¿Qué hizo falta para poner al hombre en la Luna? Mucho trabajo: el de más de 400.000 personas involucradas. Mucho dinero: un presupuesto prácticamente ilimitado en tiempos de la Guerra Fría para evitar que la URSS, que había conseguido poner al primer hombre en el espacio y logrado la primera salida extravehicular, se adelantase de nuevo. Y un alto precio en vidas: el más terrible, el accidente del Apolo I que costó la vida a los astronautas Grissom, White y Chaffee, una terrible lección para quienes dos años y medio culminarían la gesta sucediéndoles en el Apolo XI.
De lo técnico a lo humano, de las minucias de los protocolos y los mecanismos a las dudas y flaquezas de sus protagonistas, es de lo que trata Apolo 11: La apasionante historia de cómo el hombre pisó la Luna por primera vez de Eduardo García Llama, escritor e ingeniero en la Sección de Dinámica de Vuelo del Johnson Space Center de la NASA, que atiende a EL ESPAÑOL por correo electrónico desde su oficina de Houston, EEUU.
La obra es una recreación pormenorizada de los acontecimientos del 16 al 21 de julio de 1969 que permitieron la llegada del hombre a la Luna y una reflexión sobre la dimensión antropológica del relato de un cambio de era que, por vez primera, la humanidad contempló unida frente a un televisor.
Apolo 11 está plagado de detalles que fascinarán a los amantes de la astronomía, pero también de curiosidades para todos los gustos. Conspiranoicos, dejen de acusar a la NASA de ocultar ovnis: el Apolo XI vio uno, una forma brillante con aspecto de 'L' que atribuyeron a un panel suelto y sobre el que decidieron no estimular las especulaciones. Aldrin fue el segundo hombre en pisar la Luna tras Armstrong, pero se guardó varias "primeras veces": fue el primero en celebrar la comunión en el satélite poco después del alunizaje con un cáliz portátil y, nada más abandonar el módulo Eagle, fue el primero en orinar en tierra jamás mancillada por el hombre -dentro del traje, obviamente.
Otra anécdota: la escotilla debía quedar entreabierta mientras los dos astronautas trabajaban fuera, pero solo después de llegar a Luna se dieron cuenta de la NASA no había previsto ninguno tope que evitase que se cerrase del todo por accidente, lo que les dejaría atrapados fuera por poco que aumentase la presión en la cabina. Y hablando de micciones lunares: los hombres llevaban puesto un condón en el traje para poder orinar sin fugas, que la Agencia distribuía en tamaño 'pequeño, mediano y grande'. Ellos las rebautizaron como 'extragrande, inmensa e increíble'.
Todos tenemos en mente hechos icónicos como la pisada en la Luna o la frase de Armstrong, pero a 50 años vista, parece haber caído en el olvido la inmensidad del Proyecto Apolo. ¿La estructura del libro, un 'minuto a minuto' que se detiene en estas ramificaciones, busca reivindicar esta magnitud?
Sí, entre otras cosas, también pretende ofrecer una idea de esa magnitud como resultado de la complejidad de una misión lunar como la del Apolo 11. El diseño, construcción y puesta a punto de una misión espacial involucra un esfuerzo de dimensiones que pueden escapar a la mayor parte del público.
El número de partes funcionales entre el módulo de mando y servicio y el módulo lunar ascendía a unos cuatro millones. Estos módulos albergaban 65 kilómetros de cable. Solo el módulo de mando y servicio contaba con 590.000 puntos de inspección. El número de procedimientos y escenarios que debían ser capaces de manejar los astronautas y los equipos de apoyo en tierra era formidable. Dar forma a una misión espacial tripulada como la del Apolo 11 implicó coordinar el trabajo de 400.000 personas. Se trató de un esfuerzo que es difícil de imaginar.
Más allá de First Man
La épica de la llegada del hombre a la Luna ha terminado por introducir a sus protagonistas en la cultura popular, pero también ha tendido a transformarlos en clichés. Todos conocemos a Neil Armstrong, el hombre brillante pero gélido que humildemente ofreció el honor de su primer paso en la Luna a toda la humanidad; muchos conocen a Edwin 'Buzz' Aldrin, volcánico y temperamental como el personaje de Pixar que inspiró; y algunos tienen presente que hubo un tercero, Michael Collins, que no llegó a alunizar y quedó como la metáfora de una amarga renuncia.
La obra de García Llama, sin embargo, rehuye las simplificaciones. Sí, Armstrong era la clase de mentalidad cerebral y disciplinada que va a trabajar dos horas después de sufrir un accidente ensayando con el módulo lunar, y sí, tenía una personalidad introspectiva que trataba de compensar con un humor inocente y una faceta artística espontánea. Sí, Aldrin era considerado un tipo difícil, pero su arrogancia era intelectual: después de todo, fue el primer astronauta con un doctorado del MIT.
