Pienso, luego florezco
La inteligencia de las plantas ha pasado de ser una fantasía extravagante a convertirse en una revolución científica que tal vez nos obligue a replantear nuestra ética.
28 febrero, 2016 03:27Noticias relacionadas
Las plantas tienen inteligencia. Y no es una locura, sino una aplicación literal del diccionario. Según el DRAE, inteligencia es la "capacidad de entender o comprender", o la "capacidad de resolver problemas", entre otras acepciones. Y si les parece que todo esto no está al alcance de una humilde lechuga, repasemos la lista de las capacidades confirmadas en las plantas que enumera para EL ESPAÑOL el botánico de la Universidad de Haifa (Israel) Simcha Lev-Yadun:
"Las plantas ven en el espectro rojo lejano con su sistema de fitocromos. En función de la estación, deciden sobre su crecimiento, floración, germinación y pérdida de las hojas. Recuerdan las condiciones pasadas, incluyendo los factores climáticos y los ataques de los herbívoros. Pueden oír voces, y en función de ello cambian la expresión de sus genes y la dirección de crecimiento. Huelen a sus vecinos y enemigos. Toman decisiones de acuerdo a diversos estímulos ambientales. Manipulan a los animales para que las polinicen, dispersan sus semillas, se defienden y atacan. Señalizan visual y químicamente que son peligrosas y no provechosas".
"Sí, son inteligentes", zanja Lev-Yadun.
El polígrafo y el tronco del Brasil
¿Creencias New Age de abraza-árboles? ¿Seudociencia maquillada? No puede negarse que precisamente así nació la atención a las plantas como algo más que adornos inmóviles. Todo comenzó en la madrugada del 2 de febrero de 1966, cuando al especialista en interrogatorios y antiguo empleado de la CIA Cleve Backster se le ocurrió, después de una noche sin dormir, conectar su polígrafo a un tronco del Brasil que su secretaria había comprado para decorar su oficina. Llevado por la curiosidad, Backster decidió entonces prenderle fuego a una de sus hojas; pero no llegó a hacerlo, ya que solo este pensamiento disparó la aguja del polígrafo enchufado a la planta. O eso dijo Backster.
De todo lo que ocurrió a partir de aquella mañana dieron cuenta en 1973 los periodistas Peter Tompkins y Christopher Bird en La vida secreta de las plantas. En plena efervescencia del Flower Power, la Era de Acuario, el amor libre y la psicodelia, cuando los Steppenwolf recomendaban fumarse la hierba en lugar de pisarla, el libro fue para muchos una iluminación. Los experimentos de Backster revelaban que las plantas entendían y sentían: no solo respondían al daño, sino a la simple intención de hacer daño, e incluso reconocían al asesino de una congénere en una rueda de sospechosos.
Naturalmente, el libro de Tompkins y Bird fue un bombazo internacional. Y también naturalmente, los experimentos de Backster fueron ampliamente desacreditados y refutados por toda la comunidad científica, ya que eran pura fantasía sobrenatural. Pero sin necesidad de atribuir a las plantas poderes paranormales tales como leer la mente humana, algunos científicos auténticos comenzaron a estudiar y descubrir capacidades vegetales reales que resultaban casi tan asombrosas como las pretendidas por Backster.
¡Cuidado, herbívoro!
En los años 80, las investigaciones comenzaron a revelar que las plantas no sólo emplean complejos sistemas hormonales en respuesta a los ataques de herbívoros, sino que pueden transmitir mensajes por el aire gracias a sustancias volátiles como el etileno y el metil jasmonato. Estas señales químicas llegan a sus vecinas, incluso de diferentes especies, que actúan en consecuencia, produciendo compuestos defensivos para evitar ser devoradas.
