Aunque el premio también importa (y mucho), los concursos, sean del tipo que sean, constituyen una prueba irrevocable de cómo la rivalidad lleva al ser humano a esforzarse por destacar y conseguir la mejor marca. Ocurre incluso entre los niños: se esmeran por demostrar quién corre más rápido, salta más alto o termina antes el bocadillo. Y el ganador no necesita recibir nada a cambio de su triunfo para sentirse satisfecho y jactarse del logro.
En el mundo de la ciencia, las competiciones pueden tener resultados que va más allá del reconocimiento. Certámenes como los de la NASA y los de IBM para seleccionar el mejor proyecto en cierta área pueden contribuir al progreso en ese campo científico o tecnológico, aparte de servir a los intereses de la propia entidad.
Pero lo cierto es que no hace falta que exista un certamen de por medio para que investigadores y expertos saquen las uñas en defensa de sus teorías, trabajos y reputación. Lo bueno es que, en muchos casos, los rifirrafes entre científicos han contribuido a muchos de los avances más importantes de la historia.
Una cuestión genética
Descubrir la estructura del ADN no fue una tarea fácil ni libre de disputas. En 1962, los científicos Francis Crick, James Watson y Maurice Wilkins compartieron un premio Nobel por el hallazgo, sin embargo, no todo había sido cordialidad en sus relaciones. Aunque Crick y Watson observaron por primera vez la triple hélice en el Laboratorio Cavendish en Cambridge, Wilkins y su colega, Rosalind Franklin, también estudiaban su estructura en el King’s College de Londres.
Antes de su descubrimiento, Watson y Crick visitaron el centro londinense, donde Franklin les mostró los resultados que habían obtenido hasta entonces. De vuelta en Cambridge, los científicos construyeron un modelo basándose en los datos que habían visto en la capital británica, algo que encendió la mecha de la rivalidad entre ambos equipos. Wilkins escribió a Crick explicándole lo irritado que se sentía y exigiendo que detuvieran su trabajo. El destinatario le contestó que, aunque "os hemos pateado el trasero, ha sido entre amigos". La única que abandonó las investigaciones fue Franklin.
¿Es o no es un agujero negro?
Desde que Einstein predijo su existencia con la teoría general de la relatividad, los agujeros negros se han convertido en una inagotable fuente de enigmas para los expertos, aunque a veces son ellos mismos quienes se comportan de forma extraña. Es el caso de Stephen Hawking, quien, pese a estudiar este fenómeno espacial en la teoría, en 1975 aseguró que no existía en la práctica.
Más concretamente, Hawking apostó con el astrofísico Kip Thorne que Cygnus X-1, una enorme fuente de rayos X que entonces se barajaba como el primer agujero negro identificado, no era tal cosa. Thorne no estaba de acuerdo y exigió que, si ganaba, quería recibir una suscripción a una revista de contenido pornográfico (Penthouse, según cuenta Hawking en Una breve historia del tiempo). Al final, se demostró que Cygnus X-1 sí pertenecía al club de las estrellas colapsadas y Thorne recibió su premio.
La geometría como apuesta
Lo que está bastante más claro que la naturaleza de los agujeros negros es la curvatura de la Tierra. A pesar de que hoy nadie pensaría que vivimos en un planeta llano, en 1870 había quien apoyaba esta hipótesis. John Hampden, uno de sus defensores, se atrevió incluso a apostar sobre su veracidad con el biólogo y geógrafo Alfred Russel Wallace, quien abogaba por la curvatura terrestre.
Para demostrar que tenía razón, Wallace diseñó un experimento: colocó dos objetos en el medio del río Old Bedford (en Reino Unido) separados diez kilómetros longitudinalmente para medir la profundidad. Instaló un telescopio alineado con ambos sobre un puente, desde donde un observador pudo ver cómo uno de los postes parecía más alto que el otro, una prueba de que el geógrafo estaba en lo cierto. Pero para desgracia del vencedor, Hampden nunca le pagó las 500 libras que se habían jugado y, encima, lo tachó de tramposo.
Cuando saltan chispas
Una de las rivalidades más conocidas de la historia es la compartida por los pioneros de la electricidad Nikola Tesla y Thomas Edison. Lo cierto es que Tesla trabajó para este último durante un tiempo durante su juventud, pero dejó la empresa porque no le gustaban el método científico que aplicaban. Mientras que Edison siempre estuvo más preocupado por las patentes, Tesla se centraba en el proceso de invención.
Pero el verdadero problema fue la competencia en el mercado, pues ambos trataron de vender las diferentes formas de electricidad que habían descubierto. Edison desarrolló la corriente continua, mientras que Tesla promovía la corriente alterna. Aunque ambos criticaban el modelo del otro, el tiempo ha acabado por dar la victoria a Tesla: la corriente alterna, más barata y eficiente, es la que hoy en día alimenta nuestras casas.