Y Collins, quien poseía las mayores cualidades interpersonales, asumió pronto con estoica dignidad que su vital función al mando del módulo Columbia al que debía regresar el Eagle para que los tres volviesen sanos y salvos a la Tierra le relegaría al segundo plano de la Historia. En la rueda de prensa del 5 de julio de 1969 previa al viaje, los periodistas se empeñaron en asaetear a un Armstrong cada vez más parco y distante, y a un Aldrin huraño. Apiadándose de Collins, el oficial de RR.PP. de la NASA le invitó a explicar cómo se preparaban para el viaje, y solo él arrancó una carcajada a la sala: "Mi mujer e hijos han firmado un documento jurando que no portan gérmenes". Y todavía bromea al respecto:
Tendemos a centrarnos en la primera misión y el primer hombre que pisó la Luna sin dar el crédito debido al resto, pero de la lectura de su libro se extrae que esa obsesión ya era dominante en 1969. ¿Se puede decir que Neil Armstrong 'se hizo cargo' de ser el primero porque alguien tenía que serlo, y él no se iba a dejar llevar por los excesos y la fama?
El módulo lunar, una vez posado y asegurado, no se encontraba en configuración de vuelo, por lo que no era preciso que ninguno de sus dos tripulantes hubiera de permanecer en su interior. Era lógico que el comandante de la misión fuera el primero en pisar la superficie lunar. Además, su puesto dentro del módulo lunar favorecía que este hiciera su salida en primer lugar debido al sistema de apertura de la escotilla y al reducido espacio en el interior.
En cualquier caso, dentro del programa había una innegable preferencia por que Armstrong fuera el primero de los dos en pisar la Luna. Esa persona se convertiría en una figura histórica de primera magnitud, y Armstrong reunía las condiciones y rasgos de personalidad que estaban más alineados para ser el representante de semejante logro.
¿Qué le parecen los retratos de Armstrong que han quedado para la posteridad, como el de 'First Man'? En su libro ilustra una dimensión humana adicional, que bromeaba, hacía dibujos...
¿Se han simplificado también su conflicto con Aldrin, del que usted dibuja una personalidad compleja y no el mero "villano" de la historia, mientras que Collins, como en la película, sigue relegado al olvido?
Creo que, en general, los tres son personajes bastante desconocidos a nivel humano, y ese es un aspecto que he querido tratar en el libro. Personalmente, a mí no me gusta la imagen que la película First Man ofrece de Armstrong. No era el tipo taciturno, atormentado y obsesionado que, a mi juicio, presenta la película.
Por otra parte, Armstrong nunca tuvo ningún conflicto con Aldrin. Algunos episodios del comportamiento de este último respondían a aspectos complejos de su personalidad derivados de su relación con su padre y de una rama familiar materna marcada por la depresión y el suicidio de algunos de sus miembros. La madre de Aldrin se había suicidado el año anterior al del vuelo del Apolo 11.
Y, sí, Collins, por ser quien no descendió a la Luna, sigue relegado al olvido. En el libro reivindico su enorme papel y responsabilidad dentro de la misión, así como su personalidad, distendida y dicharachera, pero también su disposición a describir abiertamente la presión que sintió y los temores que albergó en relación al vuelo.
¿Qué diferencia hay entre la generación del Golden age de la exploración espacial y la actual? Da la sensación de que eran hombres espartanos, de espíritu castrense, dispuestos a dejarse la vida por ir más allá, y que se un científico era un demérito, cuando ahora sería lo contrario.
El programa espacial tripulado en los 60 era, por fuerza, muy distinto del actual. Se trataba de un tiempo pionero en el que cada misión afrontaba nuevas técnicas de vuelo, nuevos retos operativos y de pilotaje experimental, por lo que, con buen criterio, la NASA quería contar con astronautas con experiencia como pilotos de pruebas.
Al contrario de lo que sucede en la actualidad con la Estación Espacial Internacional, donde se otorga especial énfasis a la investigación científica, o en muchos vuelos del transbordador espacial en su momento, donde se llevaron a cabo numerosos experimentos científicos, la década de los 60 no era el tiempo de llevar a cabo investigaciones científicas en el espacio, sino que era el tiempo de aprender y desarrollar las técnicas y operaciones para acceder a él y desenvolverse en él.
Volveremos a la Luna
El programa Apolo terminó a comienzos de los años 70. Pero si la administración de Donald Trump mantiene su palabra, estamos más cerca de volver a la Luna de lo que lo hemos estado en las últimas cuatro décadas. Y esta vez será para quedarnos.
Usted trabaja en Orión, el vehículo que está llamado a volver a llevar al hombre a la Luna en 2024. ¿Cuál serían las diferencias fundamentales, más allá de la tecnología, de conceptos y objetivos entre el proyecto Apolo de entonces y la actual misión Artemisa?
Conceptualmente, una misión lunar seguirá teniendo la misma arquitectura de las misiones Apolo. La diferencia fundamental, más allá de la tecnología, será que, esta vez, volveremos para acabar creando una base que servirá para propósitos de investigación científica, y para experimentar y aprender muchas de las técnicas que serán imprescindibles para enviar seres humanos a Marte.
[Más información: Especial Apolo XI: 50 años de la llegada del hombre a la Luna]