Muchos la consideran la noticia del año en Astronomía, algunos incluso la del siglo: el 24 de agosto de 2016 será recordado como el día en que se anunció el descubrimiento de un planeta potencialmente habitable en Proxima Centauri. Desde aquel lejano 1995 en el que conocimos la existencia del primer exoplaneta hemos detectado miles de ellos, y muchos más que llegarán en el futuro, pero ninguno podrá estar más cerca que Proxima b.
La detección nos llega gracias a la labor de seguimiento del Proyecto Pale Red Dot dentro del Observatorio Europeo Austral (ESO) y tiene una especial importancia no sólo por su proximidad sino porque nos encontramos ante un "planeta potencialmente habitable". Estas tres palabras han hecho volar la imaginación de todo el público a pesar de ser un concepto tan subjetivo y amplio que no permite asegurar con certeza prácticamente nada.
En 1961 el astrónomo Frank Drake, uno de los padres del proyecto SETI, enunció su personal método para estimar la cantidad de planetas con vida inteligente que podrían existir en el Universo. Han pasado ya más de 50 años desde aquel primer enunciado, nuestros conocimientos astronómicos han crecido exponencialmente y, aun así, la célebre ecuación de Drake no se ha actualizado con los nuevos datos y descubrimientos realizados en un campo tan apasionante como la astronomía.
Hoy, con el reciente descubrimiento de Proxima b en la memoria y con la ayuda de Carlos Briones, investigador en el Centro de Astrobiología (CSIC-INTA), nos proponemos la ingente tarea de renovar la ecuación de la vida con los conocimientos adquiridos en las últimas cinco décadas.
Bajo la fórmula de 1961 subyace la idea de que el Universo es tan inmenso que es poco probable que seamos el único ejemplo de vida inteligente. Si tan sólo un porcentaje de estrellas tuviese planetas, si sólo una pequeña fracción de esos planetas albergase vida y si en tan sólo unos pocos de ellos se hubiese desarrollado inteligencia, finalmente nos encontraríamos con cientos o miles de civilizaciones capaces de comunicación a largas distancias.
Por supuesto, estimar la cantidad de vida inteligente presente en el Cosmos es una labor tan subjetiva y extensa que tan solo se puede calificar como especulación. Además, señala el investigador del CAB: "Los parámetros son totalmente antropocéntricos, los ajustamos en función de nuestra propia experiencia en la Tierra". "Este prejuicio puede ser una crítica razonable a la ecuación de Drake, pero en una búsqueda tan amplia también resulta lógico comenzar por el único tipo de vida que conocemos".
Drake, Sagan, Tarter… fueron pioneros, los padres de la astrobiología, pero "tal y como ocurre en nuestros días, sus razonamientos también estaban condicionados por los conocimientos y las limitaciones tecnológicas de su época". Cinco décadas más tarde podemos decir que "en algunos factores se quedaron muy cortos, mientras que en otros fueron excesivamente optimistas". "Al fin y al cabo, la ecuación de Drake, y cualquier otra similar que ahora mismo podamos enunciar, tan sólo es una forma de medir nuestro conocimiento y por supuesto nuestra ignorancia", asevera Briones.
Más planetas de los imaginados
"Hay que ser benévolos y comprensivos con la estimación de 1961", recuerda el astrobiólogo. "En aquella época ni siquiera se sabía con certeza si existían otros planetas fuera de nuestro Sistema Solar, tuvieron que pasar más de 30 años hasta descubrir oficialmente el primero".
En sus planteamientos originales, Drake estimó que una de cada dos estrellas podría tener planetas. "Hoy en día ya podemos decir que se quedó muy corto", afirma Briones, que añade que nuestros conocimientos actuales en formación estelar indican que "no hay nada que impida que una estrella se rodee de un disco proto-planetario que, por acreción y gravedad, termine convirtiéndose en diversos planetas". Por lo tanto, ese porcentaje de Drake sería mucho mayor. De hecho, los expertos en exoplanetas aseguran que, si no todas, la gran mayoría de las estrellas tienen planetas orbitando a su alrededor.
