Cuando el investigador de la Universidad de Londres Gary Lewis decidió estudiar la relación que existe entre la ideología de los políticos y la mano que utilizan para limpiarse el trasero, su intención no era hacer una buena investigación científica, sino más bien todo lo contrario. “Quería ver cómo de bajo podía ser el listón de la publicación”, aseguró recientemente Lewis, cansado de recibir miles y miles de correos solicitándole manuscritos o invitándole a unirse a consejos editoriales de revistas desconocidas.
En un paper totalmente inventado, este profesor de psicología comenzó por teorizar que los políticos de derechas se asean en el inodoro con la mano izquierda y los de izquierdas, con la derecha. Esta surrealista hipótesis la basaba en algo tan poco relacionado como que el hemisferio derecho de nuestro cerebro controla el lado izquierda del cuerpo y viceversa.
A todo ello, Lewis añadió unos cuestionarios falsos realizados por un asistente ficticio a ocho políticos también inexistentes donde se les preguntaba directamente sobre este hábito de higiene. En la lista figuraban nombres tan curiosos como Teresa Maybe (apelativo que recuerda al de la primera ministra británica Theresa May) y Boris Johnski (del parlamentario Boris Johnson). Todos ellos, como no podía ser de otro modo, corroboraron la hipótesis de su autor.
Además, este investigador se tomó la licencia de añadir un revisor bajo el nombre inventado de doctor I.P. Daly y mandó su trabajo a uno de esas revistas que tenía en la bandeja de entrada de su correo, concretamente a Crimson Publishers. Pronto le contestaron que lo habían recibido correctamente y lo estaban revisando y, al cabo de unos días, le informaron de que había sido aceptado y que se publicaría previo ingreso de 581 dólares (casi 497 euros).
Lewis se negó a hacer el pago, pero, finalmente, el estudio salió de todas formas bajo el título Testing inter-hemispheric social priming theory in a sample of professional politicians – a brief report (Ensayo sobre la teoría de la preparación social entre hemisferios en un muestreo de políticos profesionales: un informe breve). Iba firmado por Gerry Jay Louis, un supuesto investigador del también ficticio Instituto de Ciencia Interdisciplinaria Política y Fecal. Enterados posteriormente del engaño, Crimson Publishers ha hecho desaparecer el paper de su web.
Aunque sin duda es una de los casos más curiosos, no es la primera vez que los investigadores, hartos de ver cómo estas publicaciones conocidas como depredadoras están perjudicando a la ciencia, les han colado absurdos estudios. Muchas de ellas han eliminado las revisiones que garantizan que los trabajos publicados sean rigurosos y coherentes. Además, a menudo se enmascaran detrás de diseños y nombres similares a las publicaciones serias que hace que picar sea mucho más fácil.
Ciencia basada en ficción y el pene como "construcción social"
El verano pasado, un neurocientífico de profesión y bloguero que publica bajo el nombre de Neuroskeptic engañó a varias publicaciones con un artículo sobre los midiclorianos, las criaturas microscópicas de la saga Star Wars gracias a las que se puede entender en la ficción los designios de la Fuerza.
“Lo llené con otras referencias a una galaxia muy, muy lejana, y lo presenté en nueve revistas firmado con los nombres del Dr. Lucas McGeorge y la Dra. Annette Kin”, decía el propio Neuroskeptic. Cuatro de estas publicaciones lo aceptaron: el American Journal of Medical and Biological Research (SciEP), la Revista Internacional de Biología Molecular: Acceso Abierto (MedCrave), el Austin Journal of Pharmacology and Therapeutics (Austin) y el American Research Journal of Biosciences (ARJ). En esta ocasión, el autor tampoco tuvo que hacer finalmente ningún reembolso económico para su publicación, a pesar de que una de ellas sí lo solicitó.
De igual modo, los informáticos David Mazières y Eddie Kohler colaron un paper titulado Sácame de tu dichosa lista de correo en la revista International Journal of Advanced Computer Technology. El artículo contenía esta frase una y otra vez (concretamente 863 veces) a lo largo de su redacción y aparecía en sus gráficos y cuadros, sin ningún sentido.
También el pene ha sido objeto de estudio en estas falsas investigaciones: dos académicos argumentaron sin ninguna coherencia que el órgano sexual masculino era una construcción social y, por tanto, una causa conceptual del cambio climático. Este trabajo del filósofo Peter Borghossian, de la Universidad Estatal de Portland, y el matemático James Lindsay asume que la masculinidad es intrínsecamente mala y pretende criticar que ciertas ideas referentes al género triunfan más que otras, aunque no tengan ninguna base científica.
“No tratamos de hacer el documento coherente; al contrario, lo llenamos de jerga académica (como “discursivo” o “isomorfismo”), tonterías (como el argumento de que los hombres hipermasculinos están al mismo tiempo dentro y fuera de ciertos discursos), frases de banderas rojas (como "sociedad pre-post-patriarcal"), referencias lascivas a términos relativos al pene o referencias insultantes para los hombres”, explicaron sus responsables.
Además, según estos investigadores, a los editores de la revista les encantaba la conclusión del artículo publicado en Cogent Social Sciences que decía que la mejor manera de considerar al pene “no es como el órgano sexual masculino”, sino como “una construcción social que es dañina y problemática para la sociedad y las generaciones futuras”.
Este experimento recuerda al llevado a cabo por el profesor de física de la Universidad de Nueva York Alan Sokal en 1996. Entonces, este académico publicó en la revista de estudios culturales Social Text un artículo titulado Transgredir las fronteras - Hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica y lleno de incoherencias. Aseguraba que la teoría de las catástrofes y del caos conduciría a la liberación social y económica, aunque todo ello con palabras que sonaban bien.
Al día siguiente de su publicación Sokal desveló su engaño, con el que quería demostrar cómo las revistas de humanidades publican cualquier cosa siempre y cuando tengan una tendencia ideológica (generalmente, de izquierdas), un buen número de citas a autores y un uso abusivo de la jerga.
Ahora bien, hay algunos de estos trabajos que hacen sospechar con solo leer sus títulos. Por ejemplo, estudiar los efectos de la cocaína en el comportamiento de la danza de las abejas o cómo las palomas pueden distinguir entre una buena o mala obra de arte de un niño no suena como un gran avance para la ciencia. Aún así lo más preocupante es, como critican los científicos, la facilidad con la que cualquier artículo puede acabar publicándose por estas revistas vendidas como científicas, por muy incoherente que sea.