Podría decirse que es el secreto mejor guardado del mundo, ya que lo custodian celosamente cientos de millones de personas, sobre todo padres y madres. O también el peor guardado, ya que todos aquellos a quienes se les oculta acaban sabiéndolo tarde o temprano al llegar a una cierta edad. Pero sea una cosa u otra, lo curioso es que muchos de éstos a su vez se convertirán en nuevos guardianes del secreto con sus propios hijos.
Aunque la forma concreta tiene variantes en diferentes países, cada año al llegar la Navidad se repite en todo el mundo el ritual del gran secreto. ¿Y con qué fin? Se supone que el propósito es mantener en los niños la ilusión de la magia. Pero según los psicólogos Christopher Boyle, de la Universidad de Exeter (Reino Unido), y Kathy McKay, de la Universidad de Nueva Inglaterra (Australia), al fin y al cabo no deja de ser una mentira. Y como tal, es moralmente cuestionable, sobre todo porque puede tener efectos perjudiciales en los niños.
En un artículo publicado en la revista The Lancet Psychiatry, Boyle y McKay ponen en duda las bondades de esta pequeña gran mentira. Según Boyle, "es una cuestión interesante si es correcto o no hacer creer a los niños en Father Christmas [nombre que se da en Reino Unido a Santa Claus o Papá Noel], y también es interesante preguntar si mentir de este modo afectará a los niños de maneras que no se han considerado".
Moralidad cuestionable
En concreto, los psicólogos apuntan que el descubrimiento de esta mentira puede minar la confianza de los niños en sus padres. "Todos los niños llegarán a saber que se les ha mentido repetidamente durante años, y esto puede hacerles preguntarse qué otras mentiras les han contado", dice Boyle. "Si han sido capaces de mentirles sobre algo tan especial y tan mágico, ¿se puede seguir confiando en ellos como guardianes de la sabiduría y la verdad?".
Para Boyle y McKay, las mentiras son aceptables cuando son piadosas. "Por ejemplo, un adulto consolando a un niño diciéndole que su mascota recientemente fallecida irá a un lugar especial, el cielo de los animales, es indiscutiblemente más agradable que contarle gráficamente la verdad sobre su inminente reentrada en el ciclo de carbono", escriben los dos psicólogos en su artículo. Pero no es el caso de Santa Claus, añaden, y por tanto "la moralidad de hacer creer a los niños en estos mitos debe ser cuestionada".
Y quien dice Santa Claus, dice los Reyes Magos. "La de los Reyes Magos es una fiesta maravillosa de España, la vi el año pasado en Cataluña", cuenta Boyle a EL ESPAÑOL. "Hay mucha más actividad genuina [que en el caso de Santa Claus], con eventos en pueblos y ciudades; he oído que en algunos pueblos pequeños los Reyes Magos de hecho entregan a los niños regalos que les han dado los padres". Pero para Boyle, el criterio es el mismo: "Es una mentira colectiva perpetuada por generaciones a lo largo de mucho tiempo", valora.
Sin embargo, el investigador aclara que su intención no es demoler mitos tan valiosos para tantos millones de personas, sino más bien proponer una reflexión sobre los posibles efectos de tales mitos. Y no todas estas repercusiones tienen por qué ser negativas: Boyle reconoce que esta mentira "también podría fomentar o facilitar en los niños un escepticismo sano que les ayude a desarrollar mentes inquisitivas". Pero incluso en este caso, añade el psicólogo, habría que valorar hasta qué punto la posibilidad de obtener algún bien hace de la mentira algo éticamente justificable.
Volver a ser un niño
Y todo ello teniendo en cuenta que, además, para Boyle y McKay el propósito de los padres al mantener este cuento navideño no es tan altruista como podría parecer. Normalmente pensaríamos que los niños agradecen creer en este tipo de magia cuando su mente aún no es capaz de diferenciar claramente la realidad de la fantasía. Boyle no está de acuerdo: "Hasta donde sé, las investigaciones muestran que los niños distinguen desde edades tempranas; por ejemplo, saben que los dibujos de Tom y Jerry o Harry Potter no son reales".
Según los dos psicólogos, el verdadero propósito de los padres con todo esto no es otro que abrir una ventana al recuerdo de su propia niñez. "Como adultos, tratamos de creer que debe de existir un lugar mejor ahí fuera", apunta Boyle; un lugar en el que recuperar la fantasía, que no suele tener demasiada cabida en el mundo de los adultos. La añoranza de la infancia es para Boyle y McKay la motivación que empuja a los padres a tratar de revivir aquellas experiencias a través de sus hijos, algo que demuestra el fenómeno fandom en la edad adulta. Como concluyen los investigadores en su artículo, "¿podría ser que la crudeza de la vida real requiera la creación de algo mejor, algo en lo que creer, que nos dé esperanzas para el futuro o nos devuelva a una infancia perdida hace mucho tiempo en una galaxia muy muy lejana?".
Pero tarde o temprano se descubre el pastel, y tal vez antes de lo que muchos padres desearían. Boyle comenta que mantener a los niños en la ignorancia es hoy mucho más difícil que nunca, debido a la abundancia de información disponible a su alcance a través de internet. Y surge una duda: ¿es mejor que los niños lo averigüen por sí mismos, que lo escuchen de labios de sus padres, o que lo descubran a través de un amigo? "Yo lo descubrí por un niño mayor que lo dijo en la asamblea del colegio", recuerda Boyle. "Después de todo, les enseñamos ciencia en primaria, y al mismo tiempo una vez al año les venimos con la alucinatoria imposibilidad de Santa Claus bajando por las chimeneas", reflexiona. "Los niños deben descubrir por sí mismos que Santa Claus es una creación de la sociedad".