Los científicos suelen referir que la investigación es un camino intrincado y sinuoso, lleno de giros inesperados y desvíos sin señalizar. Algunos grandes descubrimientos fueron serendipias, hallazgos accidentales, y muchas líneas de investigación conducen a destinos donde el investigador jamás esperó llegar a encontrarse. Y en esto de saberse dónde se empieza, pero no dónde se acaba, seguramente haya pocos casos tan extremos como el del experimento de comunicación animal que terminó con una investigadora masturbando repetidamente a un delfín llamado Peter.
Tal historia merece un comienzo también singular: elijamos el 1 de noviembre de 1961 en el Observatorio Nacional de Radioastronomía de Green Bank, en Virginia Occidental (EEUU). Aquel día en aquel lugar, diez científicos se congregaron para discutir la posibilidad de intentar captar señales alienígenas utilizando radiotelescopios como el de Green Bank. Aquel día nació una línea de investigación que perdura desde entonces, la Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre, conocida por sus siglas en inglés como SETI.
La lista de los diez asistentes a aquella primera conferencia SETI es impresionante. Allí se encontraban, entre otros, Frank Drake, fundador de SETI y autor de la ecuación que estima el posible número de civilizaciones alienígenas; el astrofísico y divulgador Carl Sagan; el físico Philip Morrison, uno de los integrantes del Proyecto Manhattan que creó la bomba atómica; el químico Melvin Calvin, que durante la conferencia recibía la noticia de la concesión del premio Nobel; o el astrónomo Su-Shu Huang, que había acuñado el concepto de la "zona habitable" de una estrella donde podían encontrarse planetas con agua líquida.
La Orden del Delfín
Como una especie de broma entre ellos, aquellos científicos dieron a su grupo el nombre de la Orden del Delfín, que después de la conferencia Calvin rubricaría enviando a cada miembro una insignia con la figura de este animal. El motivo de la elección de este apelativo se refería a otro de los integrantes del equipo, el neurocientífico John Cunningham Lilly.
Lilly era un médico y neuropsiquiatra de Minnesota, de familia acaudalada y a quien sus compañeros de colegio llamaban Einstein Junior, por su vivo interés en la ciencia desde pequeño. A los 19 años, Lilly leyó Un mundo feliz de Aldous Huxley, y las ideas que allí encontró sobre la biología y el control de la mente le inspiraron para elegir la investigación del cerebro, rechazando seguir la carrera de banquero de su padre.
La libertad financiera que le daba la fortuna de su familia, junto con su propia personalidad excéntrica, llevaron a Lilly a internarse en terrenos de investigación poco convencionales, en los que además actuaba como su propio sujeto de experimentación. Durante sus primeros años de carrera, aportó contribuciones a la neurociencia y otras disciplinas. En 1954 inventó el tanque de aislamiento, un depósito con agua salada en el que el usuario flotaba en estado de privación sensorial. Lilly probó este sistema en infinidad de ocasiones, añadiendo además otro ingrediente a su propio cerebro: LSD, una droga con la que le gustaba experimentar con estados alterados de consciencia.
En la época de la primera conferencia SETI, Lilly había ganado popularidad por su libro Man and Dolphin, en el que proponía la posibilidad de establecer un puente de comunicación entre los humanos y los delfines, animales dotados de una gran inteligencia y de un lenguaje propio que articulaban a través del espiráculo de la respiración. La idea sedujo a científicos de prestigio como el biólogo evolutivo J. B. S. Haldane o los Sagan, Drake y Calvin. El interés del propio Lilly por la búsqueda de alienígenas le llevó a formar parte de aquel grupo, que quedó bautizado en referencia a la hipótesis sobre los delfines. Descifrando el lenguaje de los cetáceos, pensaban los fundadores de SETI, sería posible comunicarse con cualquier civilización extraterrestre.
Enseñar inglés a los cetáceos
Así, la idea de Lilly le llevó a fundar en 1963 un laboratorio donde pondría en práctica un experimento revolucionario: tratar de enseñar inglés a los delfines. El proyecto suscitó tal interés que consiguió financiación de la NASA y de otras agencias gubernamentales de EEUU para construir la Casa de los Delfines, una instalación en las Islas Vírgenes donde acomodar a tres ejemplares llamados Pamela, Sissy y Peter.
