En la base española Gabriel de Castilla no existen los fines de semana. Tampoco las noches. Los científicos y militares que la habitan durante el verano austral tienen que cubrir las ventanas de los dormitorios para poder descansar tras las duras jornadas laborales.
En el caso de Andrés Barbosa, investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales, su equipo y él caminan cada día alrededor de tres horas para estudiar a una comunidad de pingüinos barbijo (Pygoscelis antarcticus) ubicada en el borde exterior de la isla Decepción. La base se encuentra en la bahía interior.
"El trabajo en la Antártida es duro porque trabajamos a la intemperie durante unas ocho o diez horas, con una sensación térmica que llega a los -15 ºC, con mucho viento y a veces con nieve", describe el científico en conversación telefónica con EL ESPAÑOL.
Barbosa es gestor del Programa Nacional de Investigación Polar y un veterano de la ciencia antártica. Con esta son doce las campañas en las que ha participado. Cuando hay aviso de temporal, con vientos que pueden superar los 100 kilómetros por hora, todo el personal permanece en la base hasta que amaine. Si la borrasca les pilla fuera, los investigadores se apresuran para llegar cuanto antes a las instalaciones.
"Por mucho que aguante la ropa térmica y sea impermeable, una buena nevada o una lluvia intensa terminan calando las prendas y hace mucho frío, así que tenemos que tener mucho cuidado para no tener problemas de congelación", señala el científico.
El Ejército de Tierra es el encargado de gestionar la Gabriel de Castilla, situada a unos 13.000 kilómetros de España. La XXXI Campaña Antártica es su misión más antigua y un "caramelo" para cualquier militar. Para esta edición se presentaron 193 voluntarios de los que solo se seleccionaron a trece.
El comandante Valentín Benéitez, jefe de la base, nos cuenta que estuvo destinado en Kosovo y en Afganistán. "Esta misión apoya a la ciencia mientras que las otras estaban relacionadas con la seguridad", compara. "Es especial y los que hemos venido somos unos privilegiados", añade.
El destacamento miliar se encarga de todas las cuestiones logísticas durante los dos meses que durará la campaña, desde principios de enero hasta principios de marzo. Por dar algunas cifras, se consumirán 58 kilogramos de arroz, 75 de pasta y 500 de patatas. Las comunicaciones han mejorado mucho en los últimos años y hoy hay conexión a Internet, con seis megas de bajada de datos.
Asentados sobre un volcán
La Antártida es un templo consagrado a la investigación científica. Así lo recoge el Tratado Antártico que rige en el continente helado desde 1961. Durante esta campaña se desarrollarán dieciséis proyectos financiados por la Agencia Estatal de Investigación y otros diecisiete en los que participa el Ejército de Tierra.
Belén Rosado es estudiante de doctorado del Laboratorio de Astronomía, Geodesia y Cartografía de la Universidad de Cádiz. La joven matemática se siente una "privilegiada" porque esta es la cuarta vez que ha viajado hasta allí. Junto con otros investigadores, estudia la actividad volcánica de la zona desde el punto de vista de la deformación.
"La isla Decepción es un volcán activo cuyo último proceso eruptivo fue de 1965 a 1970", nos cuenta. Cada año, científicos de la Universidad de Granada estudian su actividad sísmica, mientras que Rosado y el resto del equipo se encargan de la deformación del volcán, es decir, de controlar cuánto se desplaza, se contrae o se expande. Para ello utilizan sistemas de GPS muy precisos, una estación de termometría que mide la temperatura del suelo y mareógrafos fondeados en una parte de la isla que registran la temperatura, la presión y el nivel medio del mar.
Este es uno de los proyectos que dura toda la campaña pero los científicos no están los dos meses. Se dividen en dos tiempos y cuando unos se marchan, vienen otros. Otras investigaciones duran menos tiempo, por lo que la base es un ir y venir constante de investigadores de varias nacionalidades que traslada el buque oceanográfico Hespérides de la Armada.
Barbosa estará en la Gabriel de Castilla hasta el 9 de febrero. En su caso estudia los factores ecológicos y fisiológicos que determinan el comportamiento de los pingüinos en el mar, incluyendo si les afectan las enfermedades en su capacidad física. Él y su equipo están instalando en las aves unos dispositivos con GPS, profundímetros y acelerómetros para saber a qué distancia van a comer, cuánto tardan, a qué velocidad se desplazan o cuándo bucean. "Trabajar en la Antártida y disfrutar de los paisajes y la fauna es un gran privilegio", resalta.
El reto de las urgencias médicas
Por su parte el Ejército trabaja en varios proyectos, entre ellos, mejorar la infraestructura de telecomunicaciones de la base instalando una nueva red de área local (LAN), utilizar vuelos no tripulados para mapear la zona y medir la función eléctrica cardíaca de los miembros de la misión.
El objetivo es evaluar cómo afecta al corazón la exposición al frío, al aislamiento y a las condiciones ambientales extremas. Esto se medirá con dispositivos Holter inalámbricos integrados en la ropa del personal de la base y también en buzos que hagan inmersiones submarinas en las gélidas aguas. "En febrero vendrán buceadores belgas y de la Universidad de Barcelona y mediremos su actividad cardíaca", confirma el comandante Benéitez.
Como responsable de la base, lo que más le preocupa es que ocurra una urgencia médica. Aunque cuenten con un médico experimentado en misiones exteriores, para llegar al hospital más cercano dependen de un helicóptero, que tiene que desplazarse hasta un aeródromo ubicado en la isla Rey Jorge y de ahí, a tierra firme. Eso, con las inclemencias del tiempo, puede tardar bastante.
"Aunque tengas un buen médico y telemedicina –el facultativo puede consultar con personal del Hospital Central de la Defensa Gómez Ulla cualquier duda– no es lo mismo que poder evacuar al paciente a un hospital de forma rápida", puntualiza el militar.
Con esquíes y crampones
A unos cuarenta kilómetros de allí, en la isla Livingston se encuentra la segunda base española, la Juan Carlos I, que gestiona la Unidad de Tecnología Marina del CSIC. El glaciólogo Jaime Otero es uno de los científicos que trabaja allí estos meses, investigando el comportamiento de dos glaciares que tiene monitorizados de la isla: Johnsons y Hurd.
Cada verano antártico mide su movimiento, sus cambios de masa y de volumen. Los datos sirven para elaborar modelos de evolución y forman parte de una red mundial de monitorización de glaciares (la World Glacier Monitoring Service), en la que se registran observaciones de estos gigantes de hielo de cada región del planeta.
"El trabajo de campo es impresionante. Poder trabajar moviéndote sobre un glaciar me fascina", explica Otero, que es investigador del Grupo de Simulación Numérica en Ciencias e Ingeniería de la Universidad Politécnica de Madrid. En su caso, es su cuarta vez en esta base española.
A pesar de las duras condiciones ambientales, el científico disfruta con la variedad de tareas que realiza en el glaciar: desde usar moto de nieve, esquíes o crampones para desplazarse hasta cavar un agujero para buscar algún material enterrado o aprender a manejar georradares y un GPS diferencial.
Poco que ver con el trabajo de laboratorio. Por eso no es de extrañar que los científicos que prueban a investigar entre masas de hielo, pingüinos y volcanes, repitan. "Lo mejor es poder disfrutar de estos paisajes y de un trabajo con un componente de aventura y de exploración", resume Barbosa. Así son los nuevos Livingstones.
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