Sudar no es lo más agradable del mundo, sobre todo cuando son otros quienes sudan a nuestro lado. Y sin embargo, a este humilde mecanismo fisiológico le debemos la vida, como saben los enfermos de hipohidrosis, aquellos que por alguna razón transpiran menos de lo normal. Mientras que sudar en exceso es socialmente incómodo pero inofensivo para la salud, en cambio no hacerlo puede llevar a la muerte por sobrecalentamiento, ya que el sudor sirve para enfriar el cuerpo gracias a la evaporación.
Lo curioso del caso es que los humanos, y en general los primates, somos especialmente sudorosos. Fuera del mundo de los monos, sólo los caballos transpiran en abundancia como nosotros. Otros mamíferos peludos, como los perros, jadean para enfriarse. Y en el fondo, somos afortunados: si sudar es incómodo, ¿cómo sería una terraza de verano llena de humanos jadeando con la lengua fuera?
El truco está en la piel, el más grande de nuestros órganos y el que nos sirve como principal interfaz con el mundo que nos rodea. Otros animales, como los ratones, tienen la mayor parte de su piel dedicada a la formación de pelo, mientras que sólo poseen glándulas sudoríparas en las palmas de las manos y las plantas de los pies. Por el contrario, en la mayor parte de nuestra superficie conviven células que fabrican pelo con otras que producen sudor.
Pero ¿cómo elige una célula de la piel si será sudorosa o peluda? ¿Y por qué los humanos y unos pocos mamíferos más tenemos el poder de producir sudor y pelo en las mismas zonas del cuerpo? A estas preguntas da respuesta un equipo de científicos de la Universidad Rockefeller de Nueva York (EEUU) en la última edición de la revista Science.
Los investigadores han analizado qué hay de diferente entre la piel de la pata o la espalda del ratón y la del cuero cabelludo humano, para que la del roedor esté predeterminada en exclusiva a una función, mientras que la nuestra tiene esa aparente libertad de elección entre pelo o sudor.
Balancín de señales
La clave está en unas señales moleculares que se activan en las células durante el desarrollo embrionario y que son antagónicas. Tal y como lo representan los investigadores, en los dos extremos de un balancín están situadas estas dos señales. Si pesa más una de ellas, llamada Proteína Morfogenética del Hueso (BMP, por sus siglas en inglés), la célula se convierte en productora de sudor. Por el contrario, la célula se dedica a la formación de un folículo piloso cuando vence su rival, una proteína llamada sonic hedgehog (SHH) que toma su nombre del erizo azul de los videojuegos de Sega.
Según han descubierto los investigadores, dirigidos por la bióloga Elaine Fuchs, la diferencia entre ratones y humanos estriba en una distinción fundamental en la aparición de estas señales durante el desarrollo embrionario, cuando se decide el destino final de las células de la piel: en los roedores, la pata es dominio exclusivo de BMP, mientras que la piel del lomo está sujeta sólo al control de SHH. Es decir, que las señales están reguladas de distinta manera según la región del cuerpo del animal.
En cambio, en los humanos esta regulación, además de ser también espacial en ciertas zonas –por ejemplo, no tenemos pelo en las palmas de las manos–, es sobre todo temporal. Hasta la semana 15 del desarrollo embrionario, las células de nuestra piel están bajo el control de SHH, lo que da lugar a la formación de los folículos que producirán nuestro pelo. Pero a partir de ese momento se produce un cambio: hacia la semana 17 entra en escena BMP, que suprime la señal de SHH y ordena a las células de la piel que se dediquen a fabricar glándulas de sudor. Como resultado de esta regulación secuencial, escriben los investigadores en su estudio, "la piel humana tiene la capacidad especial de generar primero una oleada de destinos hacia folículos pilosos y después cambiar a mitad de camino para especificar destinos glandulares".
Así es como los humanos podemos sudar por casi todo el cuerpo, algo que nos permite, en palabras de los autores del estudio, "correr maratones y tolerar temperaturas extremas". Esta capacidad es una adquisición evolutiva reciente en los primates que continúa adaptándonos a nuestro entorno: según cuentan los investigadores, en la población del sureste de Asia hay una variante genética que origina mayor cantidad de glándulas sudoríparas, algo que resulta ventajoso en un clima cálido y húmedo.
Un mando de control
Claro que los humanos no hemos evolucionado para correr maratones, y nuestros antepasados debieron enfrentarse también a los climas fríos de Europa. Pero según explica a EL ESPAÑOL el investigador Cheng-Ming Chuong, de la Universidad Nacional de Taiwán, que publica un artículo de análisis sobre el estudio en el mismo número de Science, hay algo en nuestra historia evolutiva que hacía ventajosa esta capacidad de sudar: nuestro pasado como cazadores de grandes presas, un trabajo físicamente extenuante. Sin embargo, para Chuong es intrigante que otros cazadores como los grandes felinos no hayan adquirido esta útil habilidad. “Es una cuestión interesante”, reflexiona. "Es el modo en que cazas: los humanos lo hacemos de forma cooperativa, y podemos competir para ganar".
De hecho, la piel de los animales es un asombroso generador de adaptaciones de lo más diverso: glándulas mamarias, salivales o sebáceas; dientes, picos, uñas, garras, plumas o escamas, e incluso los cepillos filtradores que dan nombre a las ballenas. "El tegumento desempeña un papel muy importante y se diversifica fácilmente para que los animales puedan adaptarse a su medio", resume Chuong. La piel es uno de los órganos fundamentales que diferencian a un ser humano de un cocodrilo o una rana, y parte de esa diferencia recae en un mismo mando de control: según los autores del estudio, el balance entre BMP y SHH no sólo decide entre las opciones de pelo o sudor en mamíferos, sino que en los pollos BMP produce escamas en las patas, mientras que SHH origina las plumas. En las moscas, BMP controla el desarrollo de las alas.
Y conocer este mando de control es mucho más que una curiosidad biológica. Según Chuong, el conocimiento de estas señales nos encarrila en el camino hacia la posibilidad de cultivar células precursoras y dirigir su destino a voluntad; un objetivo de la medicina regenerativa que podría ayudar a restaurar la piel de, por ejemplo, las personas con graves quemaduras, que no sólo se ven afectadas en su aspecto físico sino que también pierden esa beneficiosa capacidad de sudar.