equipo de gimnasia rítmica de Estados Unidos, se acerca a las gimnastas cuando siente que están bajo un momento de estrés. Esta capacidad de los perros para sentir el dolor humano parece ser innata, tal y como sugiere un reciente estudio que se ha publicado en la revista Scientific Reports.
"Todos los animales son sensibles de aprender diferentes maneras de comunicarse con nosotros. Pero ninguno tiene la predisposición con la que cuentan los perros", señala a EL ESPAÑOL Paula Pérez-Fraga, coautora del estudio e investigadora de comportamiento animal de la Universidad Eötvös Loránd de Budapest.
Los investigadores pidieron a un grupo de personas que se grabaran en una habitación con un perro mientras se escuchaban sonidos de llanto y de tarareo. Para comprobar el nivel de apego, hicieron lo mismo con el cerdo, al ser "un animal social, que se comunica muy bien y al que se le puede enseñar a vivir en casa".
Una explicación evolutiva
Los resultados obtenidos demostraron que los perros captaron "muy bien" el contenido emocional de ambos sonidos. También se comportaron distinto cuando les acompañaba su dueño a cuando lo hacía un desconocido.
Esta diferencia no se observó en el caso de los cerdos. Tampoco se estresaron tanto con el llanto como los perros. Ambos hallazgos sugieren que, incluso con una exposición temprana a estímulos sociales humanos, los cerdos no son capaces de desarrollar el apego a los humanos como sí lo hacen los canes.
Los perros no sólo reaccionan al estrés humano, sino que también les influye. Así lo refleja un estudio que se ha publicado en paralelo al de Pérez-Fraga. En él, los autores han descubierto que el olor de una persona estresada afecta al estado emocional del perro. El impacto, de hecho, es mayor si se trata de una emoción negativa.
"Hay varios estudios que están corroborando el hecho de que captan mejor las emociones negativas que las positivas", comenta Pérez-Fraga. "Y aunque se necesitan más, es posible que tenga una explicación evolutiva. Esto es, al ser adaptativas, las emociones negativas están mejor conservadas a través de la evolución".
Aprendizaje para el humano
A diferencia de otros españoles, esta veterinaria de formación no se marchó a la capital húngara porque tuviera malas condiciones en nuestro país. En España, recuerda siete años más tarde, ejercía como veterinaria clínica. Y aunque le gustaba, durante la carrera comenzó a interesarse por el mundo de la etología: "Me gustaba todo lo que tiene que ver con el cerebro de los animales".
No sólo consiguió especializarse en este ámbito, sino que lo hizo en uno de los pocos centros en el mundo que están subespecializados en cognición canina. Así es, un animal doméstico que convive con el ser humano desde hace miles de años y no son muchos los investigadores que se hayan interesado por estudiar su mente.
Pérez-Fraga desconoce a qué puede deberse esta falta de interés. Especialmente, cuando los posibles hallazgos bien podrían servir para conocer más sobre nosotros mismos: "Los perros llevan con nosotros 20.000 años, con lo cual al estudiarlos aprendemos también sobre la evolución humana".
Pese a que la científica gallega se aventure con una cifra exacta, lo cierto es que el origen de la relación entre humanos y perros siempre ha sido objeto de estudio. Mientras algunos lo fechan hace 16.000 años, otros trabajos consideran que comenzó hace unos 27.000 ó 40.000 años. Sea como fuere, la cuestión es que esta relación ha permanecido para fortuna de muchos; entre ellos, la propia Pérez-Fraga: "Tener un perro contigo es un soporte emocional muy grande".
La ciudad, territorio hostil
La veterinaria desmonta el mito de que los entornos urbanos —especialmente, los cerrados— no sean los más apropiados para estos animales. Considera que sería peor si estuviera, por ejemplo, en una finca sin salir de ella.
"Lo importante", explica, "es que el tutor lo habitúe a los estímulos que lo van a rodear. La ciudad es un territorio hostil, pero incluso para nosotros, que vamos de un lado a otro corriendo".
Las consecuencias de este frenético estilo de vida que se suele llevar en la urbe le preocupa más que una posible humanización al perro: "Es más grave tenerlo encerrado solo en casa durante 10 horas a que le pongan un abrigo o que lo saquen disfrazado".
Aunque Pérez-Fraga ya se encontraba en Budapest cuando se aprobó la Ley de Bienestar Animal, la conoce bien porque forma parte del grupo de etología español al que le consultaron para elaborar la norma. "Era muy necesaria pero no es perfecta", opina.
Entiende que se mejora el punto de partida. Aun así, cree que se debe seguir trabajando por el bienestar de los animales en nuestro país. "Es una cuestión de concienciación popular. O sea, a nadie se le debería ocurrir sacar un caballo en la Feria de Sevilla a 40 grados", remacha.