Pero esto es solo el principio. La Mimosa pudica pliega sus hojas en respuesta a posibles agresiones, tales como el tacto. Cuando la investigadora de la Universidad de Australia Occidental Monica Gagliano comenzó a dejar caer mimosas desde una altura de 15 centímetros, tal vez hubo quien pensó que se había vuelto loca. El experimento de Gagliano mostró que en las primeras caídas las mimosas cerraban sus hojas, hasta que se habituaban al comprobar que aquel estímulo no era dañino. Las plantas aprendían, pero lo realmente increíble llegó después: un mes más tarde, y a pesar de haber pasado todo ese tiempo en un ambiente estable y sin sustos, las plantas entrenadas seguían sin responder a la caída; aún recordaban. Y sin embargo, sí reaccionaban ante un estímulo nuevo, como el tacto.
Sorprendentes son también los experimentos de Heidi Appel, de la Universidad de Misuri (EEUU). Appel estudia la planta Arabidopsis, que fabrica ciertos compuestos químicos defensivos cuando sufre el ataque de una oruga. La científica grabó los sonidos que produce el insecto al masticar las hojas y luego los reprodujo mediante vibraciones en otras plantas no atacadas. El resultado fue que este estímulo, pero no otros como el viento o el canto de otro insecto, provocaban en las plantas la secreción de las sustancias de defensa, lo que las preparaba contra un posible ataque. "Las plantas también pueden oír, aunque no tengan oídos", resume Appel a este diario. La investigadora estima que esta maniobra preventiva reducía la infestación de las plantas entre un 15 y un 20%.
Podríamos seguir; las plantas ven, oyen, gustan, huelen y tocan. "Las capacidades sensoriales de las plantas son tan complejas como las nuestras, pero sabemos mucho menos de ellas", apunta Appel. Las plantas reconocen a sus parientes y a los de su especie. Alimentan a sus descendientes. Y como señalaba Lev-Yadun, manipulan a los animales para sus propios intereses: producen cafeína como droga para enganchar a las abejas a su néctar y obligarlas a que regresen para polinizarlas. Cuando son atacadas, llaman a sus guardaespaldas: segregan sustancias que atraen a los depredadores para que devoren a los insectos herbívoros, e incluso se encargan ellas mismas de matar bichos con los que ofrecen un apetitoso cebo a sus protectores.
Pensar sin neuronas
Con todo, las plantas no tienen neuronas. Y solemos dar por hecho que es imposible hablar de inteligencia sin poner algunas neuronas encima de la mesa. Pero ¿qué son las neuronas? ¿Células sensoras? Las plantas las tienen. ¿Células sensibles? Las plantas pueden ser anestesiadas, igual que los animales. ¿Células capaces de transmitir impulsos eléctricos? Las plantas también tienen potenciales de acción, e incluso pueden formar circuitos electrónicos orgánicos. ¿Células que responden a unos compuestos químicos llamados neurotransmisores, como la dopamina o la serotonina?
La investigadora del Instituto de Biofísica Celular de la Academia Rusa de Ciencias Victoria Roshchina lleva décadas estudiando las funciones de los neurotransmisores en las plantas. O mejor dicho, precisa Roshchina a este diario, de "los compuestos antes conocidos como neurotransmisores", ya que no es necesario disponer de neuronas para producirlos o utilizarlos: acetilcolina, serotonina, dopamina o adrenalina, entre otras, también están presentes en las plantas, que las emplean para regular su crecimiento, para su defensa o como señales de irritación similares a las de los animales. ¿Una forma vegetal de manifestar dolor?
Podríamos decir que toda célula viva es consciente de sí misma, porque vive, reacciona, responde, se adapta...
"No soy partidaria de usar términos neurobiológicos", dice Roshchina. "Los términos inteligencia y consciencia son imágenes humanas". Pero añade: "En cualquier caso, podríamos decir que toda célula viva es consciente de sí misma, porque vive, reacciona, responde, se adapta...".
Y aunque la investigadora se muestre reacia a hablar de neurobiología vegetal, esta denominación está calando en la literatura científica. A muchos aún les rechina hablar de "inteligencia vegetal". Sin embargo, son cada vez menos los que rechazan la existencia de un "comportamiento inteligente" en las plantas, a la luz de toda la investigación acumulada.
