Las imágenes del gorila Harambe arrastrando bajo el agua a un niño de tres años que se había caído a su foso han dado la vuelta al mundo. El director del zoológico del Cincinnati (EEUU), donde se produjo el suceso, dio la orden de matar al animal ante el peligro de que este pudiera hacer daño al menor. Un aluvión de reacciones a favor y en contra han inundado la red en los últimos días. Y en el imaginario colectivo, al reflexionar sobre si estos animales son agresivos o no, probablemente a muchos venga a la memoria la imagen del temible King Kong.
El personaje –que saltó a la gran pantalla en 1933 de la mano de los directores Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack– poco tiene que ver con la realidad. Es cierto que los dientes de los gorilas son enormes, pero no para atacar a sus presas. "Son fruto de la lucha que han tenido los machos para acceder a las hembras pero, en ningún caso, por la pelea con otros miembros o especies", explica a EL ESPAÑOL el primatólogo y antropólogo Pablo Herreros. Los gorilas ni son depredadores ni tienen depredadores. Es más, son vegetarianos.
La reacción de Harambe al ver al niño variaba de la curiosidad al nerviosismo según los expertos, que no creen que el gorila tuviera intención de matar al menor. La duda es si los animales, como nos ocurre a los humanos, tienen la facultad de hacer daño más allá de los fines evolutivos y de supervivencia de la especie. Es decir, si son malos por naturaleza.
"Los animales muestran todo el espectro del comportamiento, desde lo muy agradable, ayudándose y protegiéndose unos a otros, a lo más desagradable, como matarse entre sí, pero a esto último solo lo podremos denominar 'mal' si se ha hecho intencionadamente sin una buena razón", indica a este diario Frans de Waal, primatólogo y profesor de Psicología de la Universidad Emory (EEUU).
Durante décadas, de Waal ha estudiado el comportamiento de los grandes primates, incluidos los humanos, encontrando numerosas similitudes entre ellos. "Las preguntas sobre el bien y el mal siempre son complicadas. Lo que sí sé es que ciertas facultades que forman parte de la moralidad humana, como la empatía, el sentido de la equidad, la reciprocidad o la cooperación se pueden encontrar también en nuestros parientes más cercanos", afirma.
No son conscientes del daño
Pero, ¿qué es exactamente el mal? "Es un daño que no tendría por qué haberse realizado y que no admite ninguna excusa posible porque había alternativas reales", define Fernando Broncano, catedrático de Filosofía de la Ciencia de la Universidad Carlos III de Madrid.
Los numerosos episodios de chimpancés matando a otros en luchas encarnizadas sin un fin aparente que han registrado los primatólogos, en principio, parecen cumplir lo que entendemos como un comportamiento malévolo, si no fuera por una salvedad: siempre existe un beneficio para el individuo. Así lo cree Manuel Soler, catedrático de Biología Animal de la Universidad de Granada.
"Los animales pueden matar a los miembros de otros grupos y, en ese caso, están defendiendo o ampliando su territorio. También pueden acabar con machos de su propio grupo pero, en este caso, están consiguiendo un beneficio: mejorar su posición jerárquica y, con ello, su acceso a las hembras y a los recursos, lo que les permitirá dejar un mayor número de descendientes", señala el científico.
La diferencia con los humanos es que pueden provocar dolor, incluso llegar a lo que nosotros llamamos tortura, pero sin ser conscientes de ello. Lo que hacen algunas orcas cuando cazan a las focas se acerca a esta especie de tortura inconsciente. En lugar de matar a sus presas de una dentellada, masticarlas y tragarlas, como es habitual en otros carnívoros, estos cetáceos las mantienen vivas entre los dientes y las zarandean, o las lanzan al aire a varios metros de altura.
"Este tipo de comportamiento sirve de aprendizaje para sus crías. Es una forma de demostrar cómo tienen que combatir con sus presas para conseguirlas", aclara Ruth Esteban, experta en estos cetáceos en CIRCE (Conservación, Información y Estudios sobre Cetáceos, según sus siglas en inglés).
Una opinión que comparte Joandomènec Ros, catedrático de Ecología de la Universidad de Barcelona. Desde su punto de vista, estos juegos obedecen a fines meramente prácticos, puesto que los animales deben colocarse bien en la boca a sus presas antes de tragárselas y asegurarse de que estén completamente muertas.
Si un animal se sale de estas reglas y daña a otros sin un fin concreto podría estar experimentando un trastorno mental. "Los estudios de comportamiento demuestran que no existe esta maldad innata en los animales y que, casi siempre, hay explicaciones de trastornos psíquicos, como ocurre con nuestra especie", mantiene Ros.