Al aumentar la cantidad de planetas, debemos modificar la ecuación ampliando también las posibilidades de encontrar cuerpos potencialmente habitables. No obstante, debemos hacer hincapié en que habitable "es un concepto totalmente antropocéntrico" basado exclusivamente en las condiciones que conocemos en la Tierra y que no tiene por qué corresponderse con existencia o ausencia de vida, ni mucho menos, advierte el investigador.
Zona de habitabilidad. Un término amplio y difuso
Pensemos en el recién descubierto Proxima b, orbitando a una distancia adecuada de su estrella que, en teoría, le permitiría albergar agua en estado líquido en su superficie. Se encuentra por tanto en la zona de habitabilidad y por ello los medios de comunicación han titulado correctamente: "Un planeta potencialmente habitable".
Sin embargo, señala el astrobiólogo, si nos fijamos algo más en sus características nos encontraremos con que su Sol, una enana roja, pertenece a un tipo de estrellas célebres por sus potentes radiaciones en infrarrojo. "Esto podría hacer que este planeta tuviese que soportar 60 veces más flujo magnético y 40 veces más rayos X que la Tierra… ¿Es esto habitable?", pregunta retóricamente Briones, "No lo sabemos, dependerá de si Proxima b ha desarrollado algún tipo de campo magnético que la proteja de estas radiaciones".
Además de la capacidad de albergar agua líquida, existen incontables factores que deberíamos analizar como su masa, su composición, si tienen atmósfera o no, si cuentan con ese campo magnético que sirva de filtro contra la radiación de su estrella… "Pensemos por ejemplo en nuestro Sistema Solar", explica el investigador, "la banda de habitabilidad incluye Venus, Tierra y Marte, sin embargo sabemos que el primero posee un intenso efecto invernadero que lo convierte en un infierno y el último solo posee agua en estado líquido de manera estacional y en latitudes ecuatoriales".
La paradoja de las mini bandas de habitabilidad
Por otro lado, que un planeta se encuentre fuera de la zona de habitabilidad de una estrella, tampoco asegura que la vida no pueda desarrollarse en él. "Volvamos a nuestro propio Sistema Solar. Paradójicamente las opciones más interesantes de encontrar vida se encuentran muy lejos de esa zona de ricitos de oro". El investigador se refiere al hecho de que, en nuestra propia casa, encontramos determinados satélites como Europa, Encelado o Titán, que orbitan planetas gaseosos lejanos y que están fuera de la zona habitable, pero que han creado una especie de "mini banda de habitabilidad"... Esto es algo que antes no se tenía en cuenta: los principales candidatos a que exista vida en nuestro propio sistema solar son lunas de Júpiter y Saturno, mucho más fascinantes que Marte o Venus que sí están en la banda de habitabilidad.
Volvemos a retocar la ecuación: deberíamos incluir un ingente número de satélites extrasolares, que no estarían dentro de la zona de habitabilidad. La mayor parte de exoplanetas que hemos localizado son del tipo Júpiter caliente, puesto que son los más fáciles de detectar y por cada uno de ellos podría haber diez, veinte o treinta satélites. "Esto cambia mucho la fórmula", añade Briones, "ya que no solo tendríamos que buscar en planetas, sino también en muchas de sus lunas".
Desafortunadamente nosotros, al igual que Drake en la década de los 60, también contamos con limitaciones tecnológicas y a día de hoy aún no hemos sido capaces de detectar satélites extrasolares. La confirmación de su existencia podría llegar pronto y aumentaría la estimación inicial de nuestra ecuación.
Actualizar a Drake
Hace unas semanas, un equipo de investigadores del Laboratorio de Astrofísica de Columbia en colaboración con la Universidad de Glasgow se propuso actualizar uno de los elementos de la ecuación de Drake. En su trabajo, titulado Cuantificando los orígenes de la vida a escala planetaria, proponían una estimación actualizada del número medio de veces que podríamos esperar que aparezca la vida en un planeta determinado (Abiogénesis).
