Hace más de 200 años que los médicos cuentan con estetoscopios, esos aparatos que nos acercan al pecho antes de mandarnos inspirar y espirar y que, del otro lado, los galenos se llevan a los oídos para intentar averiguar qué nos pasa por dentro.
Esta manera de auscultar nace en 1816 gracias a René Laënnec, que inventó el primero, aunque no se parecía mucho a los de ahora. Dicen que este médico francés fue un hombre polifacético, que aportó mucho a la práctica clínica y que dominaba muchas ramas del conocimiento, pero para la historia ha quedado por su pequeña invención, modesta pero tan importante que ha llegado a nuestros días.
Nació en 1781 en Quimper, en la Bretaña francesa, y pasó la adolescencia en Nantes, con un tío que era médico. Parece ser que entonces surgió su gran vocación, a pesar de que tenía muchas más pasiones: dominaba varios idiomas y fue poeta, filólogo, músico, dibujante y cazador, entre otras ocupaciones.
A los 19 años obtuvo una beca para estudiar medicina en la Universidad de París, donde deslumbró a todo el mundo, así que no tardó en entrar en contacto con las élites y llegó a ser discípulo de Jean Nicolas Corvisart, médico de Napoléon. Junto a él comenzó a interesarse en particular por el corazón y el sistema respiratorio y, una vez graduado, ejerció como médico en el Hospital Necker de la capital francesa.
A la hora de estudiar las dolencias que tienen que ver con el tórax René Laënnec comenzó a pensar en la importancia de distinguir los sonidos. Unos pulmones sanos no se oyen igual que unos enfermos y lo mismo ocurre con el corazón. No obstante, sólo podía hacer una cosa: pegar su propio oído contra el pecho de sus pacientes. Cuando eran mujeres el gesto se volvía más que delicado en la puritana sociedad de la época.
Los sonidos de la enfermedad
Fue precisamente en una de esas situaciones cuando se le encendió la bombilla. En concreto, estaba ante una joven bastante obesa y, si ya era difícil escuchar los latidos normalmente, en aquel cuerpo parecía imposible. Sin embargo, el médico recordó a unos niños que había visto jugando hacía poco con unos trozos de madera que se acercaban a los oídos. Entonces se le ocurrió enrollar una hoja de papel formando un cilindro y pegarla al pecho de la mujer mientras él ponía la oreja en el otro extremo.
El resultado fue extraordinario: nunca había oído mejor un corazón. Así que mandó que le hicieran el instrumento en madera y poco a poco lo fue perfeccionando. En un libro publicado en 1819 –Tratado sobre la auscultación mediata, lo llamó- describía el estetoscopio como un cilindro de madera de 30 centímetros de largo, cuatro de diámetro y un agujero perforado de seis milímetros de anchura. Pero lo más extraordinario es que gracias a él ya había conseguido describir sonidos específicos (egofonías, estertores y crepitaciones, entre otros) que incluso le llevaron a diagnosticar enfermedades no conocidas hasta entonces.
Muerto por investigar cadáveres
Para algunos este trabajo del francés hace que se le pueda considerar el padre de la neumología, pero científicamente también destacó por crear el método anatomoclínico, es decir, que comprobaba los hallazgos que auscultaba en sus pacientes examinando cadáveres.
Esta idea le llevó a realizar muchas autopsias a pacientes que habían sufrido tuberculosis. Laënnec no tenía miedo porque consideraba que esta enfermedad era una especie de cáncer que no se contagiaba. Ese error le llevaría a la tumba, ya que un día se cortó con una sierra cuando examinaba unas vértebras de un fallecido por tuberculosis. Murió con sólo 45 años por culpa de esta enfermedad después de haber convivido con ella durante un largo periodo de tiempo.
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