Ochenta años después de aquel 18 de julio de 1936, día en que la hoja del calendario se desprendió de forma sangrienta dando inicio a tres años de Guerra Civil, la herida sigue supurando. El conflicto, y los hechos que aún se desconocen de él, sigue siendo una fuente de conocimiento para los historiadores, pero también para los científicos.
Sólo este año, más de 300 estudios sobre la Guerra Civil han sido publicados en revistas internacionales: desde la participación de voluntarios letones en la contienda hasta el uso del electroshock en el manicomio de Leganés.
Extraídos del recuento los estudios históricos, sin duda la disciplina que más trabajos académicos aglutina es la ciencia forense, y a bastante distancia, estudios sobre los perniciosos efectos de la malnutrición durante y después de la guerra.
Ciencia forense y genética
Las estimaciones más conservadoras sugieren que unas 500.000 personas murieron durante la guerra, y otras 135.000 lo hicieron durante los años posteriores al conflicto. Los restos humanos, en concreto los del bando republicano, se ubican en unas 2.000 fosas comunes repartidas a lo largo de la geografía nacional. Además de éstas, hay otras que aún no han sido identificadas y ése es el principal trabajo de varios equipos de investigadores.
En uno de los trabajos más recientes, publicado el mes pasado en Forensic Science International y dirigido por investigadores de la Universidad de Oviedo, se empleó la técnica del georradar, relativamente moderna, para hallar en Asturias una fosa común ubicada en un área montañosa. Según detallan en el trabajo José Paulino Fernández y David Rubio, del Departamento de Hidro-Geofísica del centro educativo, tan sólo contaban con el testimonio de algunos testigos locales para conocer la ubicación aproximada de la fosa.
No es un caso aislado. Pocos meses antes, científicos del departamento de Antropología Física de la Universidad del País Vasco, entre los que se encontraba el célebre antropólogo forense Francisco Etxeberria, publicaron un trabajo en FSI Genetics sobre sus pesquisas a la hora de identificar a las víctimas a partir de restos hallados en fosas comunes.
El alto rendimiento en los perfiles genéticos a partir de muestras complicadas demuestra la eficacia de los métodos de extracción y amplificación de ADN
Según calculan estos investigadores, en aquellos años unos 200.000 hombres y mujeres fueron asesinados extra-judicialmente. Por tanto no existe ni registro ni lápida para ellos, y aunque la genética ofrece buenas alternativas, una de las mayores dificultades para la identificación está también en que el ADN se encuentra a veces muy degradado, en cantidades limitadas o, simplemente, que no se encuentran familiares con quienes compararlo.
En este trabajo, Etxeberria y su equipo han logrado, sin embargo, identificar a 87 víctimas a partir de los restos post-mortem de 252 individuos. "Este alto rendimiento en los perfiles genéticos a partir de muestras que suponían un reto demuestra la eficacia de los métodos de extracción y amplificación de ADN empleados aquí, dado que sólo el 14,29% de las muestras no ofrecían un perfil genético informativo para nuestros análisis", dicen los autores.
Existen más casos de cómo las injusticias y enigmas que aún rodean a la Guerra Civil están impulsando la investigación forense con ayuda de técnicas que hoy son asequibles. Pero también hay otras disciplinas que últimamente se están apoyando en el conflicto para extraer conocimiento.
La ciencia de la malnutrición
El 18 de julio también marcó el inicio de una escalada preocupante en los índices de malnutrición infantil, que se alargaría durante muchos años. Las consecuencias de esta hambruna también han sido objeto de estudio por parte de pediatras, neurólogos o epidemiólogos.
Un estudio de Jesús Culebras, de la Universidad de León y el Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz, se centraba en los problemas neurológicos que la malnutrición pudo tener en los niños madrileños, quienes desarrollaron en estos años patologías como la pelagra o el latirismo, una intoxicación derivada del consumo de harina de almorta, prácticamente la única comida que muchos españoles se echaron a la boca durante meses. El latirismo provoca parálisis e inmovilidad en las articulaciones.
Pero además, el trabajo de Culebras, publicado en la revista Nutrición Hospitalaria, sirvió para identificar una patología a la que, a falta de mejor nombre, se bautizó como Síndrome de Vallecas: "Las neuropatías carenciales observadas en Madrid durante la Guerra Civil dieron lugar a descripciones clínicas novedosas y originales", explica en el estudio. "En niños de colegios del barrio de Vallecas se describió un síndrome carencial, probablemente de vitaminas del complejo B, que originaba calambres musculares y debilidad muscular". Los niños afectados por este síndrome tenían en común una dieta muy baja en grasas y una notable carencia de calcio.
Otros trabajos han relacionado también la Guerra Civil con el Trastorno de Estrés Post-Traumático o con la búsqueda de enfermedades hoy erradicadas en Europa, como la tiña fávica. Y por último, ya en la frontera entre la historia y la medicina, siguen apareciendo estudios que nos redescubren a algunos científicos que, en aquellos años, centraron su labor vital en alistarse con uno de los dos bandos, para combatir el fascismo o derrocar al gobierno.
El último de estos ejemplos es el del canadiense Norman Bethune, del que sabemos más gracias a un estudio aparecido en mayo de este año en la revista francesa Transfusion Clinique et Biologique. Según cuenta el autor, Marc Gentili, anestesista en el Centro Hospitalario de Saint-Grégoire (Francia), las fuertes opiniones políticas de Bethune "le llevaron a unirse a los republicanos en la Guerra Civil española, donde jugó un importante papel en el desarrollo de la transfusión de sangre en el campo de batalla". Posteriormente se trasladó a China, donde ofreció entrenamiento médico a las tropas comunistas. En 1939 falleció a causa de una septicemia.