La imagen del Tyrannosaurus rex, literalmente el "rey tirano de los lagartos", ha cambiado enormemente desde su primera reconstrucción en 1905. El T-rex es sin duda uno de los dinosaurios más populares, y también de los más temibles en cualquiera de las innumerables obras de ficción que los han devuelto a la vida. Es probable que muchos aún imaginen al tiranosaurio como aquel muñeco de Toy Story, un reptil verde cubierto de escamas, erguido sobre su cola y sus patas traseras, y con visibles dientes afilados. Sin embargo, las representaciones actuales basadas en la ciencia más reciente nos muestran un animal muy distinto que pocos reconocerían como el T-rex de toda la vida. Un nuevo estudio publicado esta semana, que también le da una vuelta a la imagen clásica, nos sirve para recordar estos cinco rasgos no tan conocidos del dinosaurio más famoso.
Tenía cuernos y le habría gustado una caricia en el morro
El último estudio sobre el tiranosaurio se publica esta semana en la revista Scientific Reports y añade interesantes novedades. Un equipo de investigadores dirigido por Thomas D. Carr, del Carthage College (EEUU), ha encontrado los restos de una nueva especie de tiranosaurio, Daspletosaurus horneri, un pariente del T-rex de nueve metros, una cuarta parte más pequeño que su primo. A partir de los huesos, los científicos han reconstruido el cráneo y su probable aspecto y rasgos.
La conclusión de los investigadores es que el tiranosaurio tenía la cara cubierta de escamas grandes y planas, con zonas de piel acorazada en el morro y en los lados de la mandíbula inferior. Según Carr, "la piel acorazada habría protegido a los tiranosaurios de abrasiones que podían sufrir mientras cazaban o comían". Además, detrás de los ojos tenía cuernos recubiertos de queratina, la proteína que forma nuestras uñas. Por último, los autores añaden que el tiranosaurio tenía sobre el morro una zona de piel tan sensible como las yemas de nuestros dedos, una característica que también se da en los cocodrilos.
¿Tenía labios?
El estudio dirigido por Carr afirma también que el tiranosaurio llevaba sus feroces dientes al descubierto como los cocodrilos, tal y como siempre lo hemos visto. Y si hay algo distintivo en la imagen del tiranosaurio, es ese hocico remachado por feroces dientes puntiagudos que se dejan ver incluso cuando cierra la boca.
Sin embargo, no todos los expertos están de acuerdo. El paleontólogo de la Universidad de Toronto (Canadá) Robert Reisz sostiene la hipótesis de que el T-rex tenía labios. Según Reisz, la presencia de esmalte en sus dientes revela que su dentadura debía mantenerse hidratada. De lo contrario, dice, el esmalte se seca y los dientes se vuelven quebradizos. Los cocodrilos llevan una vida acuática, por lo que no tienen ese problema. En los animales terrestres, los labios ocultan los dientes al cerrar la boca y la saliva mantiene el esmalte húmedo y resistente.
Obviamente hay excepciones a lo anterior, como los colmillos de los elefantes. Pero según el paleontólogo del Museo de Historia Natural de EEUU Zhijie Jack Tseng, la estructura de los dientes de los mamíferos puede ser más eficaz que la de los reptiles a la hora de retener la humedad. Si a esto añadimos que, según Reisz, "una porción sustancial de los dientes [del T-rex] habría estado cubierta por las encías", la conclusión del investigador es que "los dientes habrían parecido mucho más pequeños en un animal vivo".
No andaba erguido, sino inclinado
A comienzos del siglo XX se tenía la idea de que los dinosaurios bípedos eran en realidad trípodes: la cola les servía de punto de apoyo para erguir el cuerpo, como a los canguros. Esta imagen fue popularizada por la reconstrucción del hadrosaurio en 1865 por Joseph Leidy y fue adoptada también para el T-rex cuando Henry Fairfield Osborn, entonces presidente del Museo de Historia Natural de EEUU en Nueva York, montó el primer esqueleto de este animal en 1915. El mismo esquema se extendió por otros museos del mundo y a todas las repesentaciones del tiranosaurio.
Pero con el paso de los años, los científicos comenzaron a darse cuenta de que aquello no cuadraba. En 1970, el paleontólogo del British Museum Barney Newman, a la hora de montar un esqueleto con las piezas de dos animales, razonó que la postura diseñada por Osborn era físicamente imposible, más teniendo en cuenta que el estadounidense había exagerado la longitud de la cola. Newman situó al T-rex con la columna vertebral casi paralela al suelo, y concluyó en su estudio que "su marcha era desgarbada como la de un pato, no de zancadas majestuosas como antes se creía". La saga Parque Jurásico retrató correctamente la postura del tiranosaurio, pero la imagen clásica sigue viva en la imaginación: un estudio de 2013 mostró que la mayoría de los estudiantes continúan dibujándolo erguido como el ejemplar del museo de Nueva York; que, por cierto, no se desmanteló hasta 1992.
Tenía plumas
La demolición de la imagen del T-rex como un gran lagarto fue un proceso lento. Ya en el siglo XIX, el biólogo Thomas Henry Huxley sugirió que los dinosaurios estaban más emparentados con las aves que con los reptiles y que posiblemente tenían plumas. Pero no fue hasta finales de la década de 1960 cuando los nuevos descubrimientos comenzaron a demostrar que Huxley tenía razón. En los 90 se hallaron los primeros fósiles de dinosaurios con claros restos de plumas, y en 2004 se confirmó que este rasgo también aparecía en los parientes cercanos del T-rex.
Lo cierto es que no se ha demostrado directamente la presencia de plumas en el tiranosaurio rex, pero el paleontólogo Mark Norell lo expresó así: "tenemos tantas pruebas de que el T-rex tenía plumas, al menos durante alguna etapa de su vida, como de que los australopitecos como Lucy tenían pelo". Sin embargo, esta característica se resiste a entrar en la cultura popular: la saga Parque Jurásico sigue aferrándose a los dinosaurios desnudos.
Sus brazos eran pequeños, pero hercúleos
Uno de los tópicos sobre el tiranosaurio es que esos ridículos bracitos con dos dedos eran simples colgajos poco menos que inútiles. Pero muy al contrario, ya desde el descubrimiento de la especie los científicos reconocieron que las extensas áreas de inserción de músculos sugerían unos brazos fuertes, tal vez útiles para agarrar a su pareja durante la cópula, según sugirió Osborn en 1906.
En los últimos años, las investigaciones han revelado hasta qué punto los brazos del T-rex eran pequeñitos, pero matones. Según los estudios biomecánicos, sus bíceps eran comparativamente 3,5 veces más poderosos que los humanos, soportando pesos de hasta casi 200 kilos. Dada la fuerza y agilidad de sus brazos, una inquietante posibilidad es que el tiranosaurio los empleaba para sujetar a su presa mientras la devoraba, se supone que viva.
Y un último detalle que tal vez sorpenda a algunos fans de los dinosaurios de Spielberg: por supuesto, el T-rex nunca existió en el Jurásico, sino en el período posterior, el Cretácico.