Mi vacuna es la mejor
El bioquímico Jonas Salk fue el primero en desarrollar una vacuna contra la polio –una afección vírica muy extendida a mediados de los 50– a partir de poliovirus destruidos. Le siguió el virólogo Albert Sabin, quien dos años después creó su propia vacuna utilizando al microorganismo vivo. La competencia entre ambos aceleró la erradicación de la enfermedad en muchas partes del mundo: al principio se administraba el preparado inyectable de Salk, pero a partir de 1964 fue sustituido rápidamente por la vacuna oral de Sabin (la llamada trivalente, porque atacaba a tres tipos de virus).
Leyes físicas robadas
Aunque el científico británico Robert Hooke hizo importantes contribuciones a la ciencia, su nombre ha quedado prácticamente eclipsado por el de Isaac Newton, su más acérrimo rival. Las malas lenguas dicen que Newton aprovechó su posición como presidente de la Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia para ocultar y menospreciar las investigaciones de Hooke después de que este criticara algunos de sus trabajos sobre óptica. Según Hooke, quien determinó el valor de la constante de gravitación universal, Newton le robó la idea de la Ley de la Gravedad, formulada por este en su libro Philosophiae Naturalis Principia Mathematica, publicado en 1687.
Traición matemática
Las controversias protagonizadas por Newton no se limitaban a las riñas con Hooke. Otro de sus piques con científicos involucró al matemático alemán Gottfried Leibniz, con quien se disputó el descubrimiento del cálculo. A pesar de que el teutón fue el primero en publicar artículos sobre cálculo diferencial e integral, Newton aseguraba que él ya había estado trabajando sobre el tema, como, según él, demostraba una pequeña anotación en el reverso de uno de sus papers.
Ni corto ni perezoso, el presidente de la prestigiosa sociedad de ciencia londinense reunió un comité de amigos para que le apoyara en su disputa y llegó a acusar a Leibniz de plagio. Lo cierto es que la discusión nunca tuvo un vendedor claro, por lo que hoy en día, se considera que ambos inventaron de forma independiente la herramienta matemática en el siglo XVII.
Diferencias entre mentor y aprendiz
Otro notable científico que utilizó su influencia para boicotear el trabajo de un colega fue el británico Humphry Davy, quien había sido incluso nombrado caballero por la Corona. El químico tomó como pupilo a un joven Michael Faraday, que descubrió bajo la tutela de su mentor el electromagnetismo y realizó investigaciones clave para el desarrollo de los generadores modernos.
El éxito de su aprendiz despertó la envidia de Davy y trató de desprestigiar el trabajo de Faraday valiéndose de su estatus. Pero, lejos de tirar la toalla, la actitud de su maestro impulsó al aventajado alumno a seguir adelante con sus estudios sobre electroquímica. Afortunadamente, el tiempo fue calmando los celos de Davy y cuando le preguntaban, algún tiempo después, cuál había sido su mayor hallazgo, respondía: "Michael Faraday".
Disputas por la evolución
Durante su carrera, el británico Richard Owen tuvo un papel importante en el avance de la paleontología y la ciencia en general: entre otras cosas, acuñó el término dinosaurio y fundó el Museo de Historia Natural londinense. Sin embargo, a su prestigio le acompañaba la fama de plagiador y envidioso. Uno de sus mayores rivales fue el biólogo Thomas Huxley, un acérrimo defensor de la teoría de la evolución darwiniana a la que Owen se declaraba contrario, sobre todo en lo que se refiere al hombre como descendiente de los primates.
Para demostrar que personas y primates no están emparentados, Owen estudió el cerebro de monos y personas. Huxley hizo lo mismo, demostrando que los animales tenían hipocampo menor (o calcar avis), una región cerebral que según Owen solo estaba presente en humanos. El biólogo acabó ganando la partida en aquella controversia conocida como la gran pregunta del hipocampo.
Discusiones sobre cambio climático
Pero para encontrar rifirrafes entre expertos no hace falta viajar atrás en el tiempo. En el 2005, el científico experto en predicciones climáticas James Annan, apostó 10.000 dólares (unos 8.903 euros) a que la temperatura del planeta continuaría ascendiendo hasta 2017, demostrando que el fenómeno dependía de los gases de efecto invernadero y no de la actividad solar. Dos físicos rusos, Galina Mashnich y Vladimir Bashkirtsev, aceptaron el reto.
La apuesta, cuyo vencedor no se conocerá hasta final de año –aunque Annan tiene todas las de ganar–, es solo un ejemplo de cómo las controversias sobre el cambio climático y sus desencadenantes han inspirado gran cantidad de estudios sobre el fenómeno y cómo detenerlo.
A pesar de que los ejemplos de piques entre científicos son numerosos, también existen muchos casos en los que la colaboración y el trabajo en equipo han conducido a importantes avances y descubrimientos. Sin embargo, como precisamente sugería una investigación en la materia, "la ciencia siempre ha sido un proyecto competitivo".