Otra verdad incómoda
Entre quienes sí defienden el uso de estos términos sin ambages se cuenta el filósofo Paco Calvo, miembro del comité científico asesor del Laboratorio Internacional de Neurobiología de Plantas y director del Minimal Intelligence Lab de la Universidad de Murcia, con el apoyo de la Fundación Séneca, la Agencia de Ciencia y Tecnología de la Región de Murcia. El filósofo publica estos días un extenso artículo en la revista Synthese, un "manifiesto" que sirve como punta de lanza a la filosofía de la neurobiología vegetal. "Sí, se puede hablar de inteligencia, no me cabe la menor duda", sentencia Calvo a EL ESPAÑOL.
Durante décadas, los científicos han preferido mirar para otro lado cuando se trataba de aspectos de la vida vegetal como la electrofisiología o la acción de los neurotransmisores, por un punto de vista "cerebrocéntrico" de la inteligencia y por un pudor científico a la hora de reconocer similitudes entre plantas y animales que suponen una revolución del paradigma actual. "Creo que nos hacemos un flaco favor enterrando o barriendo debajo de la alfombra lo que nos incomoda", valora Calvo. "Plantas y animales somos distintos, pero no tanto; necesitamos un baño de humildad y las plantas nos lo pueden dar".
Para Calvo, "las plantas son inteligentes, pero no porque hagan lo que creemos que hacen los animales, sino porque tenemos que repensar en qué consiste realmente la cognición animal". La clave de esto último la expone Michael Marder, filósofo de la Fundación Vasca para la Ciencia (Ikerbasque) en la Universidad del País Vasco en Vitoria y otra de las figuras prominentes en esta nueva disciplina: "Debemos empezar a considerar la inteligencia humana como un ejemplo, o una subespecie, de un concepto más general de inteligencia, junto al de las plantas, animales e incluso organismos unicelulares", comenta a este diario.
En concreto, prosigue Marder, la inteligencia vegetal tiene sus propias características: es modular, está descentralizada y dirigida al exterior. Pero lo importante, dice, no es la estructura, sino la función a la que sirve: "Aunque las plantas carezcan de cerebro, esto no implica que sean incapaces de realizar las operaciones que tendemos a asociar con el pensamiento". "Es una locura que neguemos la inteligencia de las plantas sólo porque aún ignoramos cuáles son las estructuras en las que reside", concluye Marder
¿La ensalada es un asesinato?
Claro que todo esto nos puede llevar a un terreno pantanoso. La Constitución de Suiza, votada en 1999, hace referencia en su artículo 120 a la "dignidad de los seres vivos", incluyendo las plantas. ¿Dignidad vegetal?
Para desarrollar este artículo, en 2008 el Comité Federal de Ética en Biotecnología No Humana produjo un documento (PDF) titulado La dignidad de los seres vivos con referencia a las plantas: consideración moral de las plantas por su propio bien, en el que se decía que es "moralmente inaceptable" causar un "daño arbitrario a las plantas"; "por ejemplo, la decapitación de flores silvestres al borde de la carretera sin una justificación racional". Como respuesta, Lev-Yadun publicó un artículo en el que calificaba este juicio moral como un "camino hacia el absurdo".
"La ensalada es un asesinato", bromea Lev-Yadun para ilustrar cómo en su opinión "algunas cuestiones éticas y legales se están exagerando". El botánico teme que los "especialistas del extremismo" conviertan la defensa vegetal en un nuevo equivalente a la facción más radicalizada del animalismo. En cambio, Marder juzga que "estamos obligados a reconsiderar el modo en que tratamos a las plantas", aunque aún habrá que encontrar este modo, que deberá atender al ser comunitario más que al individual.
Por su parte, Appel recomienda cautela: "Hasta que comprendamos mejor la vida sensorial de las plantas, no veo manera de sostener puntos de vista éticos específicos sobre su tratamiento como comida".
Calvo también opina que actualmente cualquier pronunciamiento sería prematuro: "Cómo repensar nuestros compromisos éticos a la luz de la investigación de la neurobiología vegetal es algo para empezar a preguntárnoslo, pero no para terminar de responderlo". El pensador recomienda, ante todo, "mucha calma". Al fin y al cabo, si algo también distingue a las plantas, es que no tienen ninguna prisa.