Más allá de un conocido dibujo animado de la Warner Brothers, el demonio de Tasmania es un marsupial que debe su sobrenombre -la denominación científica es Sarcophilus harrisii- a la isla australiana en la que habita, el único lugar del mundo que acoge a esta especie de forma autóctona.
Hasta ahora se consideraba que el animal estaba muy cerca del peligro de extinción; tanto, que en algunas zonas de la isla los modelos matemáticos ya los daban por muertos. La causa no es la evolución ni la acción humana, sino un cáncer con una peculiaridad muy distinta a los que afectan a los humanos: en ellos, se trata de una enfermedad muy contagiosa, que es la razón por la que ha diezmado la población.
Dicho cáncer es un tumor tan característico de esta especie que incluye su nombre en la denominación -cáncer facial del Demonio de Tasmania (DFTD, de sus siglas en inglés)- y su aparición, muy reciente en términos evolutivos, ha hecho que en menos de 20 años descienda un 80% el número de ejemplares del masurpial. En algunas zonas, el porcentaje se eleva al 90%.
Por esta razón, la extinción era previsible y el hecho de que no se produjera llamó la atención de investigadores de EEUU, Australia y Reino Unido. A falta de un tratamiento frente a un cáncer extremadamente agresivo que es fatal en casi el 100% de los casos, ¿por qué no se cumplían las previsiones?
La clave está en los genes
Lo que hicieron los científicos dirigidos por Andrew Storfer fue analizar el genoma de poblaciones del animal antes y después de que se extendiera la enfermedad. Y lo que observaron les llamó muchísimo la atención, hasta el punto de que este miércoles se publica como hallazgo en Nature Communications.
Lo que ha conseguido el diablo de Tasmania es el sueño de la humanidad hecho realidad y no es otra cosa que vencer por sí mismo al tumor que le asola. Lo ha hecho a través de una rápida evolución de su genoma, que le ha convertido en resistente a la enfermedad. Algo así como si, de aquí a unos años, por mucho que las células humanas crecieran de forma descontrolada no se formaran tumores en nuestro organismos y fuéramos inmunes al cáncer.
"En teoría, podría ser posible que los humanos imitaran esta tendencia y se hicieran resistentes a algunos tipos de cáncer, pero no tengo la información suficiente para predecir que vaya a suceder algo así", explica a EL ESPAÑOL Storfer.
En este sentido, hay que destacar que cinco de los genes mutados para resistir al cáncer están también presentes en el genoma humano y se relacionan con nuestro sistema inmune.
Además del milagro evolutivo registrado, los autores destacan la rapidez del mismo. "Ha ocurrido en entre cuatro y seis generaciones", añade el principal investigador, que subraya que no cree que esto haya pasado nunca antes.
Sin embargo, no todo son buenas noticias. Storfer no cree que se pueda afirmar que el demonio de Tasmania está ya a salvo. "Hemos demostrado evidencia de la evolución rápida de siete genes, cinco de los cuales tiene que ver con el sistema inmunológico y el cáncer en otros animales, incluyendo a los humanos. Pero todavía necesitamos hacer un análisis funcional de dichos genes y determinar su relación con la supervivencia en las poblaciones", concluye en conversación con este diario.