Durante 40 años del siglo XX, en España no se votó, no se pudieron decir muchas cosas ni hacer muchas cosas. Los escritores tuvieron que decir, como hizo Cernuda, no que estaban hartos de Franco, sino que estar cansado tiene plumas, "plumas que desde luego nunca vuelan, mas balbucean igual que loro". ¿Qué ocurrió con los científicos en todos esos años, se podía hacer ciencia en el franquismo? A esa tesis ha dedicado el investigador Lino Camprubí su libro Los ingenieros de Franco (Crítica).
Camprubí recuerda en el libro una discusión de 1969 entre su abuelo, Gustavo Bueno, filósofo ateo fallecido el verano pasado, y el paleontólogo católico Miguel Crusafont. Es un ejemplo de que aquellas cuatro décadas no fueron un páramo de ciencia con ínfulas patrióticas, sino que hubo una cierta tensión y, sobre todo, que los científicos e ingenieros tuvieron un papel fundamental en el desarrollo económico, político e ideológico del franquismo.
Una de las intenciones de su libro es combatir esa leyenda negra de que la investigación en el franquismo fue para todos un "tiempo de silencio", como sugiere la novela de Luis Martín-Santos.
Los motivos son varios pero por ejemplo, uno de los científicos de los que hablo en el libro se llama Jose Antonio Valverde y era biólogo, estudió en Sevilla casi toda su vida e hizo su labor en Doñana. Las memorias de Valverde, de 2003, son muy interesantes y en algún lugar se refiere a la historiografía de ese periodo, y claro, él reflexiona que decir que no hubo investigación científica en el franquismo colocaba a los que estaban haciendo ciencia en ese periodo en una especie de limbo.
¿Y cree que ha encontrado la respuesta?
En conversaciones encontré que había una insistencia en decir que no podía haber
ciencia durante el franquismo y al mismo tiempo estaba la necesidad de reconocer que sí la había. La pregunta que yo me hacía era doble: ¿Por qué se ha dicho que no hay? ¿Qué tipo de investigación había? Y creo que la respuesta es común: se ha dicho que no hay porque la investigación que había hoy en día no se considera científica, porque al hacerla había que entonar un canto a la patria y otro a la Virgen María. No es lo que hoy en día entendemos por ciencia, pero lo interesante es entender cómo podía haber investigación científica en manos de gente de la época, que tenía una ideología nacional-católica más o menos presente.
Pensamos en la construcción de la presa Hoover como parte de la historia de la ingeniería, pero los pantanos extremeños o las hidroeléctricas de Franco en Galicia tienen connotaciones más folclóricas que tecnológicas, ingenieriles o ecológicas. ¿Por qué ocurre esto?
Tiene un poco que ver con la Transición y el modo que hemos tenido las generaciones posteriores de entender el modelo anterior. Cada vez más se tiende a decir que antes de la democracia no había nada y que fue con la Constitución cuando la cosa empezó a
tirar. Pero todos los historiadores serios están de acuerdo en que eso no se entiende así.
Por ejemplo, solía hablar con un ecologista de Sevilla que en los años setenta era un activista contra la energía nuclear, y sin embargo, hablando con él en 2010 me
decía que la investigación nuclear en España era una mierda pinchada en un palo. Vamos a ver, si estabas en los setenta contra la nuclear, ¿cómo me dices ahora que en el franquismo no había investigación nuclear? En el año 74, España era el mayor cliente de Estados Unidos de energía nuclear y uranio enriquecido.
Creo recordar que la central de Zorita, inaugurada en 1968, sí que estaba construida en gran medida por los EEUU, con un reactor Westinghouse listo para meter el combustible y darle al botón.
Sí y no. Es verdad que la central nos la dieron llave en mano, pero cada contrato con ellos equivalía a muchos otros subcontratos con empresas de tecnología española, se calcula que unas 2000 empresas por central. Es decir, el reactor sí, pero luego había un montonazo de cosas relacionadas con hacer funcionar aquello de verdad y al final, aumentar la autonomía y consolidar el capitalismo en España, que al final era lo que quería Estados Unidos.
