"Nuestra noche triste", escribía la periodista mexicana Verónica Calderón en Twitter mientras informaba sobre el sismo de magnitud 7,1 que ha golpeado de lleno a Ciudad de México, dejando dos centenares de víctimas mortales. Hacía referencia a la masacre que tuvo por escenario Tenochtitlán hace 500 años y resulta acertada: hay un vínculo directo entre la conquista española de la ciudad de Moctezuma y las consecuencias del terremoto del 19 de septiembre de 2017.
La metrópolis azteca que maravilló a los hombres de Hernán Cortes era una ciudad lacustre de 300.000 habitantes. Los españoles drenaron, secaron, talaron, cultivaron y expandieron el trazado urbano de la actual megalópolis. De los cinco grandes lagos que tuviera antaño el Valle de México, solo sobrevive el Xochimilco. Sus lechos forman ahora el suelo sobre el que se asienta Ciudad de México, un terreno arcilloso y desestabilizado por la explotación de los acuíferos subterráneos azuzada por la crisis del agua que seca la garganta de 21 millones de habitantes.
Al sepultar la ciudad de canales de los aztecas, Ciudad de México incubaba su propia maldición geológica que se ha ido intensificando con el desarrollo urbanístico. Para empezar, su suelo se hunde bajo su peso, a razón de entre treinta centímetros y un metro al año. Lo hace de forma irregular, provocando ondulaciones en calles y edificios. "Si fuera uniforme, el terreno terminaría por compactarse y asentarse" - explica Mariano García Fernández, científico investigador del CSIC. El verdadero peligro, continua, ocurre cuando se producen los terremotos.
"Las ondas sísmicas se mueven a gran velocidad por la cuenca rocosa del valle" - explica García. "Pero llegan a un medio blando, con un contenido importante de agua, en el que solo pueden desplazarse más lentamente. En la frontera entre un medio y otro se produce un fenómeno de reverberación que amplifica en toda la cubeta del lago original la amplitud del terremoto".
La reverberación no intensifica simplemente las ondas sísmicas: atrapadas largo tiempo bajo tierra, alteran su resonancia. Y se transforman en letales para los grandes edificios. "Vibran con una oscilación muy parecida a la de los edificios de cinco a diez pisos, de unos dos segundos" - explica el geólogo. "Se produce entonces un acoplamiento y eso los destruye. Piensa en una cantante que alcanza un tono de voz con el que rompe un vaso: es el mismo fenómeno".
Estos factores explican la mortandad y la destrucción del terremoto de 1985 del que se celebraba precisamente el aniversario cuando la tierra tembló. "Fue de mayor magnitud, pero el epicentro estaba al doble de distancia" - precisa Gómez. Aquella tragedia fue el "ejemplo de manual" para el resto del mundo en cuanto a edificación a prueba de sismos, y explica que la destrucción se haya limitado a unos 40 edificios cuando hace 32 años fueron 400: los modernos rascacielos, por ejemplo, incorporan sistemas de amortiguamiento en sus cimientos.
"No damos suficiente importancia al azar"
Que ambos terremotos hayan ocurrido exactamente el mismo día con 32 años de diferencia no es motivo de especial sorpresa para el geólogo. Tampoco que se haya producido tras otro fuerte sismo, el de Oaxaca. México se asienta en un zona de subducción, en la que la placa de Cocos ejerce una "presión constante" mientras penetra bajo la Continental Americana. Es tierra de terremotos y, por lo tanto, impredecible.
Gómez descarta que la concatenación de estos sucesos corresponda a otra cosa que a "casualidades". "Los humanos siempre buscamos relaciones" - reflexiona. "No le damos suficiente importancia al azar en la naturaleza, cuando un terremoto es un evento de magnitud tan grande y que involucra tantos factores que no queda otra que considerarlo aleatorio".