Con su reconocible coleta cana, sus camisas de trabajo y las dulces maneras de una abuelita británica, la primatóloga Jane Goodall es un icono de la conservación mundial al que aferrarse en tiempos desesperados, con la crisis del clima avanzando a zancadas y la sexta extinción devorando la biodiversidad global. Como etóloga y antropóloga, suyo es el mérito de describir la complejidad evolutiva de los primates tras más de cuatro décadas de observación de los chimpancés de Gombre (Tanzania): esos "monos" poseen en realidad personalidades únicas como los seres humanos, y un sofisticado cerebro para la técnica, el ocio y las relaciones de grupo.
Como conservacionista y embajadora de la ONU, sin embargo, Goodall supo ver una realidad imprescindible: la supervivencia de los chimpancés no sería posible sin la cooperación de las comunidades tradicionales que viven en los bosques tropicales africanos, pero jamás podría pedirles que antepusieran el bienestar de un animal a personas que carecen de lo más básico en su aldea. Desde 1994, el Instituto Jane Goodall apuesta por el desarrollo sostenible: ayuda a estos pueblos a mejorar sus recursos y su acceso a la educación y la sanidad concienciándoles al mismo tiempo de la riqueza que reporta preservar el medio ambiente en el que habitan.
Su mano derecha para extender su visión es Alice Macharia, vicepresidenta del Instituto y directora de los programas para África. Esta geógrafa keniata formada en la Universidad de Ohio supervisa paso a paso un sistema intrincado: tomar contacto con los habitantes de estos medios, ayudarles a inventariar los recursos de la tierra, crear corredores naturales para que los chimpancés se desplacen y proporcionarles tecnología, como mapas por satélite y smartphones, que les permitan tomar las decisiones más sostenibles y eficaces para la supervivencia de la comunidad ejerciendo al mismo tiempo de guardabosques voluntarios.
Macharia ha visitado Madrid para recibir en nombre del Instituto el Premio a la Conservación de la Biodiversidad que le ha concedido la Fundación BBVA en su XIV edición. Con la capital de España enfilando el rumbo a la Cumbre Climática, los retos de la conservación dominan la conversación. Un punto no exento de polémica es el de los primates en cautividad: para determinadas sensibilidades animalistas y naturalistas, tener chimpancés en zoos es una forma de maltrato independientemente de lo bien que se los quiera tratar. El Instituto Jane Goodall no comparte esta visión: lo consideran adecuado desde un aspecto educativo y para la formación de los veterinarios con los que colaborarán después en los parques.
Cuando visitamos un parque zoológico, ¿hay formas de detectar si el primate que vemos está siendo tratado con el cuidado y la dignidad que merece?
En términos de bienestar del individuo en sí, si el chimpancé está solo: no. Para nada. Una de las cosas que están haciendo el equipo de la española Rebeca Atencia en el santuario de Tchimpounga en Congo es crear un índice de bienestar para los chimpancés en cautividad. Hay una serie de indicios: su aspecto físico, para empezar. ¿Cómo está su pelaje, tiene calvas? ¿Brilla? ¿Qué expresión tiene su rostro? A continuación, las muestras de sangre te pueden decir si sufre estrés. Y luego, el recinto. ¿Es amplio, tiene accesorios como hamacas, un termitero, agua a su alcance? La mayoría de zoos occidentales ya tratan de ofrecer estos entornos enriquecidos en base a nuestra experiencia en los santuarios.
¿Cómo ha cambiado la percepción del chimpancé con el trabajo de la Dra. Goodall?
Los africanos los consideraban parte de la selva, algo que se da por sentado. Ahora son conscientes de que son criaturas únicas, que hacen único también el lugar en el que viven. Que crean valor. Los ancianos cuentan que los chimpancés venían, robaban algo y se iban: nadie se inmutaba. Lo que no sabían es que esto no pasa en ninguna otra parte del mundo, ni siquiera de Tanzania. Lo mismo pasa en la República Democrática del Congo con los gorilas. Pero ya no vienen: hay toda una generación en África que no los ha visto nunca. ¿Y como preservas algo que es abstracto? Tratamos de inculcar este orgullo de tener algo especial con fotos, vídeos, obras de teatro...
