La Península Ibérica, Canarias y Baleares forman en su conjunto una reserva de la biosfera de un valor incalculable para la diversidad del planeta. Pero al pensar en nuestras especies endémicas amenazadas -las que solo se encuentran en suelo español-, los animales ibéricos, el lince o el lobo, suelen copar nuestras preocupaciones. Y con razón, dado que la ya conocida como 'sexta extinción', alimentada por la acción del hombre, devora a marcha forzada ecosistemas enteros y a sus habitantes sin importarle su posición dentro de la cadena trófica.
Sin embargo, esta extinción global va de la mano de otro fenómeno igual de alarmante pero en el que no tendemos a reparar debido a lo que los botánicos y biólogos definen como "ceguera verde": distinguimos fácilmente a los animales en la naturaleza, pero tendemos a ignorar la vegetación circundante. Por ese motivo, especies enteras de plantas que nuestros ancestros reconocían y valoraban han estado desapareciendo ante nuestros ojos sin que nos demos cuenta.
Estas plantas, exclusivas de un territorio y de un determinado clima, son las consideradas como muy raras. Y su variedad es impresionante: suponen hasta un 40% de las especies globales, según un trabajo realizado por investigadores de la Universidad de Arizona (EEUU). Pero que el porcentaje no nos lleve a engaño: al depender de un medio ambiente específico, cada una de estas especies está amenazada de extinción por el cambio climático. Y España, uno de los oasis de la biodiversidad que han identificado, está en la zona roja de la vulnerabilidad al calentamiento global.
Los resultados se han publicado en la edición especial de la revista Science Advances publicada para coincidir con la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático 2019, abreviada a COP25, que se celebra durante las dos primeras semanas de diciembre en Madrid. Entre los retos que se plantean los asistentes está el de reforzar las restricciones a las emisiones de gases de efecto invernadero al constatar la ONU que los objetivos fijados por el Acuerdo de París para frenar el calentamiento ya se quedan cortos.
"Cuando hablamos de la biodiversidad global, tenemos una idea aproximada bastante correcta de cuántas especies de plantas terrestres existen en realidad, pero hasta ahora no disponíamos de una cifra real", afirma el investigador principal Brian Enquist, profesor de ecología y biología evolutiva. Para ello, 35 investigadores de instituciones de todo el mundo han aunado esfuerzos durante una década para reunir 20 millones de registros observacionales de los vegetales del mundo.
El resultado ha sido la mayor base de datos sobre la biodiversidad botánica jamás creada, afirman. Según sus averiguaciones, existen unas 435.000 especies únicas de plantas terrestres, y esta información puede ayudar a tomar decisiones estratégicas para la conservación teniendo en cuenta los efectos del cambio climático. "Es importante tener esa cifra, pero básicamente es contabilidad. Lo que verdaderamente queríamos entender de qué naturaleza es esa diversidad y qué le ocurrirá en el futuro", explica Enquist.
El investigador da un ejemplo: "Hay especies que encuentras por todas partes: son los Starbucks de las plantas. Y otras son muy difíciles de encontrar, como las cafeterías particulares". Así, el 36,5% de las especies se considerarían "extremadamente raras", lo que significa que solo han sido observadas y registradas menos de cinco veces en la historia. "En base a la teoría evolucionaria y ecológica, esperábamos que muchas especies fueran raras, pero la cantidad final de las que encontramos fue realmente asombroso. Hay muchas más de las que creíamos", valora Enquist.
Santuarios de la biodiversidad
La distribución de estas especies muy raras, además, no es uniforme: como en el caso de España, se agrupan en núcleos: a destacar el norte de los Andes en Sudamérica, Costa Rica en Centroamérica, Sudáfrica y Madagascar en África y los archipiélagos del Sudeste Asiático. Una particularidad de las regiones con mayor diversidad es que mantuvieron una estabilidad climatológica cuando el mundo emergió de la última Edad de Hielo -un fenómeno que también se dio en la Iberia prehistórica- y que permitió a estas plantas sobrevivir.
Precisamente, esta estabilidad climática es la que pone en jaque el calentamiento global y otros efectos disruptores. "Pudimos comprobar que muchas de estas regiones están experimentando un incremento en la actividad humana, como la urbanización y la deforestación para obtener tierras de cultivo. No es la mejor de las noticias", lamenta Enquist. "Si nadie hace nada, todo indica que sufriremos una drástica pérdida de diversidad, porque la rareza de estas especies hace que sufran un mayor peligro de extinción y la ciencia todavía no sabe mucho sobre ellas".