Miembros de ETA anuncian el cese de su actividad.

Miembros de ETA anuncian el cese de su actividad. Getty Images

Investigación Neurociencia

Deconstruyendo a un terrorista

  • Antropólogos, sociólogos y psicólogos que estudian el fenómeno del terrorismo desde un punto de vista científico tratan de analizar cómo se originan los comportamientos extremistas para tratar de evitarlos.
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28 junio, 2016 02:57

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El pasado 13 de junio, Omar Sadiqqui Mateen asesinó a 49 personas en una discoteca gay de Orlando, acto que reivindicó el grupo terrorista Estado Islámico (EI). En noviembre, varios hombres armados atacaron distintos puntos de París, llevando a cabo una de las mayores masacres de la historia reciente de Francia. En septiembre de 2004, un grupo de hombres secuestró a más de 1.000 niños en una escuela de la ciudad rusa de Beslán, un suceso que terminó con más de 370 cadáveres. ¿Qué tienen en común los hombres que llevaron a cabo estos atentados? ¿Qué procesos psicosociales llevan a una persona a realizar este tipo de actos extremos? Equipos multidisciplinares de científicos trabajan para intentar comprender mejor los procesos que llevan a los seres humanos a realizar estas acciones violentas, amparados por un velo ideológico.

"Lo primero que hay que señalar es que, desde punto de vista científico, es difícil definir el término terrorismo o terrorista", comenta a EL ESPAÑOL el profesor de la Universidad New School Jeremy Ginges. Para este psicólogo, el concepto abarca "tantas formas diferentes de violencia política" que puede resultar confuso. "Por ejemplo", explica Ginges, "no es lo mismo que un grupo de personas se rebele contra su sociedad, que otro que actúa en nombre de la sociedad para atacar algo que se percibe como un ocupante extranjero".

El nuevo terrorismo

Ginges lleva años estudiando la violencia política desde un punto de vista psicológico y la apreciación que hace no es baladí, pero quizás encierra un debate más político que científico. Si nos acotamos a los procesos de las últimas décadas y teniendo en cuenta cómo han ido evolucionando a lo largo del tiempo, muchos autores distinguen entre lo que se conoce como viejo y nuevo terrorismo. 

El viejo terrorismo se refiere a aquel que ha sido desplegado en Europa, principalmente en las décadas de los setenta y ochenta, y que estaba formado por aquellos grupos que buscaban revoluciones sociales, poder político, la independencia o la promoción del nacionalismo. Entre estos grupos nos encontramos con organizaciones como ETA en España, el Ejército Rojo en Alemania, las Brigadas Rojas en Italia o el IRA en Irlanda del Norte. "Estos grupos generalmente operaban en contextos de conflicto intergrupal y de forma muy localizada", explica a este diario Manuel Moyano, investigador de la Universidad de Córdoba. 

Sin embargo, hoy en día una de las principales preocupaciones a nivel mundial es el llamado nuevo terrorismo, conformado por grupos que buscan transformar el mundo con un motivo religioso y que "atacan a sus objetivos de forma indiscriminada y con un marcado carácter global", explica Moyano. Uno nuevo terrorismo para el que cualquiera puede ser un objetivo y que opera de una forma mucho más anárquica, que no desorganizada, que el viejo terrorismo.

¿Quiénes son los terroristas?

Una de las preguntas más recurrentes sobre el terrorismo es si existen o no individuos más tendentes que otros a derivar hacia el extremismo violento. O, en otras palabras, si hay un perfil específico o si existen características que puedan ayudar a identificar gente en riesgo. La respuesta no es sencilla, pero Ginges señala que "a pesar de los muchos intentos, no se ha conseguido encontrar un perfil de personalidad de aquellas personas que cometen actos violentos de este tipo".

Aunque se pueden intentar hacer descripciones de los grupos de interés, a lo largo de los años "se ha constatado que los perfiles basados en variables socio-demográficas (tales como el estatus socioeconómico, el origen étnico, la religión o la educación) son insuficientes desde un punto de vista científico", explica Moyano. Entre los terroristas se pueden encontrar licenciados de clase media-alta o adolescentes sin recursos, sin que se pueda establecer un perfil claro.

