Todos los días, para salir de casa, Hannes apoya la mano en la puerta y ésta se abre. Se monta en su bici para ir al trabajo, pero antes desbloquea el candado solo con tocarlo. Al llegar a la oficina repite la operación: coloca la mano junto a la cerradura y un siseo electrónico indica que la puerta está abierta.
Hannes Sjöblad no hace magia con la mano, aunque en la fotografía sus dedos parecen prestos a un truco que haga desaparecer todos los objetos que hay en segundo plano. Este sueco de mediana edad no esconde un as en la manga sino un chip bajo su piel, concretamente en el dorso de su mano. En su diminuto implante de 12mm x 2mm están los datos que le permiten abrir puertas equipadas con cierto tipo de cerraduras electrónicas, desactivar la alarma de su oficina o desbloquear su móvil.
Hannes no tiene ese toque lunático de aquél que está fervientemente convencido de algo. Atiende a EL ESPAÑOL por teléfono. De fondo se escucha un chisporroteo de frituras en aceite y las voces agudas de unos niños. Es fácil imaginar a Hannes haciendo la cena en una cocina de Ikea.
No es un genio ni el inventor de nada; es un biohacker, una persona que trata de trucar su cuerpo con tecnología. Lleva bajo el dorso de su mano un chip con NFC, un estándar de comunicación inalámbrica presente en smartphones o TPV, los terminales que se utilizan para pagar con tarjeta de crédito. "Lo utilizo para sustituir a las llaves y las diferentes tarjetas que tengo en mi cartera", comenta, y añade: "La cuestión para mí es llevar menos cosas en mis bolsillos; no quiero cargar con ellas todo el día".
Este biohacker ha conseguido desterrar bastantes de estas tarjetas y llaves. En la oficina utiliza su chip para desbloquear el acceso a la impresora o para reservar la sala de conferencias. No da tarjetas de visita: para leer sus datos de contacto hay que acercar un smartphone a su mano.
Las tarjetas de descuento de algunos comercios las ha sustituido por su implante. Incluso al gimnasio entra pasando la mano por el torno. Para esto lo único que tuvo que hacer fue pedir que registraran su chip en lugar de usar una tarjeta nueva.
Tener un chip implantado es el siguiente paso a los relojes inteligentes u otros dispositivos wearable, pero es menos intrusivo de lo que se podría pensar. "Es como un piercing o un pendiente, no lo sientes", apunta Hannes, que añade que sacarlo no es difícil. "No es como un tatuaje, que lo tienes para toda la vida. Te lo puedes quitar en 20 segundos". No obstante, recomienda que lo hagan profesionales, alguien que se dedique a poner pendientes o un practicante.
Hannes es el cofundador de una comunidad de biohackers en Suecia, que explora las posibilidades de los implantes como hobby, como si se tratara de "un club de ajedrez". El grupo se formó cuando una docena de personas se implantaron chips en una fiesta. El sueco había visto en Internet unos microprocesadores que costaban 100 dólares y avisó a amigos para juntarse y hacer una especie de "fiesta del implante". A la pregunta sobre en qué consistió la fiesta el biohacker contesta con otra. "¿Qué haces tú cuando organizas una fiesta?". Los niños siguen revoloteando a su lado.
Biohackers, ¿los nuevos cyborgs?
La implantación de algún tipo de electrónica en el cuerpo humano no es nueva. Hay quien lleva experimentando con esto desde los años 90. Es el caso de Kevin Warwick, investigador de la Universidad de Coventry y considerado una eminencia en el campo de los implantes tecnológicos. Sus pioneros experimentos juegan en una liga más delicada. Suelen necesitar cirugía, con médicos de por medio, y en lugar de la mano el dispositivo se introduce en el sistema nervioso, por ejemplo.