¿Le ha perjudicado que lo viéramos como una mascota divertida?
Sí, no solo en occidente, también en la RDC por ejemplo donde la gente los tenía como mascotas. Se ha hecho un gran trabajo de concienciación para que la propia comunidad censure esta conducta. Se dan cuenta de que son seres sociales, como los humanos, y necesitan a su comunidad y a su entorno. Además, el trabajo de Jane ha hecho que cambiemos nuestra propia percepción de nosotros mismos. No somos los únicos con un gran intelecto. A partir del momento en el que se involucró totalmente en el conservacionismo, como embajadora global de las amenazas para la especie, occidente empezó a darse cuenta de que tratar al chimpancé como un tipo gracioso para nuestro entretenimiento era parte del problema.
Un aspecto a destacar del trabajo con las comunidades es que contribuye a la independencia de las mujeres.
Sí, y esto es muy importante. Normalmente, cuando convocas una reunión, los que aparecen son los hombres de la aldea. Pero luego vas a los hogares y quienes recogen la leña en el bosque, las que cultivan la tierra y las que van a por el agua son las mujeres. Las que gestionan los recursos son ellas pero las excluyen de la toma de decisiones, y tratamos de involucrarlas, cuanto más jóvenes mejor. Hay formas: reunirse a la hora en la que las mujeres están disponibles, tratar los microcréditos que son manejados principalmente por ellas... Hemos descubierto que si empoderas a las mujeres para que tengan un perfil técnico, sobre el agua potable por ejemplo, habrá una mitad de asistentes femeninas en la siguiente reunión. Encuentran su voz.
Tal y cómo lo describe, es un proceso que promueve la Igualdad.
Lo intenta. Ahí vamos, paso a paso [ríe]. Es el objetivo. En Uganda vimos algo fascinante: preguntamos a los hombres por qué no iban ellos a por agua si son más fuertes que las mujeres, y fue como si no se les hubiera ocurrido nunca. Pero entonces empezaron las preguntas: "Pero si acompaño a mi esposa, ¿no se van a reír las otras de mí?" y "¿Qué van a decir las demás mujeres si ven a mi marido aquí?" [ríe]. Así que hay que cambiar mentalidades mediante la participación. También es una forma de estimular el emprendimiento. Las propiedades, por ejemplo, están en manos de los hombres al heredarse por una estructura patrilineal. Al menos, logramos que cuenten con las mujeres a la hora de decidir sobre las tierras.
¿Son precisamente estos modos de vida los más amenazados por la crisis climática?
Ellos mismos se han dado cuenta de que algo está cambiando: en las lluvias, las sequías, la pérdida de cosechas... Hay un impacto directo sobre la comida que tienen para subsistir y comerciar. Trabajamos ahora con proyecciones a varios años para tratar de desarrollar resiliencia frente a los cambios. Especialmente en la agricultura: tradicionalmente dejan la tierra en barbecho unos cinco años y mientras talan el bosque para ganar superficie cultivable, pero eso no es sostenible. Hay que animarles a plantar cultivos que permiten reutilizar la tierra: aguacate, mango... Establecer compensaciones para cuando los chimpancés destrozan las granjas. Y contar con el relato de los ancianos: son ellos quienes alertan de que la situación han dejado de ser como antaño.
Para terminar, querría preguntarle por la Dra. Goodall. ¿Cómo está? ¿Se siente optimista?
Yo creo que Jane Goodall es y ha sido siempre optimista. ¡De lo contrario no haría lo que hace! Es optimista porque hay esperanza, porque la juventud se involucra, porque la humanidad está aprendiendo la compasión, entre nosotros y hacia el mundo que nos rodea. La crisis climática y ecológica es muy real para los jóvenes africanos porque para ellos significa dejar de tener comida sobre la mesa. Nuestra iniciativa educativa mundial Roots and shoots comenzó en Tanzania en 1991, y cada vez les vemos más concienciados. Necesitamos un movimiento que exija a los líderes políticas concretas. Así es como se empieza, y es algo muy positivo, porque es su futuro lo que está en juego.