Una persona lee en su móvil una noticia falsa, en Madrid (España).

Una persona lee en su móvil una noticia falsa, en Madrid (España). Jesús Hellín / Europa Press

Investigación

La indignación favorece la propagación de bulos en las redes y reduce la capacidad para detectar la desinformación

P. Fava
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Actualizada

Si proliferan los bulos cuando ocurren grandes tragedias, de la pandemia por Covid-19 a la DANA de Valencia, o frente a acontecimientos con carga ideológica, como unas elecciones o un conflicto militar, no es mera casualidad. Un mensaje en redes sociales que contenga desinformación provocará una mayor indignación moral que otros elaborados con fuentes fidedignas, y provocará como reacción una mayor difusión de este contenido adulterado según una investigación que publica la revista Science.

Según el trabajo de Killian McLoughlin, de la Universidad de Princeton (EEUU), y sus colaboradores de centros como Yale y la Northwestern University, estos mensajes con falsedades y la indignación que provocan predisponen al usuario a darlo por bueno y compartirlo sin leerlo primero, lo que facilita su propagación indiscriminada. Por ese motivo, argumentan, las iniciativas en redes que animan a comprobar la veracidad del contenido antes de difundirlo no serían una estrategia exitosa.

"Este estudio confirma con evidencias empíricas contundentes la hipótesis de que las emociones desempeñan un rol clave en los procesos de diseminación pública de la desinformación", valora Ramón Salaverría, catedrático de Periodismo en la Universidad de Navarra y coordinador de Iberifier (Iberian Digital Media Observatory), en declaraciones a Science Media Centre.  El dato "muy novedoso" que aporta este estudio, añade, es la identificación de la indignación como emoción clave específica en la activación de la difusión social de las falsedades.

En este trabajo, McLoughlin y sus colegas llevaron a cabo ocho estudios observacionales con datos de usuarios de Twitter y Facebook en Estados Unidos, repartidos entre enero y julio de 2017; entre agosto de 2020 y febrero de 2021; y entre enero de 2020 y diciembre de 2021.

Para poner a prueba su hipótesis, desarrollaron dos experimentos conductuales. Los grupos de trabajo fueron expuestos a 20 titulares de noticias en cada tanda, y se registró tanto su reacción emocional como su comportamiento.

Algunos de estos titulares provenían de medios de comunicación acreditados y veraces, mientras que otros pertenecían a la Internet Research Agency (IRA), un medio de desinformación vinculado a la injerencia rusa en la política estadounidense. Para cuantificar la 'indignación' percibida, la calificaron como la "mezcla de cólera y asco provocada por la transgresión moral percibida".  

Los investigadores comprobaron que los posts que evocaban mayor indignación facilitaban su difusión "al menos al mismo nivel" que las informaciones de medios reconocidos y contrastados. En cuanto al comportamiento, observaron que muchos usuarios compartían sin leer o comprobar porque su principal intención era posicionarse moralmente o subrayar su pertenencia a un grupo ideológico.

Además, los usuarios más indignados eran percibidos por los demás como "más fiables" en cuanto al contenido difundido. El funcionamiento de las redes, finalmente, retroalimenta este fenómeno. "Los algoritmos promocionan los artículos relacionados con la indignación, incluso cuando lo que está indignando al usuario es precisamente el hecho de que contengan desinformación", explican.

El fenómeno de la indignación, prosiguen, se asocia con un incremento de la actividad online y el tiempo dedicado a las redes, lo cual puede explicar la tolerancia e incluso el fomento de la difusión de estos bulos. "La desinformación que causa reacciones indignadas tiende a propagarse más que la información neutra en parte por la amplificación que dan los algoritmos al contenido que estimula respuestas", concluyen.