Poner freno a las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero, de las que los tubos de escape de los vehículos siguen siendo unos de los principales responsables, se ha vuelto innegociable. Los niveles de dióxido de carbono batieron el récord en 2018 llegando a 407,8 partes por millón (ppm), frente a las 405,5 ppm de 2017, según los últimos datos del boletín de la Organización Meteorológica Mundial (OMM).
La Unión Europea, uno de los principales emisores mundiales de estos gases, aprobó recientemente una norma que obliga a los fabricantes a recortar las emisiones de los coches nuevos un 37,5% y las de las furgonetas un 31% de aquí a 2030. En ambos casos se exige una meta volante intermedia del 15% en 2025. "La nueva ley significa que para 2030 un tercio de los coches nuevos serán eléctricos o de hidrógeno", apuntaba la Comisión Europea.
Sin embargo, la industria no tiene tan claro que esta meta pueda cumplirse sin amplias transformaciones en el sector. "Estos objetivos de CO2 extremadamente ambiciosos tendrán un impacto seísmico en el empleo", advertía la Asociación Europea de Fabricantes de Automóviles (ACEA). Por otro lado, el coche y eléctrico no ha llegado todavía a alcanzar a los modelos de diésel y gasolina en prestaciones y precio, a lo que se suma que España está a la cola de Europa en red de repostaje sostenible.
En 2016, más del 56% de los vehículos nuevos -sin contar industriales ni transporte pesado- matriculados en nuestro país equipaban un motor diésel bajo el capó, lo que suponía aproximadamente unas 600.000 unidades. Todos estos vehículos, y por supuesto los más antiguos, tienen ahora fecha de caducidad.
El nivel de contaminación atmosférica en las grandes ciudades ha sufrido un grave -y constante- incremento en los últimos años no solo en España, sino en muchas zonas de Europa, algo que ha obligado a tomar medidas disuasorias a las autoridades. En París, por ejemplo,ya no se permite la circulación por el núcleo urbano a los vehículos anteriores al 1 de enero de 1997.
Resta el caso de los híbridos, que, paradójicamente, pueden llegar a ser más contaminantes: "cuando circulan en modo combustión, emiten en promedio más que su homólogo en diésel o gasolina", denunciaban las organizaciones. "Los turismos modernos Euro 6 híbridos-diésel emiten hasta un 40% más de NOX que los Euro 6 diésel puro. Hay vehículos que, a pesar de no contar con distintivo Eco o Cero Emisiones, contaminan menos que otros que sí disfrutan de estas homologaciones".
Por último, una problemática cada vez mayor es la de las emisiones provocadas por la venta online: "El consumidor no relaciona la influencia de comercio online en el medio ambiente, desde el transporte hasta los envases adicionales", denunciaban los expertos. Las estrategias para reducir este impacto pasan por usar camiones más grandes que tengan que hacer menos viajes -la media es entregar seis pedidos por furgoneta en cada salida hasta las descargas por la noche, en la hora valle de tráfico.
Alternativas para la movilidad
Copenhague, Amsterdam y Oslo se encuentran a la cabeza de ciudades sostenibles por su fuerte apuesta por las infraestructuras para moverse en bicicleta, tal como apunta un informe de Greenpeace sobre la movilidad sostenible de las ciudades europeas, que evalúa indicadores como el transporte público, la seguridad vial o la calidad del aire, entre otros.
Madrid, en séptimo lugar, es la única ciudad española que aparece en este ranking. Obtuvo buena puntuación en movilidad activa (caminar y bicicleta) y transporte público, pero tuvo una valoración inferior a la media en cuanto a la calidad del aire y la gestión de la movilidad.
Para el usuario de a pie, contribuir a la sostenibilidad pasa por modificar sus hábitos de desplazamiento y escoger opciones menos contaminantes aunque, al final, el desarrollo de los nuevos tipos de movilidad dependerá de la colaboración entre los agentes públicos y privados en el desarrollo de instrumentos e infraestructuras que permitan un transporte sostenible.
Tres de cada cuatro españoles tiene una bicicleta en casa. En las grandes ciudades, sin embargo, un tercio de los residentes no dispone de una debido, principalmente, a las dificultades que supone el exceso de tráfico motorizado y la falta de adaptación de los municipios, apunta el Barómetro de la Bicicleta en España, elaborado por el INE. Aun así, en las urbes aumentan los usuarios que la utilizan habitualmente para ir al trabajo (14,6%) o al centro de estudios (14%).
A medida que crece la dimensión del municipio -se asegura en este informe- el coche pierde adeptos en favor de la bicicleta y el transporte público. La ampliación de los carriles bici y las bicicletas compartidas dependientes de los ayuntamientos han popularizado su uso. Por su parte, la empresa privada también ha tomado parte en el asunto de la movilidad urbana.