En el pequeño puerto italiano de Pozzuoli, junto al borde occidental de la bahía de Nápoles, el nivel del agua se encuentra muy por debajo de la calle donde aparcan los coches. Pero no siempre ha sido así. Desde 1950, todo el terreno de la zona se ha elevado tres metros, incluyendo el fondo marino, lo que hoy impide el tráfico a los buques más grandes. La razón de esta ampolla terrestre se encuentra bajo el suelo: Pozzuoli se asienta sobre el supervolcán de Campi Flegrei, uno de los mayores volcanes del mundo, con una extensión de más de 100 kilómetros cuadrados. Ahora, un estudio del University College de Londres y el Observatorio del Vesuvio en Nápoles advierte de que el volcán podría estar a punto de reventar.
El registro histórico cuenta que hace algo más de 500 años el volcán de Campi Flegrei comenzó a inquietarse, a acumular energía; hasta que un siglo después, en 1538, entró en erupción. A diferencia de la estampa típica del cono volcánico, Campi Flegrei es una gran caldera que oculta la bolsa de magma bajo una depresión. Así, pasa inadvertida a los ojos, a no ser en lugares puntuales como el cráter de Solfatara, a las afueras de Pozzuoli.
En 1950, el volcán comenzó de nuevo a agitarse. Desde entonces ha provocado tres episodios de terremotos y una acusada inflamación del terreno. En 1970 y 1983, decenas de miles de personas tuvieron que ser evacuadas por miedo a una gran erupción. Los científicos ven en esta inestabilidad una amenaza: "estudiando cómo el terreno se está agrietando y moviendo en Campi Flegrei, pensamos que puede estar aproximándose a una fase crítica donde una mayor inestabilidad aumenta la posibilidad de una erupción", señala el director del estudio, Christopher Kilburn.
"No sabemos si habrá erupción, ni cuándo"
En su estudio, publicado en la revista Nature Communications, los investigadores aplican modelos matemáticos para analizar los datos de vigilancia del volcán en el contexto del conocimiento de otras erupciones. "Campi Flegrei sigue una tendencia que ya hemos visto testando nuestro modelo en otros volcanes, incluyendo el de Rabaul en Papúa Nueva Guinea, El Hierro en las Islas Canarias, y Soufriere Hills en la isla caribeña de Montserrat", dice Kilburn. "Nos estamos aproximando más a la pronosticación de erupciones en volcanes que han estado silenciosos durante generaciones". Pero la predicción exacta aún no es posible: "no sabemos si esta inestabilidad a largo plazo conducirá a una erupción, ni cuándo", admite el científico.
En cualquier caso, añaden los investigadores, es probable que los episodios de sismicidad se repitan, conduzcan o no a una erupción, y los terremotos son notablemente impredecibles. Ya sea por terremotos o erupciones, el estudio concluye que existe "un aumento en la amenaza volcánica para la población de la caldera, de casi 360.000 personas, así como para los tres millones de residentes de Nápoles en la vecindad inmediata de su límite oriental". "Es imperativo que las autoridades estén preparadas para esto", advierte Kilburn.
Pero los residentes de la región italiana de Campania no son los únicos que deben preocuparse por la posible entrada en erupción de un supervolcán. Otro estudio publicado esta semana en la misma revista por investigadores de varios países, dirigidos por la Universidad Estatal de Oregón (EEUU), ilustra que las consecuencias de una supererupción pueden ser devastadoras en todo el planeta, y prolongarse durante decenas de miles de años.
Los científicos han estudiado el supervolcán de Toba, en la isla indonesia de Sumatra, que hace 74.000 años explotó de forma catastrófica. La erupción alcanzó un Índice de Explosividad Volcánica de 8, el más alto de la escala, reservado para los volcanes que expulsan más de 1.000 kilómetros cúbicos de depósitos; suficiente para cubrir toda la Península Ibérica con más de un metro y medio de roca y cenizas. Como comparación, las erupciones del Krakatoa (Indonesia) en 1883 y del Pinatubo (Filipinas) en 1991 alcanzaron un índice de 6.
Apocalipsis volcánico
La erupción del Toba marcó un hito en la historia del planeta. El material expulsado cegó la luz del sol, reduciendo las temperaturas hasta en 15 oC en ciertas regiones. Algunos expertos piensan que aquello fue un auténtico apocalipsis de los que tantas veces hemos visto retratados en el cine, que la mayor parte de la humanidad fue aniquilada por aquel mundo repentinamente inhóspito, y que hoy somos descendientes de los pocos afortunados que lograron sobreponerse.
En Sumatra, la herida dejó como cicatriz el mayor lago volcánico del planeta, de 100 kilómetros de largo por 30 de ancho y una profundidad de hasta 500 metros. Pero los autores del nuevo estudio han descubierto que dejó algo más, una inestabilidad que perdura hasta hoy. "Es como una masa de agua que se ha perturbado al lanzarle una piedra", explica la autora principal del estudio, Adonara Mucek. "La recuperación después de una erupción supervolcánica es un proceso largo, mientras el volcán y el sistema magmático tratan de restablecer el equilibrio".
El análisis del material radiactivo aprisionado en la roca volcánica, que actúa como un reloj atómico, revela que el Toba continuó eruptando de forma intermitente hasta hace al menos 56.000 años, 180 siglos después de la catástrofe. Otra de las consecuencias a largo plazo fue la elevación del antiguo lecho del lago hasta 600 metros sobre el nivel del agua. Pero además, Mucek y sus colaboradores han descubierto que la lava expulsada actualmente por el volcán Sinabung, a 40 kilómetros del Toba, tiene una firma química idéntica a la de éste. La conclusión es que el Sinabung forma parte del supervolcán, y sus erupciones actuales también son coletazos de la antigua explosión.
El caso del Sinabung muestra cómo aquellas ondas causadas por el Toba hace decenas de milenios, cuando aún faltaban casi 40.000 años para que comenzaran a pintarse los primeros signos rudimentarios en la cueva de Altamira, aún no han cesado. Según el coautor del estudio Shanaka de Silva, "el peligro de un supervolcán no desaparece después de la erupción inicial; el Toba sigue vivo y activo hoy". De hecho, los científicos añaden un dato inquietante: una supererupción de uno de estos colosos no lo deja vacío, sino que el volcán aún suele guardar en su interior entre 10 y 50 veces más volumen de magma que el expulsado.