Lo que una chimpancé hembra y su hija hicieron al resto del grupo, matando a varias crías sin ningún beneficio aparente en la selva de Gombé (Tanzania), dejó sin palabras a Jane Goodall, que lo presenció con sus propios ojos. Nuevos episodios protagonizados por otros ejemplares revelaron que no se trataba ni de una patología ni de un hecho aislado, reflejando la agresividad de estos animales.
"Si me tengo que caer a un foso, que sea al de los gorilas. Los chimpancés son los más impredecibles de todos los primates porque son los que más se parecen a nosotros", destaca Herreros.
Ficción que supera la realidad
En cualquier caso, poco o nada tienen que ver estos comportamientos excepcionales con los registrados por King Kong o por el temido tiburón en sus innumerables apariciones cinematográficas.
La pequeña y gran pantalla, aunque a veces muestran un lado amable de los animales –Liberad a Willy (1993), Flipper (1964) o Lassie (1954)–, también enseñan su cara más negra, sin importar que sea verdad.
"La ficción ha jugado siempre con esta intencionalidad malvada de los animales, que existe, pero en casos absolutamente aislados", reitera Ros. En el caso de la orca, su sobrenombre de 'ballena asesina' proviene de su traducción del inglés, ya que es el único cetáceo que se alimenta de otras ballenas.
Un calificativo muy alejado de su comportamiento habitual. "No son agresivas. En su medio natural no se ha registrado ningún ataque directo a humanos, ni a ningún otro animal si no es porque quieran alimentarse de él", aduce Esteban.
Los casos de agresiones a cuidadores siempre se han dado en recintos donde viven en cautividad, en durísimas condiciones que alteran su comportamiento habitual, tal y como han denunciado documentales como Blackfish (2013).
"Muchas veces tendemos a humanizar a los animales, con comportamientos que no se dan en la naturaleza y esto les perjudica muchísimo, porque el temor a ellos hace muy complicada cualquier labor que se lleve a cabo para su conservación", se lamenta la científica.
El animal moral
Más allá de conductas más o menos benevolentes está el sentido de la moralidad y la justicia, dos cualidades típicamente humanas. "La naturaleza no es moral. No hay actos morales o inmorales en la conducta de los animales no humanos. La moralidad y la justicia son invenciones humanas", asegura Fernando Colmenares, catedrático de Psicobiología de la Universidad Complutense de Madrid.
Casos como algunos cetáceos, con profundos lazos grupales, que apoyan a los individuos más débiles o enfermos arriesgando su vida, responderían más bien al parentesco que a un sentido moral, según explica Soler en su libro Adaptación del comportamiento: comprendiendo al animal humano (2009).
Un planteamiento con el que discrepa Herreros. A su juicio, estas situaciones responden a un cierto tipo de moralidad o, al menos, a una protomoral. "El autocontrol, la empatía, el saber cuándo alguien está haciendo algo mal son las raíces, los orígenes del comportamiento moral", opina el primatólogo.
El sexo del animal, si es macho o hembra, también influye en su forma de comportarse. De hecho, hace veinte años, en un caso similar al ocurrido en Cincinnati, una gorila entregó a los cuidadores del zoo Brookfield de Chicago (EEUU) a un niño que se había caído a su instalación y estaba herido. Los expertos recuerdan que las hembras son mucho más empáticas que los machos.
Privados de libertad
Teniendo en cuanto estos datos, la duda está en si la decisión de acabar con Harambe fue acertada o no, y la posibilidad de haber utilizado dardos tranquilizantes en lugar de munición real para no acabar con su vida.
"Su conducta fue exploratoria, arrastrar al niño por el agua para comprobar su respuesta. De no habérselo impedido de un disparo mortal o de un disparo que solamente lo hubiera dormido, es difícil predecir qué habría pasado, porque en esa exploración ciertamente brusca, pero propia de un gorila, el niño podría haber sufrido heridas graves, indirectas o directas", baraja Colmenares. El científico recuerda que los gorilas macho en libertad matan a las crías de su especie que no son sus hijos, es decir, que cometen infanticidio.
Utilizar dardos tranquilizantes podría haber enfadado más al animal, pero también habría entrado en cólera si el disparo mortal no llega a ser certero, reflexiona Herreros. En cualquier caso, el debate no debería centrarse en si hubo que dispararle o no, puesto que la vida del menor era la prioridad, sino en las condiciones en las que viven los primates en los zoológicos.
En estas instalaciones "sus percepciones territoriales están completamente distorsionadas, así como sus relaciones con otras especies", denuncia Broncano. Un caldo de cultivo ideal para que la maldad, que no es innata en el reino animal, resurja de su lado más oscuro.