En julio de 2018 se dio por inaugurado el verano del escutoide. La descripción de una nueva forma geométrica hallada en las células epiteliales por parte del equipo liderado por el biólogo computacional Luisma Escudero de la Universidad de Sevilla hizo enloquecer al mundo. La imagen de dos escutoides, amarillo y verde, imbricados uno en el otro acaparó portadas en la prensa internacional. Brotaron los memes ("basta de terraplanismo, ahora se lleva la Tierra escutoide"). Los artistas, bailarines y diseñadores online se sumaron a la fiebre escutoide.
En plena vorágine viral, Escudero se veía envuelto en un proyecto no menos exigente: convertirse en padre. Los tres pequeños hijos de científicos -Margarita, Ernesto y Luismino- han crecido rodeados de la investigación de las formas geométricas de la naturaleza, y esa experiencia se plasma ahora en Papá, ¿cómo se enroscan las caracolas? [Crítica]. Ilustrado por Raquel Gu, la obra cautiva a grandes y pequeños hablando de prodigios naturales como la refracción del caparazón del escarabajo o el 'empedrado' de la calzada de los gigantes en Irlanda. Y con humor gamberrete: los niños, para chinchar a su padre, inventan el es-culoide.
¿Cómo surgió la idea de llevar su investigación a un libro para niños?
Nuestro ámbito, la biología computacional, es muy estrecho. Usamos matemáticas y herramientas computacionales para entender procesos biológicos. Para el libro, me pidieron hablar de cosas más generales, y al final he tenido que hacer yo mismo un proceso de investigación. He aprendido mucho yo también, y he encontrado muchas cosas curiosas que le pueden gustar tanto a los niños como a los mayores.
Una de las anécdotas más divertidas es que un modelo de escutoide hecho con plastilina de su hija acabó ilustrando The New Yorker.
¡Tampoco teníamos otra herramienta para hacerlo! Primero lo intenté con poliespán y no me salía, cuando me equivocaba, ya no había vuelta atrás. Entonces vi la plastilina y de ahí salieron los modelos, digamos, icónicos. Y digo icónicos porque cada vez que The New Yorker reflota el post, tiene 40.000 visualizaciones.
Se van a cumplir cinco años del verano en el que el mundo enloqueció con el escutoide. Memes, bailes, diseños... ¿Cómo lo vivieron?
Bueno, pues fue realmente muy divertido. Y sorprendente. Nosotros sabíamos que el descubrimiento era importante, pero en un contexto de investigación. Lo que no podíamos esperar era que llegara la sociedad de la forma en la que llegó, que la gente empezara a hacer chistes, a ponerle nombres a conceptos tan diversos porque les recordaba al escutoide...
¿Cuál es el impacto social de su descubrimiento que más valora?
Al final del libro, uno de los niños me pregunta si nos hemos hecho ricos con el escutoide. Y le digo que no, que no hemos visto ni un euro. ¡Pero por lo menos hemos hecho este libro! Y realmente sí, haber descubierto los escutoides sí que ha permitido potenciar nuestra investigación, abrir una nueva vía divulgativa y que la gente disfrute con lo que somos capaces de hacer en otro en otros ámbitos.
¿Cómo describiríamos el escutoide? Su compañero el físico Javier Buceta se lo presentó al New Yorker como "un prisma bajándose la cremallera".
Bueno, ahora lo definimos como un 'prisma retorcido'. Si un prisma es una columna con, por ejemplo, un polígono de seis lados arriba, otro igual por abajo, y lados paralelos, en el escutoide aparece un vértice en medio de uno de los lados. Eso posibilita que las caras de arriba y las de abajo tengan formas diferentes. Una puede ser un hexágono y la otra un pentágono o un octógono.
¿El dinamismo de esta forma es precisamente su valor, lo que permite a las células epiteliales curvarse para formar tejidos?
Sí. La clave del escutoide es que aparece en la naturaleza de forma espontánea. Es la forma que adoptan las células para estar más cómodas mientras los órganos se van formando. Permite que los tejidos se puedan curvar, moldear, para formar a partir de algo muy simple órganos muy complejos como el hígado o los riñones. Además, la forma del escutoide permite que los contactos en una cara sean diferentes a los de las otras, y eso parece que ayuda a las células a empaquetarse de una forma más favorable, seleccionada con la evolución.
Su último hallazgo, publicado en julio de 2022, es que estos puntos de contacto crean relaciones entre células importantes y profundas.
Las células se comunican continuamente unas con otras, se dan instrucciones, unas mandan sobre otras en el proceso de construir un organismo. Lo que hemos encontrado, simplificando, es que existen unas leyes físicas que dirigen cómo se comunican estas células. Estas leyes explican cómo las células que están formando tubos se comunican y contactan unas con otras.
Es una figura compleja y al mismo tiempo muy intuitiva. ¿Puede que su éxito resida en la satisfacción que nos dan los modelos que encajan?