Tampoco se puede decir que los terroristas sean personas con problemas psicológicos o psiquiátricos y, aunque existen excepciones, por norma general los terroristas no sufren trastornos de personalidad, como sociopatía o trastornos narcisistas, ni otros trastornos clínicos como esquizofrenia, psicosis o paranoia. "A día de hoy podemos afirmar que el terrorista no es un loco ni un psicópata", asegura Moyano. 

La radicalización, un proceso 'normal'

Una idea clave en la investigación actual sobre terrorismo es que cualquier persona, bajo determinadas circunstancias, puede radicalizarse y, en casos extremos, recurrir a la violencia, con lo que tratar de establecer perfiles, hasta cierto punto, carece de interés. "Actualmente, la investigación psicosocial sobre terrorismo reconoce que la pregunta quiénes son los terroristas (en términos de su perfil o rasgos de personalidad) probablemente no sea la más adecuada", explica Moyano, para el que "es más productivo preguntarse cómo llegaron a ser así".

Este investigador trabaja con el objetivo de construir herramientas para evaluar el riesgo de radicalización y ha colaborado con equipos de investigación internacionales realizando estudios comparativos con terroristas presos de Oriente Medio y el sudeste asíatico, y radicales violentos europeos. "La radicalización como proceso psicológico es algo normal, en el sentido de que todas las personas tienen el potencial de vincularse de forma extrema a una determinada causa", explica.

En esencia, el proceso por el cual una persona lleva a cabo una acción violenta extrema es básicamente el mismo por el cual otras personas lo harían, aunque por otros valores que se consideren sagrados. "Puede que un estudiante universitario español, por ejemplo, no mate por defender a su grupo religioso, pero quizás sí lo haría por salvar a sus hermanos o a su familia", cuenta a este diariol Ángel Gómez, profesor de psicología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia.

Las investigaciones actuales se centran, por tanto, en comprender los procesos que hacen que una persona se convierta en terrorista, así como los factores que más contribuyen a dichos procesos. "Al investigar los procesos de radicalización violenta es fundamental atender a todos esos aspectos sociales, grupales y culturales, que se vertebran en torno a una ideología que ofrece la legitimidad y la identidad social de referencia", explica Moyano.

No hay factores determinantes

Aunque algunos factores pueden facilitar o contribuir a la formación de un terrorista, "a día de hoy no se puede decir que exista un único factor causal de la radicalización y todo hace pensar que el análisis de estos procesos debe hacerse teniendo en cuenta la interacción de numerosas variables psicosociales", explica Moyano.

Por ejemplo, durante años se han realizado estudios que han puesto el foco en la pobreza como un factor determinante. Sin embargo, "generalmente lo que encuentran es que incluso si una sociedad está atravesando dificultades económicas, las personas que recurren a este tipo de violencia tienden a estar en posiciones económicas relativamente acomodadas", explica Ginges. Según este investigador, "puede haber personas que no están de acuerdo con esta afirmación, pero lo cierto es que las explicaciones económicas por sí solas no son suficientes".

Tampoco la religión es un factor que se haya demostrado determinante como causa. "Se han realizado diversos estudios que no han encontrado pruebas de que exista una relación entre la religión y la violencia", afirma Ginges. Según Moyano, las teorías que dan por cierta "la predominancia de uno de estos factores sobre los demás son prematuras y atrevidas", dado que, hasta el momento, "son pocos los estudios que han examinado sistemáticamente algunos de los muchos factores implicados".

Para este investigador, el estudio de este tipo de procesos y los posibles factores causales "puede considerarse un reto", ya que hay que trabajar "conjuntamente con factores cognitivos, conductuales, emocionales, así como con aspectos étnicos, sociales y culturales" y "el grado en el que cada uno pueda contribuir, probablemente varíe según las circunstancias". Moyano concluye que hay que comprender que "la radicalización es un proceso complejo, multidimensional y en el que numerosas variables pueden estar implicadas como factores contribuyentes".

