Mientras continuamos preguntándonos si existen otros seres fuera de la Tierra, y si serían parecidos a la vida que conocemos u otra cosa radicalmente diferente, no hace falta marcharnos a otro mundo para encontrar animales que parecen salidos de una película de ciencia ficción. Incluso en nuestra propia casa han existido y existen algunas especies que los científicos tratan de encajar en el orden natural casi a martillazos, como demuestran estos ejemplos.
El monstruo de Tully
Basta echar un vistazo a la reconstrucción del Tullimonstrum para suponer que al equipo de diseño de la última película de ciencia ficción se le ha ido la mano: esos ojos sobresaliendo a medio cuerpo y ese pico de dientes puntiagudos sobre una especie de cabeza ciega parecen muy adecuados para convertirse en la pesadilla de los exploradores de algún planeta remoto, pero demasiado inverosímiles como para tomar el film en serio.
Error: el llamado popularmente monstruo de Tully no ha vivido en la fantasía de algún guionista, sino aquí, en la Tierra; y además en gran abundancia, a juzgar por los cientos de ejemplares hallados en el excepcional yacimiento fósil de Mazon Creek, en Illinois (EEUU); el único lugar donde se ha encontrado esta especie que vivió hace 300 millones de años y que solía nadar en grupos por lo que entonces eran marismas costeras.
El Tullimonstrum no es ni mucho menos un recién llegado a los libros de ciencia: fue en 1955 cuando el coleccionista de fósiles Francis Tully llevó el primer ejemplar a los paleontólogos del Museo Field de Chicago. Con sus aletas de sepia, ojos de cangrejo y su temible trompa dentada, los expertos no supieron dónde colocarlo. Pero es que más de 60 años después, aún no lo saben. Tully falleció en 1987 sin saber qué clase de criatura había encontrado.
En 2016, un estudio dirigido por la Universidad de Yale (EEUU) publicaba lo que parecía un veredicto definitivo: "El monstruo de Tully es un vertebrado", titulaban los investigadores en la revista Nature, donde afirmaban que el animal era un antepasado de las lampreas. Hasta el pasado 20 de febrero: "El monstruo de Tully no es un vertebrado", titula ahora en la revista Palaeontology otro equipo de científicos. Según la directora del estudio, Lauren Sallan, de la Universidad de Pensilvania (EEUU), "incluso hay desacuerdo sobre cuál es la parte de arriba [del animal]. Pero lo último que el monstruo de Tully podría ser es un pez". Sallan sugiere que podría tratarse de un molusco o de un artrópodo. El caso sigue abierto.
El insecto con ojos en la nuca
Los insectos representan el grupo animal más diverso del planeta, con un millón de especies ya conocidas, aunque los expertos estiman que la cifra real debe de ser mucho mayor. Y sin embargo, entre todos ellos no existe ni uno solo parecido al Aethiocarenus burmanicus.
El pasado diciembre, investigadores de la Universidad Estatal de Oregón describían en la revista Cretaceous Research el hallazgo de un animalito que quedó atrapado en ámbar hace 100 millones de años en Birmania. El bicho era obviamente un insecto. Pero al tratar de encajarlo en la treintena larga de órdenes existentes (los grandes grupos, como coleópteros o lepidópteros), descubrieron que no pertenecía a ninguno de ellos. Tuvieron que crear un orden exclusivo para él, los etiocarenodeos.
"El insecto tiene una serie de rasgos que no encajan con ninguna otra especie de insecto que conozco", dijo el director del estudio, George Poinar Jr., un veterano entomólogo de 80 años cuyo trabajo de extracción de ADN de insectos atrapados en ámbar inspiró al escritor Michael Crichton para su novela Parque Jurásico. "Realmente nunca había visto nada como esto", añadió.
Lo más extraño es su cabeza. "Los insectos con cabeza triangular son comunes hoy", escribían los autores en su estudio. Pero mientras que todos ellos tienen el morro en un vértice, la cabeza del Aethiocarenus está colocada justo al revés, con un vértice hacia el cuello. Según los investigadores, los ojos situados en los otros dos vértices le daban la habilidad de ver detrás de él. "Lo más raro es que la cabeza se parece a como suelen retratarse los extraterrestres", dijo Poinar. "Pensé que se parecía a E.T. e incluso me hice una máscara de Halloween como su cabeza, pero cuando me la puse, asustaba tanto a los niños que tuve que quitármela".
El tulipán submarino
Hace unos 500 millones de años, en el período Cámbrico, vivían algunas de las criaturas más extrañas que jamás han poblado este planeta y que hoy no podríamos ni imaginar, como los anomalocáridos, temibles artrópodos marinos carnívoros que podían alcanzar los dos metros, o la Hallucigenia, una especie de gusano surrealista con largas patas y espinas en la espalda. Algunos de estos fósiles aberrantes han podido asignarse a un grupo zoológico, mientras que otros aún son un enigma.
Entre estos últimos se encuentra el Siphusauctum gregarium, una especie de tulipán de unos 20 centímetros que cubría a miles los fondos marinos. Pese a su aspecto, era un animal; pero esto es todo lo que los investigadores han podido concluir sobre él. Encontrado en 2012 en un yacimiento de Canadá, sus descubridores notaron que tenía un aparato de alimentación "único entre los animales", según la coautora del estudio Lorna O’Brien, de la Universidad de Toronto.
Al parecer, aquel animal tenía seis agujeros en la base de la copa por los que aspiraba agua que filtraba con unos peines internos hacia un estómago, al que seguía un intestino abierto por un ano en la parte superior. "No sabemos dónde encaja en relación a otros organismos", dijo O’Brien.
Animales sin aire
En ocasiones los fósiles descubiertos desafían su clasificación zoológica. Pero estudiar los restos de un animal fallecido hace millones de años y conservado en forma de roca tiene sus limitaciones. Con los organismos actuales, el estudio de su ADN o ARN y la comparación con los de otras especies revela en qué cajón del orden natural hay que guardarlos. Pero incluso hoy, a veces hay que crear cajones nuevos.
Este es el caso de los loricíferos. Justo por debajo de la clasificación de un organismo como animal, lo siguiente es decir de qué tipo de animal se trata; por ejemplo, un artrópodo o un molusco. Estos grandes grupos se llaman filos; de hecho, los mamíferos no somos más que una simple clase dentro del filo de los cordados. Pero uno de estos filos permaneció oculto para la ciencia hasta 1983. Los loricíferos son diminutas criaturas del sedimento marino y son lo menos que se reparte en animales: un saco con cabeza, boca, tubo digestivo y ano. Apenas se conocen tres docenas de especies vivas, y no se sabe de restos fósiles.
Pero entre los pocos loricíferos conocidos, hay al menos tres que son radicalmente distintos en algo a todos los demás organismos terrestres de más de una célula: viven permanentemente sin oxígeno. Los Spinoloricus, Rugiloricus y Pliciloricus, animalitos menores que la cabeza de un alfiler, descritos en 2010 y encontrados a más de 3.000 metros de profundidad bajo el Mediterráneo, prescinden por completo de la respiración tal como la entendemos normalmente; y también del componente celular encargado de esta función, la mitocondria. En su lugar, tienen un sustituto llamado hidrogenosoma que respira protones, lo que convierte a estos animales en tal vez los más alienígenas de su propio planeta.