Hace unos diez años, apicultores de todo el mundo empezaron a darse cuenta de que algo malo les pasaba a sus abejas. Principalmente a las abejas obreras, aquellas de las que depende la prosperidad y el futuro de una colonia. Desaparecían casi sin dejar cadáveres. El fenómeno se denominó Problema de Colapso de Colonias (CCD, del inglés Colony Collapse Disorder) y ha afectado a entre el 30% y el 90% de las colmenas de Europa y Norteamérica. Un asesinato silencioso, con muchos sospechosos pero ningún arma humeante.
En primer lugar, se sospecha de patógenos como Varroa destructor o Nosema ceranae, muy presentes en Europa pero menos en Norteamérica. En segundo lugar, se sospecha de un tipo de pesticidas conocidos como neonicotinoides, muy presentes en América pero menos en Europa. Por encima de todo se sospecha de la agricultura intensiva, presente en ambos sitios, pero algunas piezas siguen sin encajar.
Se calcula que una tercera parte de los productos agrícolas que consumimos dependen directamente de la polinización realizada por insectos. Europa emprendió hace dos años una lucha contra los neonicotinoides para tratar de atajar estas inexplicables muertes de abejas, una especie de la que el ser humano depende muchísimo por la labor de polinización que realiza en determinados cultivos.
Así, el Reglamento de Ejecución 540/2011 de la Comisión Europea prohibió la clotianidina, el tiametoxam y el imidacloprid, además del insecticida fipronil.
La prohibición se queda corta
Un estudio aparecido recientemente en el Journal of Economic Entomology ha clasificado 42 pesticidas en función de su toxicidad hacia las abejas de miel (Apis mellifera), aunque como explica a EL ESPAÑOL John Adamczyk, entomólogo en el Servicio de Investigación Agrícola del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, "no hicimos este estudio para clasificar si un neonicotinoide es más tóxico que otro".
Para lo que sí servirá este trabajo es como "base para saber qué combinación de pesticidas y fertilizantes causa menos daño a las abejas melíferas, algo que puede resultar muy útil también en Europa", dice Adamczyk.
Los investigadores elaboraron diversas clasificaciones tomando en cuenta valores como la toxicidad del pesticida, la cantidad empleada o la dosis letal de la concentración. Un análisis de evaluación del riesgo señala que hay en el mercado, al menos, otros 25 pesticidas tan peligrosos para las abejas como los tres prohibidos en la UE. Y otros 17 menos tóxicos, pero igualmente autorizados.
Al fondo de la tabla, el glifosato, principal activo del herbicida Roundup -creado por Monsanto y utilizado en cultivos transgénicos- aparece como el menos tóxico para las abejas melíferas. Paradójicamente, el glifosato está también prohibido en naciones como Países Bajos o Francia, además de en otros sitios de Europa a nivel regional o local.
Estos resultados contrastan con otros, publicados por un grupo de investigadores argentinos el año pasado en el Journal of Experimental Biology, donde se achacaba al glifosato causar problemas crónicos y agudos a las abejas. Adamczyk explica que no han examinado "la exposición sub-letal, pero es algo que será posible estudiar mejor a partir de ahora; ha habido otros estudios en la influencia de los pesticidas sobre otras especies, pero nadie lo ha hecho hasta ahora con las abejas melíferas".
La toxicidad no lo es todo
En el Centro Apícola Regional de Marchamalo, Guadalajara, llevan años dándole vuelta al problema de qué está matando a las abejas. Mariano Higes, asesor de investigación del Departamento de Patología Apícola explica a este periódico que en España los principales culpables son los patógenos como el Varroa destructor, "muy prevalentes y relacionados con las prácticas agrícolas".
En cuanto a los pesticidas, Higes cree que para evaluar el impacto hay que tener en cuenta factores más allá de la toxicidad. "En primer lugar, el tiempo de exposición", afirma, y añade: "Una sustancia puede ser muy tóxica, pero si el tiempo de exposición es muy bajo, el impacto real sobre la colonia de abejas es limitado".
Las colonias de abejas tienen mecanismos de defensa. Por ejemplo, si se expone un grupo durante uno o dos días a un producto muy dañino puede matar a un 10 o un 15% de la colonia, pero ésta tiene la capacidad de regenerarse. "Por ejemplo, acelerando el número de abejas que ponen huevos para crecer más, o las abejas jóvenes envejeciendo de manera prematura", comenta Higes, que subraya otra situación más preocupante: "Que las abejas se expongan a un plaguicida -o un patógeno- aunque no sea tan tóxico, durante un tiempo prolongado". En esos casos, explica el experto, la colonia pierde la capacidad de compensar esas muertes y entra en riesgo de colapso.
Aquí entra en juego el glifosato. "No es tóxico para las abejas", comenta Higes, "aunque el impacto que tiene sobre el medio ambiente es brutal porque el uso abusivo de este tipo de herbicidas totales está diezmando zonas de alimentación de abejas y abejorros".
Por ello, el impacto final que puede tener sobre una colonia de abejas privada de alimentos puede ser mayor que el estar expuestos durante un tiempo limitado a fipronil, otro insecticida muy tóxico que fue prohibido en Europa en 2013.
Es decir, los principales sospechosos en buena parte del mundo de la misteriosa desaparición de las abejas serían, como mucho, homicidas involuntarios.