Es curioso que la crítica de su conocido fuese hacia la energía nuclear y no hacia la propia dictadura.
Lo que yo creo que ha pasado en parte es que, la izquierda española después de la Transición se hizo capitalista. Ya lo era de antes, pero había grupos que decían "Franco es malo precisamente por industrializarse", desde un punto de vista marxista lo que
supuso el franquismo es una acumulación forzosa del capital, la crítica entonces era "mirad, Franco está preparando el país para los capitalistas".
Una parte de su libro se dedica a los vínculos entre José María Escrivá de Balaguer y el nacimiento del CSIC, esos lazos entre investigación y religión.
No niego que hubiera una gran represión del franquismo sobre los científicos, en particular sobre instituciones anteriores como la Junta de Ampliación de Estudios, pero aparte de eso hay que ver lo que se fue haciendo, de lo contrario no se puede entender cómo pudo sobrevivir sin ciencia un estado moderno durante 40 años. Una de las cosas que se hizo fue el CSIC, cuyo objetivo no era sólo la investigación, sino la investigación para la independencia económica de España.
Eso lo dirigió gente como José María Albareda, que era el secretario general, que estaba muy vinculada al Opus Dei. Algún historiador ha dicho que el Opus Dei influenció a la ciencia española en el franquismo, y sí, pero a la vez se puede decir que el CSIC influyó al Opus Dei. ¿Por qué? Porque en 1939 el Opus Dei no era nada, eran los siete amigos de esa fotografía y poco más. Además, los de la foto influyeron mucho en Escrivá de Balaguer y su objetivo, que era como el de Ramiro de Maeztu y otros: hacer un catolicismo compatible con el capitalismo. El vínculo nacionalcatólico y el económico es lo que hace que la investigación científico-técnica reciba una especial atención en algunos sectores estratégicos.
¿Es comparable la situación de la ciencia durante esos años con la de la cultura, es decir, grandes figuras exiliadas y brillando mientras aquí había que agachar la cabeza y apechugar?
Sí, pero es también el reflejo de cómo miramos a las cosas, incluso hoy en día. Entre el 47 y el 49 estuvieron en España Heisenberg y otros científicos nucleares alemanes, y aquí había gente importante como Eduardo Torroja. Eso sí, no ganaron premios Nobel como Severo Ochoa, que aunque ejercía fuera tenía muchos vínculos con España. Lo que digo en el libro es que el papel de la ciencia en España no puede medirse sólo con baremos científicos, número de premios Nobel o publicaciones, sino que es interesante verlo en relación con los problemas reales de aquella época, tanto políticos como de fronteras, soberanía energética, de Gibraltar o del Sáhara.
Su abuelo, Gustavo Bueno, fue uno de esos focos de raciocinio y diálogo en años difíciles para el cientificismo, ¿fue una inspiración para este libro?
Ha sido una fuente de inspiración en muchos sentidos, uno de ellos fue no entender el Estado sólo como política en el sentido de relación entre gobernantes y gobernados, sino como manejo del territorio y manejo de las fronteras. Otro fue el de mirar a la ciencia no sólo como grandes teorías o descubrimientos, sino como prácticas materiales en el laboratorio. Y luego ya en cosas más concretas. Lo de Crusafont fue una de las últimas conversaciones que tuve el verano pasado con él, me contó toda la historia con pelos y señales. Luego recibí de un amigo de Barcelona la carta del archivo de Crusafont, y pude comprobar que todo era tal y como me lo había contado. Gustavo Bueno le recriminaba a Crusafont utilizar la providencia, porque decía que él no usaba ese término como científico sino como católico. La verdad es que, leyéndolo hoy, se expresaban con bastante libertad, más de lo que cabría suponer en esos años. Él decía siempre que el límite de la libertad de expresión era no mencionar a Franco: "Mientras tú no digas que Franco es un inútil, todo lo demás lo puedes decir".