Los cocodrilos, caimanes y aligátores son los reptiles vivos más cercanos a los dinosaurios. Aunque se confundan con frecuencia, hablamos de animales diferentes. Los cocodrilos forman parte de la familia Crocodylidae, mientras que caimanes y aligátores son dos géneros de la familia Alligatoridae.
Estos dos últimos tienen la cabeza y el morro más anchos y cortos que los cocodrilos. En los tres casos, las hembras incuban hasta medio centenar de huevos en nidos que ellas mismas fabrican con barro y abundante vegetación. Si la temperatura de este confortable lecho supera los 34 ºC, la mayoría de los retoños serán machos, mientras que si es inferior de 30 ºC, la mayor parte serán hembras. Para conseguir una camada equilibrada en ambos géneros, la madre tendrá que ingeniárselas y construir un nido cuya temperatura oscile entre los 30ºC y los 34ºC.
A pesar de su gran talla en su vida adulta –llegan a los cinco metros de largo–, el tamaño de sus huevos es similar al de las gallinas. Mientras dura el período de incubación, las hembras defienden su nido contra los depredadores. Una vez que los huevos eclosionan, la madre se meterá a los retoños en sus fauces para transportarlos al agua sin que corran ningún peligro.
Reptiles fuera de lo común
Las crías necesitarán cuidados hasta los dos años, un comportamiento protector que no es habitual entre los reptiles. Su pequeño tamaño –al nacer miden solo unos 30 centímetros de largo– les hace muy vulnerables y el 80% serán víctimas de aves zancudas, mapaches, gatos, nutrias, serpientes o de otros cocodrilos y caimanes.
De media crecen unos 20 centímetros al año y solo cuando superan el metro empiezan a estar a salvo de los depredadores.
En el caso de los cocodrilos, los ejemplares jóvenes no están preparados para ingerir agua del mar y lo que hacen es beber el agua dulce que flota sobre la capa superior de la salada en el estuario donde se encuentren. Los adultos sí son capaces de asimilar la solución salina porque la extraen gracias a glándulas ubicadas en la lengua.