En Mansilla, La Rioja, los mayores del lugar han podido pasear por las calles que quedaron bajo las aguas en la década de los sesenta por la construcción del embalse. En Aguilar del Campoo afloran capiteles románicos sumergidos; en Riaño, León, se dejan flores donde estuvo el cementerio anegado. Es el reverso poético de una situación dramática: el verano ha sido seco, agravando la pertinaz sequía. Lo más grave podría estar, sin embargo, por delante, al apuntar las predicciones a un otoño cálido y con precipitaciones insuficientes.
El agua almacenada en España batió un récord de mínimos en agosto, con los embalses al 46,5% frente al 61,5% de media de la última década. Al arrancar septiembre están al 42,9%. El motivo hay que buscarlo más allá de los meses de calor: el año hidrológico, que se calcula desde el pasado 1 de octubre, ha sido excepcionalmente pobre. Tras una primavera árida, a finales de junio se ponía en marcha un Proyecto de Ley para paliar los efectos de la sequía en cuentas especialmente afectadas, como la del Duero o el Segura.
"El abastecimiento de agua de boca tiene prioridad, y hasta finales del año hidrológico, cuando se esperan las lluvias del otoño, no tememos ninguna situación de alarma" - explicaba la directora general de Agua, Liliana Ardiles, a comienzos de verano. Pero las predicciones en este sentido no son halagüeñas. La Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) prevé un otoño climatológico - los meses de septiembre, octubre y noviembre - con altas probabilidades de situarse en las cotas de temperaturas más altas de la media trazada de 1981 a 2010.
Estas predicciones encuentran eco en las del portal eltiempo.es, que cifra en un 70% las posibilidades de que las temperaturas sean hasta un grado superior a la media en el centro y este de la Península, y medio grado en el resto de España. Además, "el patrón de presión dominante será el del anticiclón que está situado al oeste-noroeste" - el famoso anticiclón de las Azores - lo que conllevará un otoño "ligeramente" más seco en Galicia, Asturias y el norte de Castilla y León.
Que el término "ligeramente", equivalente a precipitaciones de hasta 50 litros por metro cuadrado por debajo de la media, no nos engañe. "El noroeste peninsular es la zona, por explicarlo esquemáticamente, por la que recibimos los frentes que aportan precipitaciones" - detallan los autores del informe. Las "situaciones anticiclónicas" son más probables este otoño, dando lugar a una "tendencia más seca" en la zona. "De mantenerse, sí que estaríamos acercándonos más a una sequía extrema en 2018".
Las cuencas de Galicia están de media al 58%, un 16% menos que el año pasado tras encadenar siete meses de preaviso de sequía. En León, el embalse de Barrios de Luna exhibe un desolador 7%. Y en Castilla-La Mancha o La Rioja, el agua embalsada ha caído por debajo del 25%. Los trasvases del Tajo al Segura han quedado suspendidos.
"Que se agrave la sequía siempre es preocupante, pero lo será aún más si se convierte en una tendencia mantenida durante un periodo muy, muy largo de tiempo" - valoran desde eltiempo.es. "Esto implicaría también un cambio climático a nivel regional que podría modificar el ecosistema típico de una región concreta".
Tormentas que no calman la sed
No solo ha llovido poco. "Ha llovido peor", explicaba Ana Casals, portavoz de la AEMET en declaraciones a efeverde. "En el otoño y el invierno hubo dos grandes episodios de precipitaciones y nevadas en el Levante, pero el problema es que casi todo fue al mar porque la lluvia cayó de manera torrencial, en forma de riadas, y ese agua no vale para nada. La precipitación buena es la que se reparte durante todo el año".
"El hecho de que llueva no siempre es una buena noticia" - coinciden desde el portal meteorológico. En el caso de trombas de agua, explican, "los embalses sí pueden llegar a recibir ese agua, pero el suelo no es capaz de asimilarla y discurre rápidamente hacia el mar". Las tormentas fuertes traen consigo inundaciones y daños a los cultivos ya de por sí castigados por la sequía, con una alta probabilidad de granizo.
Esa es la paradójica situación "poco habitual", en palabras de la AEMET, que hemos vivido a finales de agosto y que puede repetirse en septiembre. "Bruscos cambios meteorológicos" y "fuertes fenómenos tormentosos con acompañamiento de aparato eléctrico y granizo". La responsable fue una DANA, o 'Depresión Aislada de Niveles Altos', provocada por las ondulaciones inusuales de la corriente chorro que separa las masas de aire frío de las de aire tropical.
"Cuando las ondulaciones correspondían al aire tropical cálido, la dorsal anticiclónica propiciaba jornadas muy calurosas y con tiempo en general estable" - explican desde la agencia. "Cuando en la ondulación se encontraba el aire frío, las vaguadas o DANAS provocan inestabilidad atmosférica con descensos acusados de temperatura y fenómenos tormentosos". Así, en agosto, lugares como Alicante y Almería registraron las mayores precipitaciones desde que comenzaron las mediciones en los años sesenta. Pero los embalses han seguido vaciándose.
El otoño tarde cada vez más en llegar
Los meteorólogos previenen en contra de "hacer estadística en base a dos, tres o cinco septiembres". Pero el otoño de 2014 batió los récords en los registros de calor, y la estación ha sido calurosa por encima de la media en los años siguientes. "Los 'veranos' parecen estar mostrando eventos cada vez más extremos y una tendencia a ser cada vez más largos" - admiten. "Ya no nos extrañamos al ver que todos los años se bate algún récord absoluto de temperaturas máximas".
Si los peores augurios se confirman y cada vez más cuencas entran en estado de emergencia por sequía extrema a partir del año que viene, las restricciones no afectarán a todos por igual. "Dependerán de la zona y de los usos que se les dé al agua. Pueden enfocarse a limitaciones por horarios y actividades". Un ejemplo lo encontramos ya en el Carrión y el Pisuerga: los vecinos de municipios en el margen izquierdo del río solo pueden coger agua los días pares, y los del derecho, los días impares.
La peor de las noticias, sin embargo, es que la emergencia hídrica puede haber llegado para quedarse. "Existen estudios que apuntan a que, en un escenario de cambio climático como el que estamos viviendo, es mucho más probable se den eventos cada vez más extremos: olas de calor cada vez más intensas, frecuentes y duraderas, y sequías más importantes" - advierten los meteorólogos. "Es una situación que tiene pinta de continuar y agravarse en los próximos años, y de la que difícilmente podremos regresar".