La noche del 26 de septiembre de 1983, la decisión de un sólo hombre marcó el destino de la humanidad. Pasaban catorce minutos de la medianoche cuando en Moscú saltaron las alarmas. Los satélites habían detectado un lanzamiento nuclear desde EEUU; instantes después, eran cinco. Stanislav Petrov acababa de entrar como oficial de turno y tenía órdenes precisas: informar a una cadena de mando con línea directa con el Kremlin que decidiría en cuestión de minutos el contraataque. "Menos mal que me tocó a mi", confesaría treinta años después.
"Si hubiese sido cualquier otro oficial, hubiese seguido las órdenes a rajatabla. Pero yo había recibido formación civil". Petrov tenía por entonces 44 años y el rango de teniente coronel, y llevaba asignando al sistema de defensa satélital soviético desde sus orígenes en los setenta. Se encontraba destinado en el búnker Serpukhov-15, punto neurálgico de la red de satélites OKO que apuntaban a las bases de misiles balísticos estadounidenses.
Era la época de la "Guerra de las Galaxias" promovida por la administración Reagan y la URSS apretaba el acelerador para no quedarse atrás. Petrov, como contaría décadas después, sabía que la red satelital soviética se había lanzado con prisas y sufría fallos. Por otro lado, la tensión entre las potencias era crítica: el presidente de EEUU había prometido consecuencias tras el derribo semanas antes de un avión de Korean Airlines que penetró en el cielo ruso, y el premier Yuri Andropov sufría una auténtica paranoia ante la idea de ser atacados.
"Una alarma comenzó a aullar y durante los primeros quince segundos nos quedamos estupefactos. ¿Era verdad?" - contaba Petrov. El satélite detectó el lanzamiento de un misil con capacidad nuclear Minuteman, y eso fue lo primero que le extrañó. "Nos habían contado que cuando atacasen, lo harían con todo su arsenal. Nadie empieza una guerra con solo cinco misiles". Durante la Guerra Fría esta doctrina se conocía como Mutual Assured Destruction (MAD): o una de las potencias destruía de golpe al enemigo, o ambas sucumbirían en el intercambio nuclear.
La escena que recordaba un Petrov jubilado en un suburbio de Moscú es digna de una película de la época: luces parpadeantes, gritos, él con un interfono en la mano para hablar con el resto de centros de control y la otra con el teléfono para hablar con el cuartel general del Ejército Soviético, que había recibido una alerta automática y esperaba la confirmación. A los cinco minutos había decidido que se trataba de un error y que debía evitar el contraataque nuclear.
"Lo sentí por instinto" - confesaba tres décadas después. Dos factores habían contribuido a inclinar su decisión: el sistema de detección terrestre no encontraba señales de los presuntos misiles, y la alerta satelital había sido sospechosamente fulminante. "Debería de haber pasado 28 o 29 filtros primero". Los minutos, recordaba, "pasaban como horas". 20 minutos después, no se había producido ningún impacto. Respiraron aliviados. "Aquella noche tuve un 50% de posibilidades de equivocarme".
¿Qué ocurrió?
Las represalias para Stanislav Petrov no llegaron enseguida. El error que pudo haber provocado una guerra nuclear fue debido al solsticio de otoño, reveló la investigación: el Sol, la Tierra y el satélite OKO habían experimentado una alineación que provocó que la luz solar reflejada en las nubes de altas cotas se confundiese con el lanzamiento de un misil. El teniente coronel recibió sin embargo una reprimenda por no haber registrado todo lo ocurrido en la bitácora. "¡Habría necesitado una tercera mano!" - protestaba.
Desde aquél momento la ascendente carrera militar de Petrov se truncó. En 1984 se retiró para volver a la vida civil y la caída de la URSS le puso en aprietos como a tantos otros jubilados. Cuidó en casa a su mujer con cáncer al no poder ingresarla y tuvo que plantar patatas en el jardín para subsistir. Nunca hizo público el incidente por lealtad: pensaba que daría mala imagen al ejército soviético. Quien lo hizo fue el general Yuriy Votintsev en sus memorias: el ex jefe de la Defensa Antimisiles soviética consideraba que Petrov debería haber sido condecorado.
Llegaron entonces los homenajes para el militar retirado, sin especiales alharacas: a destacar, el World Citizen Award y un reconocimiento de Naciones Unidas en 2006. En 2013, en el treinta aniversario de aquella infausta noche, los medios volvieron a buscarle para relatar su historia, que Kevin Costner recogió en el documental El botón rojo. Después, Stanislav Petrov recuperó su vida anónima, rehuyendo una gloria que nunca quiso. Murió con la discreción que le caracterizó en vida: ocurrió el pasado 19 de mayo, pero no lo hemos sabido hasta hoy.