Jose Miguel Adam, investigador de la UPV e ingeniero de Caminos, Canales y Puertos.

Jose Miguel Adam, investigador de la UPV e ingeniero de Caminos, Canales y Puertos. Fundación BBVA

Investigación

Adam, el ingeniero español que ha recibido 2,5 M de euros de la UE gracias a la estrategia de la lagartija

El proyecto de José M. Adam, catedrático de la Politécnica de Valencia, para crear edificios antibombas fue portada de 'Nature' la pasada semana.

22 mayo, 2024 02:19

"Vorágine". Así define José Miguel Adam, catedrático de Ingeniería de la Construcción en la Universitat Politècnica de València, los acontecimientos de los últimos años. Todo comenzó en 2017 con un proyecto impulsado por una Beca Leonardo de la Fundación BBVA que hizo enarcar algunas cejas: volar una antigua explotación avícola para recrear el atentado de Oklahoma. El objetivo era medir el comportamiento de las columnas al derrumbarse para encontrar un modo de evitar el colapso progresivo.

La granja, cedida por un empresario local, no voló al final por los aires. "Convencimos a la Fundación para construir un pequeño edificio real", explica. "Pudimos controlar al 100% cada material, la geometría, colocar sensores incluso por dentro del hormigón". Este éxito se tradujo en 2020 en una ERC Consolidation Grant por valor de 2,5 millones de euros, "la mayor financiación europea a nivel individual", destaca Adam. El broche llegó la semana pasada, cuando su ensayo fue el primer artículo de ingeniería en llegar a la portada de la prestigiosa revista científica Nature.

Dos millones y medio de euros son un presupuesto espectacular para un proyecto de investigación. ¿Da vértigo?

¡Sí, da vértigo cuando te lo dan! Y los comienzos son muy duros, porque es una gran responsabilidad. Solo ahora, tras dos años y medio de proyecto, estamos empezando a respirar. En las primeras fases trabajas a nivel computacional y hay mucho cálculo analítico, pero hasta que no lo lleves a la práctica no sabrás si funciona. High risk, high reward como dicen, pero también puede ser un gran fracaso. 

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¿La idea tras el proyecto no es hacer edificios 'irrompibles', sino controlar el proceso de derrumbe para volverlo menos destructivo?

La idea es que el edificio pueda adaptarse a un cambio. Construimos siguiendo al 100% con los códigos de diseño estructural, haciéndolos resistentes a elementos como los sismos. Pero le damos un extra de seguridad a coste cero. Actuamos en la última línea de defensa del edificio, cuando todo lo demás falla.

Entra en acción entonces el 'fusible estructural', un 'cortafuegos' que impide que el derrumbe se extienda por la estructura del edificio.

Efectivamente, cortamos el efecto en cadena del derrumbe igual que un fusible corta la tensión y evitamos que se propague al resto. Para explicarlo en el artículo empleamos la analogía de las lagartijas: ellas sueltan la cola para escapar de un depredador, y nosotros aislamos el fallo para evitar que el edificio caiga por completo. Si sobrevive, la lagartija podrá regenerar su cola. Y en nuestro caso hemos demostrado que la parte del edificio que queda en pie es segura para volver a reconstruir.

Esto último es crucial: en terremotos como los de Marruecos o Turquía, los supervivientes quedaron desamparados sin estructuras en pie.

Claro, incluso los edificios diseñados de acuerdo a la normativa vigente no bastan frente a dos sismos de alta magnitud. Nosotros actuamos frente a este tipo de eventos extremos, como por ejemplo un ataque terrorista. Si falla por completo la fachada del edificio por la explosión, evitamos que se propague al resto. Es lo que ocurrió en las Champlain Towers de Miami: un pequeño fallo en la zona cerca de la piscina se propagó y colapso más de la mitad del edificio. Nuestro diseño se dirige sobre todo a edificios de infraestructura crítica: hospitales, grandes superficies, instituciones gubernamentales, terminales de pasajeros... que pueden ser objetivos terroristas.

Otra de las ventajas, especialmente para países en vías de desarrollo, es que se usan los mismos materiales que ya se emplean para construir.

Sí, la solución que acabamos de demostrar es a coste cero. Empleamos los materiales habituales, hormigón y acero. Únicamente le damos una vuelta de tuerca, por así decirlo, a cómo se disponen. No hay ningún tipo de coste adicional: una vez estén validadas estas técnicas, se podrían empezar a aplicar en la construcción.

¿Es ese el principal interés de la Unión Europea para respaldar este proyecto: preparar nuestras ciudades para ser más resilientes en el futuro?

Claro, y también es lo que nos ha permitido convencer a Nature. El gran reto a futuro es la implementación en la construcción, que es un mundo muy inerte y en el que cuesta mucho innovar. Pero cuando lo consigues, la repercusión social y económica es muy alta. Y sería muy rápida, porque el diseño y cálculo son muy sencillos. Nuestro desafío ahora es plantear un software simplificado, porque son técnicas muy avanzadas que no están al alcance de cualquier despacho de ingeniería o arquitectura.

