En 2004, un tsunami masivo dejó más de 260.000 muertos después de que olas de hasta 30 metros engulleran las costas de Sri Lanka, Indonesia, Tailandia y otros países cercanos.
Entre las zonas más afectadas se encontraba el Parque Nacional de Yala, una reserva natural habitada por un gran número de especies animales, como ciervos, elefantes, orangutanes y algunos felinos. Sin embargo, apenas se registraron muertes entre los animales, que parecían haber huido instantes antes de que se desatara el infierno.
Sólo cinco años después, un equipo de investigadores se encontraba estudiando los hábitos reproductivos de una población de sapos en la ciudad italiana de L’Aquila, cuando repentinamente todas las parejas reproductivas de una laguna concreta desaparecieron. Tres días después, un terrible terremoto de casi 6 grados sacudió la ciudad, dejando tras de sí a 300 muertos y 1.500 heridos.
Todos estos eventos han llevado tradicionalmente a los investigadores a intuir la posibilidad de que los animales tengan la capacidad de predecir catástrofes naturales. Sin embargo, sigue habiendo una lucha de opiniones entre los que creen que debe haber una razón para ello y los que piensan que podría ser poco más que una casualidad.
En busca del motivo
Fue precisamente el terremoto de la ciudad de L’Aquila el que impulsó uno de los mayores estudios que se han hecho al respecto. Un análisis preliminar demostró que el temblor había propiciado la liberación en la corteza terrestre de partículas cargadas que, en contacto con el aire y el agua, habrían dado lugar a la formación de peróxido de hidrógeno. Esto puede ser percibido por animales acuáticos, como los sapos, que huirían para evitar los efectos de su toxicidad.
Estos resultados sirvieron de base para la tesis de la bióloga Rachel Grant, que más tarde sería contactada por la mismísima NASA, dando lugar a un estudio más amplio sobre los cambios químicos generados por situaciones de estrés extremas sobre la superficie terrestre.
Otros científicos han analizado también la capacidad de algunos animales, como las abejas, para detectar la humedad en el aire. Esto explicaría por qué una zona poblada por abejas puede quedar repentinamente desierta poco antes del desarrollo tanto de una tormenta como de un episodio leve de lluvia.
Por otro lado, también se ha investigado el potencial de algunos animales para detectar pequeñas vibraciones imperceptibles para los seres humanos. Los insectos, por ejemplo, podrían percibirlos a través de la superficie de las patas. Esto podría explicar, por ejemplo, por qué se han documentado casos de hormigas que huyen de sus hormigueros justo antes de un terremoto.
Otras teorías, como la detección de los campos magnéticos y la presión atmosférica por parte de las aves o la percepción de pequeños cambios en la temperatura del agua de algunos animales acuáticos, como el tiburón, podrían dar respuesta a este misterio.
Sin embargo, un nuevo estudio, publicado en Bulletin of the Seismological Society of America, apunta a un error en el enfoque de este tipo de estudios y utiliza la estadística para analizar si realmente hay una correlación entre el desarrollo de catástrofes naturales y la predicción por parte de los animales.
El punto de vista de la estadística
Un equipo de investigadores del Centro Alemán GFZ para las Geociencias ha reunido un total de 180 publicaciones en el que se analiza el comportamiento anormal de algunos animales en las etapas previas a un terremoto.
En total estos estudios analizaron 729 anomalías detectadas en 160 terremotos, especialmente el de Darfield (Nueva Zelanda) de 2010, el de Nagano-ken Seibu (Japón) de 1984, y, por supuesto, el de L’Aquila.
Se analizó también la reacción de 130 especies, desde perros hasta pequeños gusanos de seda. Todo parecía apuntar a una clara correlación entre el desarrollo de terremotos y la huida de los animales. Sin embargo, la inmensa mayoría de estudios se basaban en una sola observación puntual en etapas previas a un terremoto.
Apenas existen estudios que relaten casos en los que un número elevado de animales muestre comportamientos anómalos durante un periodo largo de tiempo. Lógicamente, los casos aislados trascienden, por lo curiosos que resultan. Pero, según este estudio, estadísticamente se trataría de situaciones muy aisladas.
De cualquier modo, estos investigadores no descartan que sí pueda haber una correlación entre ambos sucesos, pero consideran que para comprobarlo se debería hacer un seguimiento exhaustivo de los animales, durante un periodo de tiempo amplio, antes de la llegada del temblor.
Quizás así algún día se desentrañe completamente el misterio y los animales puedan contribuir a salvar millones de vidas. Hasta entonces, si hay que afirmar una realidad en torno a este tema es que si hay unos animales con la capacidad incuestionable de salvar vidas después de un terremoto, esos son los perros rastreadores. Ellos sí que son verdaderos héroes.
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