Dacher Keltner no es un santo, un misionario o un hombre de fe, pero su nombre ha aparecido más de una vez en esos trípticos que se reparten en las iglesias. Entre noticias sobre el nuevo reverendo de la congregación episcopaliana o poemas en los que Dios se aparece entre las lilas del jardín, las teorías de este psicólogo de la Universidad de California en Berkeley brotan a menudo pese a ser totalmente contrarias a las de los asiduos a la iglesias.
Al final, ambos creen en hacer el bien y no mirar a quién. Pero a diferencia de la iglesia, Keltner cree que el altruismo y la capacidad de hacer el bien son inherentes al ser humano.
Este investigador, nacido en Jalisco, México de una pareja de jipis (oficialmente, miembros de la contracultura) a finales de los sesenta, decidió centrar su carrera académica en las emociones, algo que levantó muchas cejas en su momento. "La historia de mi vida desde hace años es explicar a la gente que lo que estudio puede y debe ser abordado desde una perspectiva científica", dice a EL ESPAÑOL. De hecho, uno de sus últimos trabajos fuera de Berkeley fue asesorar científicamente a los creadores de la exitosa película Del Revés.
"Hace mucho que sabemos que eso que llamamos moral no es algo cultural o aprendido, sino biológico", explica Keltne. Él y su grupo se centran en estudiar las emociones que hacen a la gente ser buenos samaritanos.
En particular, a Keltner le obsesiona eso que en inglés llaman awe, y que en castellano puede traducirse como asombro, pero también como temor reverencial. "Cuando la gente experimenta este sentimiento ha demostrado ser más proclive a mostrar comportamientos empáticos o caritativos, además son capaces de manejar mejor el estrés", apunta.
Asombro y culpa, la dupla perfecta
El otro sentimiento dominante en toda religión que se precie es la culpa. Hace unos días, un grupo de investigadores españoles ha publicado un artículo en Frontiers in Human Neuroscience explicando cómo esas emociones van modificando, a través del lenguaje, nuestro comportamiento de una forma automática e inconsciente.
"La idea básica es que esa visión de que la cognición, que es el lenguaje, y la emoción van por lados distintos, que es la que defiende la medicina clásica y el modelo de McLennan, se rompe", explica Laura Jiménez Ortega, investigadora en el Centro Mixto de Evolución y Comportamiento Humano del Instituto Carlos III y la Universidad Complutense. "Resulta que la expresión y la emoción se combinan sin que ni siquiera seamos conscientes".
Para la investigadora, "en el pensamiento religioso o en la moral sin duda hay un componente emocional brutal, la culpa es una emoción muy potente y ahora de hecho hemos empezado con un proyecto dedicado exclusivamente a la culpabilidad, que es un componente de muchas religiones".
La culpa no es algo que se restrinja, por supuesto, a las religiones. Jiménez Ortega cree que ha acompañado al ser humano desde sus inicios. "Puede ser que un hombre esté cazando en equipo, falle en su tarea de acosar al animal y la caza no se complete", y ahí es donde aparece ese sentimiento.
A lo que sí ha contribuido la religión es a interpretar esa emoción tan compleja. La culpa es, para los cristianos, el paso previo al arrepentimiento que otorga la restauración del pecado. En Lucas, capítulo 17, Jesús dice: "Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si peca contra ti siete veces al día, y vuelve a ti siete veces, diciendo: 'Me arrepiento', perdónale".
Entre otras cosas, lo que la psicología y la neurociencia actual están haciendo es analizar qué parte del sentimiento de culpa es original y qué parte ha sido modificado culturalmente para, por ejemplo, aplicarle un mayor sentimiento negativo.
Según esta neurocientífica, "la religión ayuda a que la culpa sea menor o incluso utiliza esa culpa" para promover sus mensajes. "La culpa se activa sin que tú seas consciente de ello y, en muchas ocasiones, puedes sentirte responsable por algo pero no culpable, la psicología moderna va por ese camino, hacer que la gente no se sienta culpable sino responsable: tienes la necesidad de enmendar pero sin esa emoción negativa, inherente en muchos casos pero que hace polvo a la persona".