Su aproximación a la ecuación de Drake se centró exclusivamente en la química básica para la vida tal y como la conocemos. Para ello relacionaron la aparición de vida en un cuerpo planetario con los bloques básicos para la vida (Nb), la diversidad necesaria para que surja un sistema al que podamos llamar vivo (N0), la disponibilidad de estos ladrillos básicos para la vida (Fc) y finalmente la probabilidad de que estos bloques se ensamblen dando lugar a la vida (Pa) durante un tiempo determinado (t).
Al igual que Drake, los investigadores actuales se enfrentan a factores que no podemos cuantificar o simplemente desconocemos, por lo que seguimos estando ante una ecuación demasiado abierta. "Es un debate aún vigente entre los astrobiólogos y químicos actuales", remarca Carlos Briones, "hay dos posturas muy distanciadas entre sí: aquellos que piensan que, si se dan las condiciones adecuadas, tarde o temprano, la vida siempre termina surgiendo, y aquellos que consideran que es un fenómeno escaso que emerge muy ocasionalmente".
Al final, incluso nuestra nueva y actualizada ecuación de la vida en el Universo se ve limitada por nuestro desconocimiento de lo que puede haber ahí fuera. "Todo depende de lo optimista que seas a la hora de cuantificar los parámetros de la fórmula", apunta el científico.
¿Vida o inteligencia extraterrestre?
Los grandes descubrimientos de los últimos años en evolución estelar, formación planetaria, nuestros nuevos conocimientos de la composición química de cometas y asteroides o el estudio mediante espectrografía de los exoplanetas parecen indicar que la probabilidad de encontrar lugares potencialmente habitables es mayor de lo que en un principio se planteó Drake. Sin embargo, las ideas del astrónomo estadounidense incluían una buena parte de especulaciones sobre tecnologías extraterrestres que muchos expertos concuerdan que fueron exageradas.
"Los términos finales de la ecuación de Drake, los que tratan de la probabilidad de que existan civilizaciones capaces de comunicarse, son tremendamente especulativos y, lo que es peor, finalistas", explica Briones. "Parece como si la aparición de la vida, irremediablemente desembocase en la aparición de inteligencia, y no podemos afirmar algo así. No hay nada en la vida de una bacteria de hace 3.000 millones de años que nos hiciese pensar que con el tiempo iba a desarrollar algo parecido a un cerebro, o a una mente consciente y mucho menos una inteligencia capaz de construir telecomunicaciones".
Cada vez soy más optimista con la idea de que exista vida en algún lugar del Universo
Drake calculaba que un 1% de los planetas con vida desarrollaría algún tipo de vida inteligente, sin embargo, parecen unas estimaciones muy alejadas de nuestra experiencia. El 99,999% de las especies que han vivido en nuestro planeta se han extinguido, por lo que considerar que la vida deriva inexorablemente en inteligencia capaz de comunicarse mediante ondas a través del espacio resulta excesivamente antropocéntrico. "Cada vez soy más optimista con la idea de que exista vida en algún lugar del Universo" reconoce Briones, "pero soy muy escéptico con que esa vida pueda evolucionar siempre hacia la inteligencia que Drake esperaba encontrar".
Cinco décadas después de aquella ecuación podemos asegurar que existen más planetas de los que Drake imaginaba, que las zonas con potencial para albergar vida pueden sorprendernos incluso fuera de las bandas de habitabilidad, que los cometas pueden funcionar como portadores cósmicos de moléculas químicas básicas, que la vida es aún más resistente de lo que pensábamos gracias a los numerosos estudios sobre extremófilos… en resumen, la nueva ecuación de la vida en el Cosmos debería reflejar un aumento de las probabilidades en sus formas más básicas y a la vez, un descenso de las expectativas de encontrar inteligencia capaz de comunicarse.