Estudiando la atmósfera de Venus en los años setenta, James Hansen se dio cuenta de que el efecto invernadero era lo que había convertido al planeta en una roca inerte. Rápidamente, trasladó su campo de estudio a un planeta más cercano, el nuestro, y a un campo de estudio que por entonces estaba en pañales. Cuando en 1980 testificó ante el Congreso para alertar de que la actividad humana estaba provocando un calentamiento global, muchos arquearon las cejas en señal de desconcierto.
Hoy todo el planeta sabe a qué se refería entonces Hansen, salvo quizá algunos congresistas estadounidenses actuales. A lo largo de 40 años, Hansen se ha ganado una merecida fama como pionero de los estudios climáticos, pero también como activista problemático.
Hace unos años, siendo director del Instituto Goddard de la NASA, acabó en el cuartelillo por protestar contra la minería de carbón. Esta semana, el físico y climatólogo de 76 años ha pasado por Madrid para recibir el Premio Fronteras del Conocimiento de la Fundación BBVA.
¿Cómo vive un científico climático bajo la actual administración estadounidense, permanentemente bajo sospecha y donde hasta el presidente del país duda de la existencia o seriedad del fenómeno?
Mi vida con Trump es mucho más fácil, dado que mi actividad principal desde que dejé de formar parte del gobierno tras más de cuatro décadas es denunciar al gobierno federal por violar los derechos de las generaciones futuras. Por tanto, en el caso de Obama era muy difícil para mí, porque él decía todas las palabras correctas, pero al mismo tiempo aprobó las perforaciones offshore, no se atrevió a censurar la construcción del oleoducto Keystone para crudo no-convencional. Él tenía razón en decir que había que reducir las emisiones, pero si se redujeron un poco durante su presidencia fue solamente porque cambiamos el carbón por el gas para electricidad, pero porque el gas era más barato, no porque fuera más limpio. Fue un asunto económico. Ahora, siendo Trump el demandado es un caso mucho más fácil. Le demandamos hace tiempo pero irá a juicio en noviembre, en Oregon, que es un tribunal de distrito estadounidense, sólo un peldaño por debajo del Tribunal Supremo. Tengo mucha confianza en que ganaremos en Oregon, porque el tribunal ha rechazado la petición del gobierno federal de archivar el caso. Luego probablemente apelen al TS, que es bastante conservador, pero el caso está basado en derechos fundamentales asegurados por la Constitución y la Declaración de Derechos. Así que creo que, incluso con un TS tan conservador tenemos muchas opciones de ganar. Por otro lado tengo que escribir mi declaración al juzgado, y en un lenguaje que sea más el de un jurista que el de un científico. Así que esta es mi actividad ahora mismo y el hecho de que Trump esté en la Casa Blanca y diga esas cosas locas como que no cree en el cambio climático, en definitiva, que no cree en la ciencia, hace mi vida más simple.
Tras dejar el Instituto Goddard se dedicó más al activismo climático y a hablar en público, ¿pero sigue investigando? ¿qué objetos de estudio le interesan actualmente de la ciencia climática?
De alguna manera, ahora tengo más tiempo para centrarme en la ciencia. Tengo este grupo llamado Climate Science Awareness and Solutions, somos sólo cuatro, en la Universidad de Columbia. Pero en los papers recientes he colaborado con otros científicos, incluidos los del instituto de la NASA del que era director. ¡El ambiente investigador hoy en día es tan diferente de cuando era joven! Ahora, desde mi escritorio, tengo acceso a cualquier estudio científico a través de la biblioteca de Columbia. Antes tenía que bajar, ponerme a escarbar entre libros y papeles o incluso pedirlos a través de un préstamo inter-bibliotecario, esperar una semana... ahora tengo una impresora a color bajo mi escritorio y es fantástico. Para el trabajo que escribí el año pasado, Ice Melt, Sea Level Rise and Superstorms, me encerré en mi estudio durante todo el invierno, con un montón de estudios amontonados a mi alrededor. Era un estudio que requería sumergirse en distintos subgrupos de la ciencia climática: oceanografía, paleoclima, etc, y pude hacerlo de una forma más eficiente que cuando era director de un grupo de investigación... en resumen sí, sigo haciendo ciencia.
¿No le gustaría haber tenido todos estos recursos que tiene hoy cuando inició su carrera?
En realidad, ese artículo en particular lo había empezado en 2007 o así, y entonces... el título del único libro que he terminado, Storms for my grandchildren, el concepto de las tormentas es que ya había hecho funcionar un modelo con la situación que imaginábamos para el EMEA, con más frío en el Atlántico Norte y más calor en los trópicos, lo que provocaría algunas tormentas. Ya tenía eso, con un modelo funcionando, pero con todas las cosas que estaba haciendo en ese momento no pude terminar el artículo. Ahora es más posible para mí terminar los artículos.
Se hacen recortes en NASA para investigación climática pero se centran en viajar a Marte, ¿no es una estrategia un poco miope?
Afortunadamente no es sencillo para los políticos interrumpir la ciencia debido a las escalas de tiempo de los proyectos y por la burocracia gubernamental, que en muchos aspectos es un problema pero por otro lado mantiene la inercia. De todas formas, esto no es nada nuevo. En 1980, cuando Ronald Reagan fue elegido presidente, el presupuesto para el programa de investigación en CO2 y clima se redujo a cero. ¡Se lo cargaron! Estaba recibiendo del Departamento de Energía unos 230.000 dólares al año y esa cantidad pasó a ser cero. De algún modo fue un hándicap pero eso no acabó con el programa, tuvimos que apretarnos el cinturón y unos cuantos perdieron su trabajo, pero no cambió las cosas de forma fundamental.
Pero el rol de los científicos debe ser también el de denunciar ese tipo de cosas.