Es algo nuevo, y lo nuevo tiene su atractivo, pero al mismo tiempo es familiar, visual y reconocible. Bueno, de ahí han salido ya marcas, iconos, esculturas... Una marca de zapatillas deportivas asegura haber desarrollado una suela con forma de escutoide que favorece que la persona corra mejor. ¡A saber cuánto hay de marketing ahí!
¿Es cierto que 'escutoide' proviene de su apellido? En el paper de Nature se atribuía al scutellum, la forma del caparazón de un escarabajo.
En el libro contamos la verdad, e incluso sale un dibujo de la persona que gritó '¡De Escudero, escutoide!' en un congreso. Era un congreso serio, pero todo el mundo se rió mucho. Empezamos a llamarle escutoide y así se quedó. Pero claro, me daba mucho rubor decir en la publicación oficial de Nature que lleva mi nombre. Entonces escribimos algo rápido sobre que recordaba al escutelo de la mosca. Uno de los revisores dijo que le recordaba al caparazón de un escarabajo, nos mandó la foto y así se quedó. ¡Pero todos sabíamos que estaba mi apellido detrás!
Ha regalado generosamente su apellido al mundo, cuando en otros sistemas de investigación lo primero hubiera sido patentar el nombre.
[Ríe] Nos dimos cuenta más tarde, podíamos haber registrado la famosa imagen de la plastilina amarilla y verde. Pero no se puede registrar un nombre para todos los usos. Mañana puede salir un 'Bar Escutoide', y yo me pondría muy contento e iría a tomarme una Coca-Cola. ¿Pero patentar una figura? Entonces alguien patentaría el círculo y ganaría dinero por las señales de tráfico. No, esto es una cosa que ocurre una vez en un millón, y hemos tenido la suerte de que repercutiera en el ámbito social.
Un aspecto fundamental de su trabajo es la multidisciplinariedad, el haber aplicado un enfoque fuera de lo tradicional.
Sí. Nosotros cogimos una estructura muy simple, las glándulas salivales de la mosca de la mosca de la fruta. Al mirarla en forma tridimensional vimos algo que no cuadraba. Contactamos con los matemáticos Clara Grima y Alberto Márquez para saber si era algo que ya existía o que ya estaba descrito y si había una explicación. A partir de ahí, hemos conseguido formar un equipo muy completo, con ingenieros de informática y de salud que interpretan las ideas de un lado y de otro. Nos hemos hecho todos muy amigos, pero al principio era difícil.
¿La repercusión internacional les ha traído la estabilidad que requiere el proyecto para seguir investigando?
Es una pregunta muy compleja. Una persona de mi grupo, por ejemplo, está ahora desempleada por un problema administrativo y no se va a volver a incorporar hasta final de mes. La ciencia en general acarrea mucha burocracia, pero el reconocimiento sí que nos ha venido bien. Nos ha permitido aumentar el personal y algunos ya tienen una plaza fija o están en vías de conseguirla. Nos han dado más dinero para seguir investigando. Lo que nos gustaría es tener ese éxito sin la parte mala.
¿Cuál es la parte mala?
La parte mala es que el sistema científico en España es muy inestable. Es un problema que se lleva arrastrando desde hace 40 años. Se dan pasos adelante y la situación mejora, pero persisten los problemas. Hay personas que hacen una buena carrera científica, se van incluso al extranjero y al volver no consiguen estabilizarse. Yo mismo no me estabilizado hasta los 44 años. A mí me ha ido bien, soy un caso de éxito, y si yo he tardado tanto, ¿cuál es el futuro para la gente que empieza ahora? Si volviera a empezar, preferiría estabilizarme con 27 o 28 años, la edad a la que otros se sacan una oposición.
Tras regresar de Cambridge a España, ¿Pensó en algún momento que no lo conseguiría y que tendría que volver a marcharse al extranjero?
Yo no, particularmente, porque tuve buena suerte y saqué alguna publicación muy importante justo al volver. Conseguí unas plazas que me permitieron entrar en el carril de la estabilización. Pero tengo amigos íntimos que se tuvieron que volver, y otros que no pudieron venirse. Es algo que tengo muy presente, porque son personas a las que quiero mucho.
¿Cuál sería su consejo para un joven investigador que se marcha al extranjero sin saber si podrá regresar a continuar su carrera en España?
Mi consejo no sería para una persona en concreto, sino en general. Querría que la gente viera a los científicos como personas con un trabajo normal. Y eso quiere decir que te mereces una serie de derechos, de condiciones laborales y de salarios lo mejor posibles, igual que con cualquier otro trabajo. Por ser científico y tener vocación no hay que renunciar a todo lo demás. Después, hay que tener la mente abierta: dejar la ciencia en un momento dado si las cosas no van bien no es un fracaso, es algo intrínseco al sistema. Ese sería no mi consejo, sino mi grito para todos los que trabajan en ciencia: hay que pelear para que el sistema mejore.