Todo actor que se precie sabe que los movimientos de los ojos son una parte importante a la hora de interpretar una emoción concreta.
Cuando sonreímos, lloramos o nos preocupamos lo hacemos también con nuestros ojos y los que nos rodean saben muy bien cómo reconocerlo, ¿pero es siempre tan evidente como parece?
Esta pregunta se la ha hecho también un equipo de científicos de la Universidad de Colorado Boulder y la respuesta a sus investigaciones se encuentra recién publicada en Psychological Science.
Los ojos nos delatan
Para llevar a cabo el estudio, los investigadores se ayudaron de 26 voluntarios que participaron en un total de 600 ensayos, todos ellos consistentes en la observación de imágenes de ojos que mostraban emociones concretas, como la ira, la tristeza o la alegría.
Aunque a simple vista las instantáneas eran prácticamente iguales, la gran mayoría de participantes supieron discernir cuál era la emoción que se representaba.
Eran muchos los detalles que cambiaban levemente de un sentimiento a otro: la apertura del ojo, la distancia entre la ceja y la cavidad ocular, la pendiente y la curva de las cejas e incluso las arrugas de la cara. Todos ellos dejaban claro los sentimientos de la persona en cuestión y además podían dividirse en grupos; pues, por ejemplo, el estrechamiento ocular se asocia a estados relacionados con la discriminación social, como el odio o la sospecha; mientras que los ojos muy abiertos suelen ir unidos a la sensibilidad, el interés o la cobardía.
Sutileza y variedad
Todos ellos son movimientos muy sutiles y variados; pues, según Daniel Lee, responsable principal del estudio, el número de músculos faciales implica un total de 3,7 por diez elevado a 16 combinaciones diferentes, por lo que se hace muy difícil discernirlos.
Y aún así lo hacemos. ¿A qué puede deberse? Como ocurre con la gran mayoría de nuestras acciones, la respuesta está en la evolución, pues nuestro cerebro se ha desarrollado para ser capaz de identificar movimientos oculares que también tenían una función en los inicios de la especie, ya que, por ejemplo, el estrechamiento del ojo podría haber servido a nuestros antepasados para mejorar su agudeza visual en momentos de gran concentración como la caza o los enfrentamientos con otros individuos, llevando a que hoy en día se relacione con sentimientos de ira o agresión.