Por supuesto. Pero cosas como que la NASA quiere recortar el dinero para satélites después de diez años... puedes intentar acabar con un programa de estudios, a veces con éxito, pero eso no va a hacer que la ciencia desaparezca.
Es verdad, pero piense en el programa Argo que mide la temperatura del nivel del mar. Si todas esas boyas-medidoras no se sustituyen o reparan porque no hay presupuesto, al final la calidad de los datos con los que estudiamos el cambio climático se resiente.
Sí, eso es muy importante. Es un programa internacional que comenzó hace unos años y para el que EEUU aporta cerca del 50% de la flota, más de 3.000 boyas. Y esa es la razón por la que hoy entendemos de una forma cuantitaviva el balance energético de la
Tierra, porque hay más energía procedente del sol atrapada que calor siendo irradiado, porque el CO2 está creciendo. Es algo que esperas de una forma teórica pero hay que cuantificarlo, y no pudimos hacerlo con precisión hasta que liberamos las boyas con el programa Argo. Nos conviene no perder eso.
Hablemos de modelos climáticos y del pronóstico de las temperaturas para finales de siglo. Usted fue uno de los pioneros en este área, en los años 70, pero sin embargo no hay enormes diferencias con los modelos que se realizan hoy con el apoyo de supercomputadores. Sin embargo, esta coherencia contrasta con los ataques y críticas que reciben estos modelos. ¿A qué se deben estas críticas, en su opinión?
Bueno, si sólo confiáramos en los modelos siempre tendríamos alguna incertidumbre, pero de hecho, las conclusiones están basadas en una combinación de modelos y paleoclima, que te da ejemplos de cómo la Tierra respondió a los cambios en la composición de la atmósfera y otros forzamientos del pasado. Luego, las observaciones modernas de cómo las tendencias están variando en el último siglo... por tanto, la comprensión es mucho más amplia que si contáramos solo con los modelos. Está todo ahí, la física, los procesos... todo.
Supongo que las críticas a los modelos climáticos se basan en ese mismo grado de incertidumbre. Para un científico es algo natural, dado que la ciencia se basa en reducir la incertidumbre, pero los escépticos suelen pensar que toda la ciencia del clima está asentada en programas de ordenador manipulados con trucos estadísticos.
Es una malinterpretación de base, sí. Por eso suelo preferir modelos que no tengan demasiado detalle, pero sí una resolución que te permita realizar muchos estudios diferentes. Pero incluso ahí, sólo los modelos te dejan con una gran incertidumbre, es necesario contar con otras fuentes de información.
¿Qué cosas nos faltan por saber mejor todavía sobre el cambio climático?
Creo que el asunto principal tiene que ver con la respuesta de las placas de hielo a un clima cada vez más cálido, porque creo que corremos el riesgo de sufrir un forzamiento en este siglo que esté muy por encima de los rangos que consideramos naturales. Es difícil para mí ver cómo las placas de hielo pueden sobrevivir, y esa es la principal amenaza, porque si el nivel del mar aumenta en unos pocos metros, perderemos la funcionalidad de todas las ciudades costeras y más de la mitad de las grandes ciudades del mundo están en la costa.
Pero las previsiones no estiman una subida tan grande, ¿no?
Si mira los documentos del IPCC, calculan una subida de medio metro a final de siglo. El problema es que nadie parece estar mirando más allá de 2100. Mi argumento aquí es que, muchas veces en la historia del planeta, el nivel del mar ha subido varios metros en un solo siglo y con forzamientos que eran menores que el que estamos causando los seres humanos actualmente. Esa es la gran incertidumbre.
Hábleme de los comienzos de su carrera. En realidad la correlación entre la cantidad de CO2 y la temperatura era conocida de antes, pero el proceso de cambio climático que hoy manejamos no existía como tal en la época en que usted comenzó a investigar. ¿Cómo era la ciencia entonces, qué se sabía y qué no?
Yo empecé tratando de entender la atmósfera de Venus para mi doctorado, y por qué su superficie estaba tan caliente. Gracias a una nave que mandaron los rusos allí vimos que la cantidad de CO2 era muy alta y que el efecto invernadero era la explicación. Yo estaba interesado en ciencia planetaria, quería investigar las nubes de smog que cubren el planeta e incluso me aceptaron una propuesta en la NASA para mandar allí un instrumento con la misión Pioneer Venus. Mientras una empresa aeroespacial de California construía el instrumento, un estudiante postdoctoral de Harvard, Jack Yung, me pidió colaborar en un proyecto para comprender la radiación del efecto invernadero con el metano, el óxido nitroso y otros gases. Escribimos un artículo juntos donde mostramos que estos otros gases eran tan importantes como el CO2 en el efecto invernadero. Así es como entré en este campo, estudiando otros planetas y dándome cuenta de que la atmósfera de mi propio planeta estaba cambiando, lo cual era mucho más interesante. Venus, después de todo, era un planeta muerto.
¿Hasta entonces no se sospechaba del rol del metano como gas de efecto invernadero?
No, en aquel momento, además del CO2 sólo se sospechaba de los clorofluorocarbonados (CFC) merced a Ramanathan, que fue quien se dio cuenta a principio de los setenta. Eso inspiró a Yung a estudiar esos otros gases y ver cuál era su forzamiento radiativo. Y nuestro estudio fue el primero sobre el metano y el óxido nitroso, y vimos que eran tan importantes como el CO2. Es cierto que ahora esos gases se han estabilizado, bien porque se prohibieron como los CFC o porque su tiempo de permanencia en la atmósfera es corto, como el metano. Ahora el 80% del crecimiento en gases de efecto invernadero pertenece solo al CO2, y es un problema porque su tiempo de vida en el sistema climático es de un milenio.