Mientras el colaborador de Lilly, el antropólogo y lingüista Gregory Bateson, se encargaba de estudiar la comunicación entre los delfines, se requería la presencia de una persona que se ocupara de la tarea de enseñarles inglés. Para esta labor, Lilly y Bateson escogieron a Margaret Howe Lovatt, una joven que trabajaba en un hotel local y que se presentó voluntaria para el trabajo; sin formación científica, pero con gran entusiasmo y dotes de observación.
Fue la propia Lovatt quien sugirió una ambiciosa modificación al proyecto: en lugar de tener a los delfines dentro y a los humanos fuera del agua, ¿por qué no inundar toda la casa y convivir con ellos las 24 horas del día? La idea convenció a Lilly y Bateson, así que reformaron el recinto para que Lovatt pudiera vivir día y noche con uno de los animales. La propia investigadora eligió a Peter, un joven delfín aún no entrenado en el lenguaje.
En 1965 comenzó el experimento de convivencia. Pero a medida que se desarrolló el contacto entre Lovatt y Peter, fue quedando claro que el delfín no quería una maestra, sino otra cosa. Al principio miraba largamente distintas partes del cuerpo de la joven. Después empezaron las caricias, frotando su cuerpo contra el de la investigadora. Las insinuaciones se tornaron tan intensas y frecuentes que finalmente Lovatt decidió darle al delfín lo que quería, por el bien del experimento. Y así comenzó a aliviar manualmente las urgencias sexuales de Peter.
"No me sentía incómoda con ello, mientras no fuera brusco", decía Lovatt al diario The Guardian en 2014, con ocasión del estreno del documental de la BBC The Girl Who Talked to Dolphins. "Simplemente era parte de lo que pasaba, como un picor: tan sólo líbrate de él, ráscate y prosigue. Y así es como funcionaba. No era privado. La gente podía observarlo". Como aclaraba Lovatt, para ella "no era algo sexual. Quizá sensual. Me parecía que fortalecía el vínculo". "Eso era parte de Peter", añadía.
Amor a su manera
Sin embargo, el experimento terminó mal. Lilly comenzó a suministrar LSD a los delfines, algo que indignaba a Lovatt. La investigadora consiguió que Peter no recibiera la droga, pero el autor del proyecto perdió el interés cuando descubrió que el LSD no producía ningún efecto en los cetáceos. La falta de avances y las discusiones entre Lilly y Bateson terminaron cortando la financiación del experimento. Lovatt sintió mucho separarse de Peter, pero para el delfín fue devastador. Los tres ejemplares fueron trasladados a otro laboratorio de Lilly en Miami. Pocas semanas después, Lovatt recibía una llamada de Lilly comunicándole que Peter había dejado de respirar deliberadamente en su acuario.
En los años siguientes, Lilly continuaría su trabajo con los delfines, internándose cada vez en un territorio más alejado de la ciencia y envuelto en misticismos espirituales, meditaciones y telepatías. En los años 70 publicó una estrambótica teoría sobre jerarquías de entes cósmicos que gobernaban el universo. Hoy se considera que la mayor parte de su trabajo es pseudociencia. Pese a todo, dejó huella en la cultura popular y en generaciones posteriores de investigadores marinos. Lilly falleció en 2001 en Los Ángeles de un ataque cardíaco.
Por su parte, Lovatt aún vive, y en 2014 lamentaba que muchos se hubieran quedado solamente con el episodio escabroso, como cuando en los años 70 la revista pornográfica Hustler publicó un artículo sobre su experimento acompañado por una ilustración que mostraba a un delfín y a una mujer en clara pose de fornicación; algo que nunca sucedió entre ella y Peter. Para el delfín, aquello fue amor, a su manera. Para la mujer, también, a la suya. Cuando Lovatt supo del suicidio de Peter, dijo sentir más alivio que pena, porque ya no sufriría más por su separación.