Warwick es uno de los pioneros del movimiento cyborg. Encuadra a los biohackers dentro de este movimiento, pero puntualiza. "El biohacking no mejora al humano demasiado, solo puede dar al humano alguna capacidad extra". Las investigaciones del profesor británico se han encaminado desde finales de los años 90 hacia la mejora del cerebro y sus capacidades.
"El cerebro humano está limitado en lo que puede hacer y en cómo piensa. Si somos capaces de añadir memoria, nuevas formas de comunicación y tipos de impulsos sensoriales podemos expandir las capacidades del cerebro", comenta a este diario el profesor Warwick. Este investigador busca traspasar los límites del ser humano al complementarlo con tecnología, de manera que sea capaz de obtener y procesar impulsos ultrasónicos y de infrarrojos, así como de ampliar la memoria mediante almacenamiento informático.
Para el profesor Warwick, alguien con tecnología implantada que pueda hacer este tipo de cosas es un cyborg. Entre los trabajos de este experto también se encuentra el desarrollo de un método que permita la telepatía. "Ya hemos conseguido enviar señales directamente desde un sistema nervioso humano a otro", comenta. Aislar pensamientos complejos y enviarlos de un cerebro a otro, eso ya es otra cosa.
En definitiva, para el profesor el movimiento cyborg consiste principalmente en investigación científica, mientras que los implantes que usan los biohackers tienen todos los ingredientes para convertirse en un producto de consumo.
Otro matiz: todas las personas que usan prótesis robóticas y otros sistemas basados en la tecnología para superar discapacidades físicas podrían ser consideradas como cyborgs. El profesor Warwick acota el concepto: "Para mí un cyborg es un humano que tiene capacidades extra, más allá de los estándares humanos".
Hannes sí incluye como parte del biohacking paliar discapacidades. Para él, las diferencias conceptuales son otras. Los cyborgs sólo trabajan con la electrónica, al contrario que el campo de los biohackers: "Aquí también entra dentro la biología sintética, la nutrición, todas las formas diferentes en las que podemos mejorar los sistemas biológicos".
La seguridad siempre es un problema
Una de las ambiciones de Hannes es poder pagar con su implante. No obstante, si introduce en su chip la información de su tarjeta de crédito, lo primero que tiene que resolver es cómo garantizar que nadie le podrá robar estos datos. "La información que ponemos en un implante debería ser la que estamos dispuestos a poner en nuestros pantalones para salir a la calle", señala el biohacker.
Evgeny Chereshnev, directivo de la empresa de seguridad informática Kaspersky y que también tiene un implante, explica a EL ESPAÑOL que hay que estar prácticamente rozando la mano para leer la información. Pero puede suceder; si estás dormido en el avión o en aglomeraciones.
Sin embargo, Chereshnev pone el acento en un asunto más peliagudo: los implantes médicos conectados a una red. "Con los biochips de nueva generación alguien podría revolver en nuestra información personal y hacer mucho daño, desde el mero rastreo de mis actividades hasta el envío de señales que comprometan algunos aspectos de mi vida".
La forma de que estos chips sean más seguros es mediante el cifrado de su información. Pero para eso hace falta un procesador, que cifre y descifre, y una batería que aporte energía al procesador. Y nadie quiere una batería dentro de su cuerpo.
Por otro lado, se ha comprobado que las bolsas de insulina, por ejemplo, están expuestas a un ataque que podría llegar incluso a matar a una persona si se altera la dosis que proporcionan, según indica Chereshnev.
La tecnología de los experimentos del profesor Warwick también tendría que ser segura. "Si estamos pasando señales cerebrales de una persona a otra a través de una red, es vital que la seguridad sea mucho más alta. A medida que la tecnología despegue necesitaremos a las compañías de seguridad de red", afirma el británico.
En cualquier caso, y salvando las barreras de seguridad pertinentes, a Hannes le gustaría que en el futuro un implante le permita monitorizar sus parámetros biológicos y servir de contraseña para entrar en los diferentes servicios digitales que usa.