También cuentan con un proyecto becado por la Comunitat Valenciana para reforzar edificios existentes. ¿Es una prueba del interés que despiertan? 

Nuestra línea de investigación empezó en 2017 con 35.000 euros. Hemos multiplicado por más de 100 el presupuesto inicial. Nunca lo hubiera imaginado cuando el proyecto arrancó con la beca Leonardo. Yo creo que la clave está en demostrar los resultados a escala real, probando que esto funciona y que lo estamos haciendo con un incremento del coste para la estructura que es prácticamente cero. No queremos sacar patentes que encarezcan la implementación, sino plantear soluciones muy sencillas.

¿Será España el primer país que empiece a edificar con estas técnicas? ¿O hay otros más predispuestos?

España nunca ha sido pionera en este aspecto. La investigación para evitar los colapsos progresivos empezó en el Reino Unido en los años 60-70, luego pasó a Estados Unidos con atentados como el de Oklahoma y el 11-S, y actualmente muchos países ya lo tienen como prioridad. Sin embargo, no creo que España sea el primer país en implementarlo porque no tenemos esta preocupación. Por suerte no hemos tenido muchos colapsos progresivos, y tampoco ha sido un país que haya estado tan amenazado por ataques terroristas a edificios como otros.

Jose Miguel Adam, investigador de la UPV e ingeniero de Caminos, Canales y Puertos.

Jose Miguel Adam, investigador de la UPV e ingeniero de Caminos, Canales y Puertos. Fundación BBVA

¿Proteger los edificios del terrorismo es por tanto el principal objetivo de las instituciones que impulsan su investigación?

Sí, así era hasta ahora. Pero está cambiando: el problema actual es cómo adaptarnos a las condiciones cambiantes del cambio climático. Un edificio construido hace 20 años puede encontrarse en una situación completamente diferente, en una zona inundable por ejemplo. De ahí la importancia del concepto de robustez: hacer edificios que ante un fallo no colapsen, porque nuestras soluciones valen para cualquier evento. Si el edificio se vuelve vulnerable, seremos capaces de adaptarnos.

¿Estos edificios resilientes podrían modificarse con mayor facilidad en función de las circunstancias climáticas cambiantes?

Sí, y más aún desde la perspectiva de la sostenibilidad. El coste de derribar un edificio y volverlo a construir es enorme en cuanto a emisiones de CO2. Pero con nuestra solución, en caso de que colapse una parte del edificio y queda otra en pie, podemos regenerar la estructura de nuevo. Estoy convencido de que vamos a ser capaces de implementarlo: nos quedan dos años y medio de proyectos, pero yo creo que dentro de 3 a 5 años esto puede estar integrado en el día a día de la construcción.

Son innovaciones que llegarían muy pronto, entonces.

Es un plazo muy corto, sí, pero insisto: la ventaja está en que cumplimos la normativa. Si desarrollásemos un dispositivo muy avanzado de alta tecnología que implicase un cambio en las normas, harían falta quizás 10 años. Sin embargo, en este caso somos optimistas. Creemos que en 5 años puede estar ya en el día a día de la ingeniería.

Su perfil es el de una rara avis en la investigación: ya estaba asentado en el sector privado antes de regresar por vocación investigadora a la universidad.

[Ríe] Mire, al volver del sector privado a la universidad, dividí mi sueldo por tres. He tardado unos 10 o 12 años en recuperar mi mismo salario. Es una renuncia, pero cuando crees en algo firmemente, hay que apostar por ello. Lo que quería al entrar en la universidad era combinar la ciencia fundamental con la aplicada, comprender los mecanismos básicos. Y eso no puedes hacerlo en el sector privado, porque trabajamos con retos a corto plazo. El mundo académico me ha permitido hacer investigación fundamental con un recorrido más largo.

¿Cómo valora las sinergias para encontrar financiación en España? ¿Encontró suficientes facilidades?

Quizá por mi experiencia en el sector privado, con mis contactos para transferir investigación, a mí no me ha costado muchísimo. Pero sí es cierto que los compañeros de otras ramas lo tienen mucho más complicado, tienen que irse fuera. Pero me gusta pensar que estamos abriendo una vía para que la construcción entre en las convocatorias europeas más competitivas. Nunca se habían publicado artículos de nuestro ámbito en revistas de investigación, y hemos sido portada en la de mayor impacto a nivel multidisciplinar. Creo que somos pioneros, y eso me hace muy feliz.

¿Cree que Nature ha valorado la dimensión holística de su investigación? ¿Las implicaciones que tiene para todos en el planeta?

En nuestra investigación entran todo tipo de metodologías, no solamente del ámbito de la construcción sino de las ramas sociales. Si quieres percibir el impacto de un colapso en la sociedad, no puedes hacerlo si no conoces esa sociedad. Creo que lo que han valorado es que todo el mundo vive en un edificio o en una casa, y todos somos conscientes de las terribles consecuencias de perderlo.