Decía Jorge Luis Borges que él no hablaba "de venganzas ni perdones", porque "el olvido es la única venganza y el único perdón". Puede que no le faltara razón al genial escritor argentino; de hecho, algunos estudios indican que olvidar un agravio es el mejor camino para superarlo. Sin embargo, la realidad es que muchas veces los seres humanos sucumbimos a los deseos de venganza y, según una reciente investigación, lo hacemos para sentirnos mejor.
No es la primera vez que un estudio señala que la venganza sienta bien. Ya en 2004 la revista Science publicó los resultados de una investigación según la cual llevar a cabo una acción de castigo o represalia activaba en el cerebro las regiones implicadas en los procesos de recompensa. Según los autores de aquel estudio, sus "hallazgos apoyan la hipótesis de que la gente obtiene satisfacción al castigar las violaciones de las normas".
Sin embargo, el investigador de la Universidad Virginia Comonwealth, David Chester, y su colega de la Universidad de Kentucky, Nathan DeWall, han querido ahondar un poco más en las motivaciones de la venganza y, a través de un estudio publicado en en Journal of Personality and Social Psychology, han concluido que "las personas agraviadas actúan agresivamente, sólo si esperan que la agresión pueda reparar su estado de ánimo". Los investigadores concluyeron que "esta estrategia parece eficaz, ya que, después de tomar represalias, el estado de ánimo de los individuos agraviados era indistinguible de aquellos que no lo habían sido".
Ciencia con un muñeco de vudú
Para llegar a sus conclusiones, Chester y DeWall llevaron a cabo seis estudios diferentes centrados esencialmente en dos experimentos. En el primero de ellos los investigadores pidieron a 156 participantes que escribieran un ensayo sobre un tema de su elección, para después intercambiarlo con otros participantes y que éstos opinaran sobre el escrito. Sin embargo, en un segundo grupo, uno de los investigadores fingió ser un participante y se dedicó a dejar comentarios ofensivos sobre los ensayos de sus compañeros.
Posteriormente, se le dio a los participantes la oportunidad de demostrar cuán enfadados estaban con el sujeto que había criticado su texto. Para ello, se les ofreció un muñeco de vudú virtual que se parecía al participante que les había fustigado duramente. Los resultados mostraron que los participantes más agraviados se sintieron mejor después de haber clavado las agujas en el muñeco, incluso algunos de ellos llegaron a tener "un estado de ánimo indistinguible de aquellos que no habían recibido críticas por sus ensayos", aseguran los autores en el estudio.
La píldora mágica
Sin embargo, este experimento aún no demostraba la hipótesis de Chester y DeWall. ¿Seguirían optando los individuos por la venganza aunque no fueran a sentirse mejor? Para intentar responder a esta pregunta los investigadores diseñaron un nuevo experimento en el que utilizaron una píldora con propiedades especiales.
A cada uno de los participantes se le ofreció una pastilla que supuestamente mejoraría sus capacidades para la siguiente prueba. La píldora en cuestión era en realidad un placebo y a algunos de los sujetos se les dijo que, como efecto secundario, su estado de ánimo se mantendría estable a partir de la mitad del experimento en adelante.
Posteriormente, cada participante jugó a un videojuego sencillo en el que simplemente tenían que pasarle una pelota a otros dos compañeros. En realidad, los otros dos jugadores eran manejados por un ordenador, que controlaba cuántas veces le pasaba la pelota al participante. En una de las variantes del juego, la máquina pasaba la pelota al sujeto la mitad del tiempo, mientras que en otra solo le pasaba la pelota el 10 por ciento de las veces.
Los que apenas recibieron la pelota durante el juego se sintieron rechazados y se les preguntó si les gustaría vengarse de sus compañeros de juego. Como era de esperar, los que se habían sentido más agraviados fueron los que aceptaron participar en la venganza y la llevaron a cabo con mayor frecuencia e intensidad.
Sin embargo, hubo una excepción. A los individuos que se les dijo que la píldora que habían tomado mantendría constante su estado de ánimo no optaron por la venganza. Según concluyeron los investigadores, el hecho de que su estado de ánimo no fuera a mejorar hacía inútil el tomar represalias, por lo que optaron por no vengarse.
El estudio de Chester y DeWall profundiza un poco más sobre una cuestión que es de vital importancia a la hora de tratar de mediar en conflictos y reducir los niveles de violencia y sus conclusiones pueden interpretarse como una buena noticia a estos efectos. Según explica Chester a EL ESPAÑOL, "si la principal motivación de una persona para agredir a otra es mejorar su estado de ánimo, entonces estamos de suerte porque hay muchas maneras de reparar las emociones sin herir a los demás".
¿Un placer a corto plazo?
Además, según reconocen los autores en el estudio, las "mediciones del estado ánimo se produjeron con relativa rapidez después de la venganza", con lo que no pudieron medir las consecuencias a largo plazo. Es más, los investigadores afirman que "es posible que los efectos positivos de la venganza disminuyan con el tiempo y que el estado de ánimo vuelva a los niveles previos poco tiempo después".
A este respecto, Chester asegura que están recopilando datos para un nuevo estudio que sugieren que esto puede ser así y que la venganza puede ser contraproducente. Según este investigador, las represalias pueden terminar "provocando un estado de ánimo extremadamente negativo más adelante". En resumen, concluye Chester: "Si usted está tratando de sentirse mejor, una de las peores cosas que puede hacer es buscar venganza".
En esa línea también se muestra Jesús Martín Ramírez, investigador de la Universidad Complutense y director de la cátedra Nebrija‐Santander en Gestión de Riesgos y Conflictos, quien ha explicado a EL ESPAÑOL que los seres humanos percibimos la venganza como "agradable, especialmente a corto plazo, pero a largo plazo la situación puede ser diferente".
Martín, que considera el estudio de Chester y DeWall como "muy serio y bien planteado", es el principal autor de otro artículo de referencia a la hora de analizar las agresiones por venganza. En dicho trabajo el investigador español y sus colaboradores mostraron que "en los conflictos sociales, el comportamiento tiende a maximizar el placer experimentado" y que "la agresión produce placer en el agresor, salvo en intensidades extremas".
Sin embargo, al igual que Chester, Martín aclara que esto no quiere decir que la venganza sea siempre la mejor estrategia para superar un agravio, ni la que más placer nos puede proporcionar. "Debemos tener en cuenta que, aunque la venganza se perciba como agradable, hay muchas alternativas comportamentales que son mejores y ofrecen, a la larga, mejores resultados para el individuo".
No cabe duda de que la venganza es un impulso que ha acompañado al ser humano durante toda su existencia y que, posiblemente, se haya desarrollado originalmente como un mecanismo de supervivencia. Aún así, si nos enfrentamos a situaciones en las que nos sentimos injustamente agraviados, quizás debamos recordar las palabras de Francis Bacon: "Vengándose, uno iguala a su enemigo; perdonando, uno se muestra superior a él".