A sus 87 años, Walter Cunningham es un hombre de otra época. Y lleva esa consideración con orgullo, como las banderas estadounidenses que cubren los féretros de los caídos con honor. Lo dejó claro en el título de su biografía, The All-American Boys: su generación es la de los hechos a sí mismos, los pioneros dispuestos a dejarse la vida por llegar más alto, más lejos y más rápido (Higher, further, faster, el lema original de las Fuerzas Aéreas de EEUU) porque eso es lo que se supone que un hombre debe hacer: dar lo mejor de sí mismo, y ni un ápice menos.
Cunningham es por tanto un hombre de armas tomar. Como lo eran Walter M. Schirra y Donn F. Eisele, sus compañeros a bordo del Apolo VII. Fue la misión que tomó el testigo del proyecto tras la catástrofe del Apolo I, el accidente que costó la vida a los astronautas Grissom, White y Chaffee. "Las causas del incendio en la cabina nunca se conocerán a ciencia cierta", explica el veterano de la NASA. Ellos eran la tripulación de reemplazo: 21 meses después, en octubre de 1968, despegaban de Cabo Kennedy con el reto de demostrar que el sueño de llegar a la Luna seguía vivo.
"Hoy en día la gente se acuerda el Apolo XI, o quizás del Apolo XIII por la película. Pero el Apolo VII fue el viaje de prueba más exitoso jamás realizado", explica Cunningham en el evento Objetivo La Luna 2019, organizado por Materia y El País para celebrar el 50 aniversario del alunizaje. La misión, efectivamente, estuvo once días en órbita, en comparación con los ocho del viaje de Armstrong, Aldrin y Collins. Fue la primera que retransmitió sus operaciones con imagen en directo, y puso a prueba los módulos que se emplearían para poner un pie en la Luna.
También marcó otro hito fundacional para la NASA: fue la primera misión que se le "amotinó". Schirra, el comandante, contrajo sinusitis, una dolencia mucho más molesta en gravedad bajo cero que en tierra. Su mal humor se contagió a los otros dos, tan temperamentales como él. Se quejaban a Houston de que la comida, que por primera vez era liofilizada y no en tubos de dentífrico, estaba demasiado dulce; que el sistema de reciclaje apestaba; y en la reentrada, de sus cascos, por lo que se los quitaron desobedeciendo las órdenes. Lo dicho: hombres de armas tomar.
Cunningham lo pagaría no volviendo a volar al espacio: pasaría a dirigir el proyecto del laboratorio Skylab y después a la aeronáutica privada. Ahora, recorre el mundo como conferenciante ("Quieren a alguien que haya estado en la Luna, y van tachando la lista hasta que salgo yo"- ha llegado a bromear) acompañado de su esposa. No es un detalle baladí: ella es la encargada de regañarle, explica al público, cuando se pasa de la raya criticando la corrección política y las políticas inclusivas que según él han hundido a la NASA, cuando no a la sociedad occidental.
"Yo crecí admirando a Charles Lindberg, el pionero de la aviación. Él decía que si podía volar durante 10 años antes de estrellarse y morir, lo cambiaba gustoso por una larga vida. Nosotros teníamos lo mismo: confianza, iniciativa, independencia, espíritu competitivo y también ego. Entramos 14 en el programa. Poco después, cuatro estaban muertos. Pero el único miedo que recuerdo es al fracaso, a que mis pares me considerasen indigno. Hoy la NASA busca el riesgo cero, pero la exploración no tiene que eliminar el riesgo sino gestionarlo. Un explorador debe estar dispuesto a morir: si no, simplemente no hay nada que hacer".
"Sabemos más de Marte que de la Luna"
La guerra de Cunningham contra las políticas inclusivas se centra en que la Agencia Espacial se ha estratificado y diluido en un sistema de cuotas, en lugar de focalizar sus esfuerzos en un proyecto principal para el que solo los mejores pueden pasar el corte. "Apolo era coraje y aventura", rememora. "Estábamos dispuestos a explorar la nueva frontera. El espacio es el nuevo océano, uno mucho más prístino. John F. Kennedy tomó un riesgo económico y político. Pero nunca pensamos que podíamos fracasar. Nos negábamos a perder ante nadie".
El veterano no oculta su frustración por la cancelación del programa Apolo. "Pasaron tres generaciones entre la invención del avión y el primer viaje espacial. Y sin embargo, ya han pasado dos generaciones sin viajes a la Luna". El proyecto de pisar Marte le inquieta mucho menos, porque la exploración robótica está obteniendo buenos resultados mientras que la tecnología es hoy insuficiente para mandar a seres humanos hasta ahí. Con todo, el olvido hacia nuestro satélite ha provocado la paradoja de que "sepamos más sobre la superficie de Marte que sobre la de la Luna".
¿Qué consejo le daría a los niños y niñas que sueñan hoy con ir a la Luna? "Les diría que está bien tener grandes metas, pero deben ser realistas. Yo empecé a trabajar cuando tenía nueve años. Nunca tuve ayudas del Estado. Nunca he dejado de trabajar. He sido tan pobre como se pueda imaginar. No fui a la universidad hasta los 25 años, que es cuando pasé a la Reserva del Ejército. Hay gente hoy en día que se ha vuelto en mi opinión bastante negativa. Han llegado al punto en el que consideran que la sociedad les debe todo. Lo que les digo yo es que lo que les debe la sociedad son oportunidades. Y lo que hagan con ellas es cosa suya".
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