Las investigaciones que se llevan a cabo se dividen esencialmente en trabajos de campo e investigación en laboratorio. Este último se realiza fundamentalmente mediante cuestionarios a población general que permitan establecer modelos. “El objetivo es tratar de comprender cómo las personas toman decisiones difíciles y entender por qué se comprometen con conceptos abstractos, como la nación, un dios o una etnia, hasta el punto de hacer cualquier cosa por la causa”, explica Ginges. 

Por otro lado está el trabajo de campo, mucho más costoso y complejo desde el punto de vista logístico, que consiste recabar información de los grupos violentos, realizando entrevistas a los propios terroristas y las personas que los apoyan. "Cruzando todos los datos, podemos ver cómo convergen los resultados y así sacar conclusiones", asegura Ginges.

La importancia del grupo

Pero que una persona tenga ciertos valores sagrados no hace que esté dispuesta a morir o a matar por ellos. Algunas de las investigaciones que se están llevando a cabo hoy en día se centran en la conexión que debe tener un individuo con un grupo para que se produzca un proceso de radicalización violenta. Es decir, no solo existen unos valores sagrados, como puede ser la familia o la religión, por los que merece la pena morir, sino que la propia pertenencia a un grupo puede ayudar a desencadenar un comportamiento violento.

En este ámbito, la teoría dominante desde los años 70 ha sido la de la identidad social, sin embargo, ésta "no ha sido capaz de predecir el comportamiento extremo", explica Gómez. Para resolver este problema, Gómez y su equipo trabajan con lo que se conoce como teoría de la fusión de la identidad. "Este modelo lo que plantea es que hay personas que tienen un compromiso tan fuerte con un grupo que están dispuestos a luchar y a morir por ese grupo", asegura este investigador. 

Existen varios factores que diferencian los conceptos de fusión e identificación. En primer lugar, en el proceso de identificación con un grupo el papel del individuo se diluye, mientras que en la fusión la identidad individual permanece. "Esto significa que los que están fusionados se siguen considerando importantes, de forma que piensan que pueden hacer cualquier cosa y que va a tener una repercusión", explica Gómez. "El que está fusionado está convencido de que él, por sí solo, va a poder hacer algo", concluye este investigador.

Además, otra de las características fundamentales de la fusión es que existe una percepción de invulnerabilidad muy fuerte. "Las personas que están fusionadas piensan que ni a ellos ni a su grupo les puede suceder nada, lo que favorece que se den comportamientos extremos", explica Gómez. 

Por último, la fuerte conexión de estas personas con el grupo hace que exista un sentimiento de pertenencia muy fuerte, de forma que los miembros del grupo pasan a ser sus hermanos. "La familia genética pasa a estar por debajo de la familia social", afirma Gómez, "lo que explica los casos en los que algunos individuos han matado a miembros de su propia familia, cuando éste no compartía las ideas del grupo".

Es necesario comprender el problema

Los estudios realizados por Ginges, Moyano y Gómez son solo un ejemplo del trabajo que los científicos hacen por intentar comprender mejor un fenómeno tremendamente complejo pero de extraordinaria importancia. "Ahora, por fin, la gente se está dando cuenta que desde la ciencia y la investigación sí que se puede intentar abordar el problema", afirma Gómez. 

Este psicólogo asegura que su objetivo no es solo "tratar de comprender cuáles son los procesos que llevan las personas a tener ese tipo de comportamiento", sino que también están "tratando de evitar que las personas se radicalicen o, si ya lo ha hecho, tratar de modificar su comportamiento hacia posturas menos violentas".

Sin embargo, los científicos también lamentan que los acercamientos a este problema no siempre se hagan desde una perspectiva científica seria. "Lamentablemente muchas de las aproximaciones a este fenómeno se hacen desde un prisma exclusivamente descriptivo y especulativo", afirma Moyano. Aún así, Gómez concluye que se debe continuar el esfuerzo para "comprender los procesos de radicalización violenta, porque de no hacerlo, nunca podremos terminar con el problema".