Los utensilios de cocina habituales en España que se han vinculado con problemas en el sistema nervioso
- Casi el 20% de los compuestos tóxicos que tienen estas herramientas puede migrar a la comida durante el proceso de cocción.
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La cocina, ese espacio donde alimentamos el cuerpo y nutrimos la salud, podría estar ocultando una amenaza insospechada en sus propios utensilios. Recientemente, se ha levantado una alerta sobre el uso de utensilios de cocina de plástico negro, una advertencia que no debería pasarse por alto. Según la divulgadora científica Lucía Almagro, estos utensilios contienen retardantes de llama bromados (BFR), sustancias químicas diseñadas para evitar incendios en aparatos electrónicos, que se han filtrado inesperadamente a nuestra cocina. "Este problema surge porque los fabricantes están utilizando plásticos reciclados de dispositivos electrónicos para crear utensilios de cocina", explica Almagro en su Instagram; y, en ese proceso, algunos compuestos nocivos han encontrado un nuevo camino hacia nuestros alimentos.
Un estudio reciente analizó utensilios de cocina en función de su año de fabricación, revelando un hallazgo preocupante: de más de 90 muestras evaluadas, 69 contenían retardantes de llama en niveles que superan los límites recomendados para el contacto con alimentos. Estos productos, especialmente aquellos fabricados antes de 2011, contienen concentraciones de BFR tan elevadas que suponen un riesgo significativo. Pero el peligro no solo está en su presencia; también en su transferencia. "Casi el 20% de estos compuestos tóxicos puede migrar a la comida durante el proceso de cocción", advierte Almagro, abriendo un interrogante sobre la seguridad de estos utensilios en el hogar.
¿Por qué estos BFR resultan peligrosos? La exposición a los BFR no es trivial; estos compuestos han sido vinculados con una amplia gama de problemas de salud. Varios estudios apuntan a que pueden afectar el sistema nervioso, inhibir el desarrollo cognitivo y generar problemas reproductivos. "Estamos hablando de sustancias tóxicas que alteran funciones esenciales del cuerpo", enfatiza Almagro. Es decir, al usar estos utensilios contaminados, estamos introduciendo en nuestra dieta elementos perjudiciales que no deberían estar presentes en nuestra cocina, y mucho menos en nuestro organismo.
Para las autoridades sanitarias de la Unión Europea, el problema de los BFR en utensilios de cocina no ha pasado desapercibido. La Agencia Europea de Sustancias y Mezclas Químicas (ECHA) ha emitido comunicados en los que solicita una revisión exhaustiva de la normativa que regula la presencia de estos compuestos en materiales en contacto con alimentos. La Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) por su parte, también está instando a reforzar el control, especialmente ante el incremento en la reutilización de materiales reciclados, donde no siempre se logra una separación adecuada de contaminantes. Esta cadena de reciclaje, que en principio busca reducir residuos, está produciendo una contaminación cruzada que, lejos de ser inofensiva, se ha convertido en un motivo de preocupación pública.
No obstante, el problema va más allá de los utensilios de cocina. "La mayor fuente de exposición a estos retardantes de llama no proviene de los utensilios o los juguetes, sino de los alimentos que ingerimos, especialmente carnes y pescados grasos", indica Almagro. Estas grasas animales, que actúan como esponjas químicas, absorben los contaminantes presentes en el medio ambiente, incluyendo los BFR. Así, los alimentos que consumimos habitualmente también se convierten en un vehículo de exposición a estos compuestos tóxicos, lo que hace más difícil para el consumidor evitar completamente su ingesta.
Entonces, ¿qué opciones tiene el consumidor ante una situación que parece tan fuera de su control? Aunque la regulación es clave y es la principal vía para proteger la salud pública, existen pequeños pasos que podemos dar en casa para minimizar la exposición. Almagro sugiere evitar el uso de utensilios de plástico negro, sobre todo aquellos que se adquirieron hace más de una década. "Es posible que estos utensilios ya tengan una carga de BFR más alta debido al tipo de plástico reciclado utilizado en su fabricación", comenta. Cambiar estos utensilios por materiales como el acero inoxidable, la madera, el vidrio o la silicona de calidad alimentaria puede ser un primer paso para reducir la exposición en la cocina.
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Es fundamental que los consumidores estén informados, pero es igualmente esencial que no sientan la carga de una responsabilidad que debería recaer en los fabricantes y reguladores. "Aunque podemos reducir nuestra exposición al evitar ciertos productos, la solución real pasa por un control más riguroso en los procesos de reciclaje y fabricación de utensilios de cocina y otros objetos de uso cotidiano", aclara Almagro. El reciclaje, cuando no se maneja adecuadamente, puede convertirse en una fuente de contaminación más que en una solución ecológica, y es aquí donde las autoridades deben intervenir para establecer límites más estrictos.
Los efectos negativos de los BFR en la salud son tan significativos que la EFSA ha impuesto regulaciones específicas para limitar su uso en productos destinados al contacto con alimentos. Sin embargo, la contaminación cruzada en el reciclaje plantea un reto, pues plásticos con BFR que se usaban en electrónica están ahora en nuestras cocinas. "Nos encontramos ante un fallo en el sistema de reciclaje", menciona Almagro, que requiere una revisión profunda para evitar que materiales contaminados lleguen a productos de uso alimentario.
Esta situación pone en evidencia una paradoja en la que se encuentran actualmente las políticas de reciclaje y sostenibilidad. Si bien el reciclaje busca reducir el impacto ambiental, su implementación en ciertas industrias, sin una supervisión adecuada, puede comprometer la salud pública. "No podemos permitir que la reutilización de materiales plásticos implique un riesgo para los consumidores", subraya la experta, quién insiste en que el consumidor debe optar por materiales libres de tóxicos cuando sea posible, y aunque no siempre se logra eliminar toda exposición, los utensilios de mejor calidad reducen significativamente el riesgo de contaminación.
"Lo más preocupante es que estos contaminantes están en lugares donde no podemos verlos, en nuestras propias cocinas y juguetes para niños", concluye Almagro. Como consumidores, es difícil conocer el origen exacto de cada material, y esto plantea la necesidad urgente de una mayor transparencia en la industria. La información sobre los componentes de productos en contacto con alimentos debe ser clara y accesible, permitiendo que cada persona pueda hacer elecciones informadas sobre los productos que compra para su hogar. "La seguridad alimentaria no debería depender de la suerte o del desconocimiento del consumidor, sino de una supervisión seria y responsable", sentencia la divulgadora.